El 12 de diciembre se cumplen 50 años del fallecimiento de Yazujiro Ozu, reconocido genio del cine japonés y uno de los mejores directores de todos los tiempos. Para honrar a su maestro, Yôji Yamada ha rodado “Una familia de Tokio”, remake de la extraordinaria “Cuentos de Tokio” (1953), una de las películas más valiosas de la historia del cine.
Distribuida por A Contracorriente Films y galardonada con la Espiga de Oro en la última edición de la SEMINCI, “Una familia de Tokio” se estrenó el pasado 22 de noviembre y logró “colarse” en el top ten de la taquilla española durante el primer fin de semana, con sólo 29 copias. Un mérito que animó a otros exhibidores a llevarlas a sus cines.
Tengo que reconocer que salí de la proyección entusiasmado y conmovido, rumiando las escenas y sin saber qué alabar más: si la perfección de la película o la sabiduría de Yôji Yamada, un director de 82 años, autor de 81 películas. Porque Yamada (de quien ya conocía tres filmes anteriores) homenajea a Ozu de dos maneras: manteniendo las constantes estéticas y argumentales del maestro y, a la vez, introduciendo algunos cambios oportunísimos, que confirman su personalidad y su condición de discípulo aventajado.
Como la película original, “Una familia de Tokio” cuenta el viaje que realiza un matrimonio a Tokio para ver a sus hijos, que decidieron instalarse allí. Los padres han vivido siempre en una pequeña isla de Japón y procuran conservar las costumbres tradicionales de su país. A su llegada sufrirán el choque visual y cultural con la gran ciudad y, sobre todo, serán conscientes de las aspiraciones e intereses de unos hijos que apenas tienen tiempo para ocuparse de ellos.
En mi opinión, el mejor acierto de Yamada es hacer de la madre el personaje decisivo del relato, con un papel más atractivo que el que le otorgaba Ozu en su película. En “Una familia de Tokio” nos presenta a una madre inteligente, comprensiva, con una enorme capacidad de sacrificio para sacar adelante a sus hijos, y para llevar con serenidad el sufrimiento ocasionado por un marido bebedor. Y el espectador se siente movido a admirar en esa madre a todas las madres del mundo; y entiende que el sabio Yamada está convencido de que son el corazón de la familia y que la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es un espíritu generoso.
Si a la magistral dirección y a la calidad formal del filme se añaden unas interpretaciones llenas de naturalidad y la música del siempre inspirado Joe Hisaishi, tenemos una película perfecta, en la que no se notan los 146 minutos de duración y que merecería un análisis más detallado Pero la limitación de espacio que nos hemos marcado en este blog aconseja no seguir escribiendo y limitarme a recomendarte que no te pierdas esta delicada y humanísima cinta, magnífico espejo en el que debería mirarse buena parte del cine europeo. Sin duda, una de las mejores películas del año. (Juan Jesús de Cózar)
Distribuida por A Contracorriente Films y galardonada con la Espiga de Oro en la última edición de la SEMINCI, “Una familia de Tokio” se estrenó el pasado 22 de noviembre y logró “colarse” en el top ten de la taquilla española durante el primer fin de semana, con sólo 29 copias. Un mérito que animó a otros exhibidores a llevarlas a sus cines.
Tengo que reconocer que salí de la proyección entusiasmado y conmovido, rumiando las escenas y sin saber qué alabar más: si la perfección de la película o la sabiduría de Yôji Yamada, un director de 82 años, autor de 81 películas. Porque Yamada (de quien ya conocía tres filmes anteriores) homenajea a Ozu de dos maneras: manteniendo las constantes estéticas y argumentales del maestro y, a la vez, introduciendo algunos cambios oportunísimos, que confirman su personalidad y su condición de discípulo aventajado.
Como la película original, “Una familia de Tokio” cuenta el viaje que realiza un matrimonio a Tokio para ver a sus hijos, que decidieron instalarse allí. Los padres han vivido siempre en una pequeña isla de Japón y procuran conservar las costumbres tradicionales de su país. A su llegada sufrirán el choque visual y cultural con la gran ciudad y, sobre todo, serán conscientes de las aspiraciones e intereses de unos hijos que apenas tienen tiempo para ocuparse de ellos.
En mi opinión, el mejor acierto de Yamada es hacer de la madre el personaje decisivo del relato, con un papel más atractivo que el que le otorgaba Ozu en su película. En “Una familia de Tokio” nos presenta a una madre inteligente, comprensiva, con una enorme capacidad de sacrificio para sacar adelante a sus hijos, y para llevar con serenidad el sufrimiento ocasionado por un marido bebedor. Y el espectador se siente movido a admirar en esa madre a todas las madres del mundo; y entiende que el sabio Yamada está convencido de que son el corazón de la familia y que la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es un espíritu generoso.
Si a la magistral dirección y a la calidad formal del filme se añaden unas interpretaciones llenas de naturalidad y la música del siempre inspirado Joe Hisaishi, tenemos una película perfecta, en la que no se notan los 146 minutos de duración y que merecería un análisis más detallado Pero la limitación de espacio que nos hemos marcado en este blog aconseja no seguir escribiendo y limitarme a recomendarte que no te pierdas esta delicada y humanísima cinta, magnífico espejo en el que debería mirarse buena parte del cine europeo. Sin duda, una de las mejores películas del año. (Juan Jesús de Cózar)
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