Del aviso en sueño hay dos películas que han hecho una puesta en escena muy semejante: El Evangelio según San Mateo (1964) y María de Nazaret (1995). La segunda, inspirada claramente en el filme de Pasolini, añade su peculiar estilo simbólico: el recurso a una luz intensa para sugerir la presencia de lo sobrenatural. La cámara enfoca primero a la Virgen con el Niño, se desplaza luego hasta José, y entonces sucede el anuncio en sueños. Lo más llamativo de esta breve escena es la dulzura de la Virgen y su completa docilidad a lo que decide José.
Una composición escénica parecida es la que antes había diseñado Pasolini en el filme de los sesenta. La cámara muestra primero a la Virgen y el Niño, se recrea en Él, y sólo después pasa a José. Aquí el Ángel sí aparece: con esa imagen adolescente que vimos en el aviso inicial del Ángel, y con la autoridad firme de un ser celestial: “Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto”. La partida apresurada de Belén se llena de nostalgia: por una parte, por la música que oímos de fondo (los coros de “La pasión según san Mateo”, de Bach, que cantan solemnes: “Caemos de rodillas, llorando”); por otra, por esa mirada conmovida de María, que recorre con melancolía los lugares de Belén que habitó su Hijo. Sabe que es la última vez que los contempla. Y este sentimiento de añoranza llena esta última parte de la secuencia fílmica.
En Jesús de Nazaret (1977), por contraste, la secuencia se centra en la decisión arbitraria de Herodes y la locura que entonces le consumía: “Ahora, id a Belén y ¡haced historia! ¡¡Matad!! ¡Matad a todos!”. A continuación, unos segundos de suspense –de fondo oímos el rumor de los caballos a galope- nos hace presagiar la inminencia de la tragedia. Llega, inhumana y ciega, la matanza por parte de los soldados; quizás por esa actitud, el director nos oculta su rostro. Y sí vemos, en cambio, los rostros muertos de niños y madres en las callejuelas de Belén. La cámara se mueve, agitada, en aquella terrible desolación. Oímos gritos, carreras, tumultos. Y el asesinato en contraluz, mostrado sólo en sombra, acabará por ser la imagen más dramática. En boca de uno de los ancianos, Zeffirelli coloca el comentario final de S. Mateo: “Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: ‘En Ramá so oyó una voz, llanto y lamento grande. Es Raquel que ll ora por sus hijos, y no quiere consuelo porque ya no existen’”.
En La Natividad (2006), la escena arranca con la cena de Herodes en la que decide la matanza. Junto al tirano vemos a su hijo Herodes Antipas, que treinta años después tomará la mujer de su hermano, Herodías, encerrará y decapitará a S. Juan Bautista, y gobernará Judea durante toda la vida pública del Señor. Ambos traman la masacre, que vamos a ver en dos escenas paralelas: los soldados matando en plena noche, y José despertando por el aviso del Ángel. Toda la secuencia evoca la profecía del Mesías esperado. Uno de los soldados penetra en una casucha y recorre con la antorcha el lugar: es el establo donde habitó la Sagrada Familia, y cada uno de los rincones se llena para el espectador de un indudable encanto. Cuando la antorcha se detiene sobre la cuna del Niño, el momento suena a despedida y a victoria, a nostalgia y a salvación. La sabiduría de Dios Niño ha vencido la astucia y el odio de los soldados de Herodes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario