Desde hoy hasta el Domingo de Resurrección voy a publicar un serial (5 artículos) sobre cómo se hizo el guión de "La Pasión de Cristo": desde el origende la idea a la revisión final de Mel Gibson. Espero que os guste, y agradeceré muy sinceramente todos vuestros comentarios.
A mediados de 1991, Gibson experimenta una profunda crisis interior. Así lo explicaba en una entrevista: “Comprendí que necesitaba algo más si quería sobrevivir. Me sentía impulsado a una lectura más íntima de los Evangelios, de la historia en su conjunto. Ahí fue cuando la idea empezó a cuajar dentro de mi cabeza. Empecé a ver el Evangelio con gran realismo, recreándolo en mi propia mente para que tuviera sentido para mí, para que fuera relevante para mí. Eso es lo que yo quería llevar a la pantalla”.
A partir de ese momento, empieza a trabajar en el proyecto de convertir en película las doce últimas horas de la vida del Señor: de rodar, con toda su crudeza y realismo, el relato evangélico de la pasión de Cristo.
Mientras tanto, sus películas empiezan a adoptar un aire más positivo; se llenan de valores cristianos, muy centrados en el amor y la redención: Eternamente joven (1992), El hombre sin rostro (1993), Rescate (1996). Al mismo tiempo, sus interpretaciones adquieren un tono más introvertido y doliente, y sus personajes parecen estar siempre en crisis, como a la búsqueda del sentido de sus vidas: el heroico padre de familia Benjamín Martin, en El patriota (2000); el angustiado general Moore, en Cuando éramos soldados (2002), o el reverendo Graham Hess, en plena crisis de fe, en Señales (2003).
Para ir dando forma a su proyecto sobre la pasión de Cristo, comienza a leer, subrayar y anotar un ejemplar de los Evangelios que tiene en la biblioteca de su casa. Y empieza a descubrir los matices de cada uno de los evangelistas. Al mismo tiempo, lee libros clásicos de espiritualidad que relatan con detalle todas las escenas de la pasión.
Sin embargo, hay un momento en el que Gibson cree descubrir una clara intervención divina. Está buscando en su librería un libro concreto sobre el Señor, y empieza a sacar libros, a moverlos de sitio y a apilar los que están tumbados. En ese preciso instante —cuenta Gibson— cae sobre sus manos un volumen del que no conocía su existencia: se trata de La Amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, de una monja llamada Emmerick. El cineasta australiano se asombra: está seguro de que no lo ha adquirido él, y no sabe cómo ha llegado a su biblioteca. Sobre todo se sorprende de que haya caído en sus manos de forma tan repentina, cuando está buscando, precisamente, una clave para enfocar su peculiar relato sobre la pasión.
Comienza a leerlo y la sorpresa es aún mayor, porque ahí encuentra exactamente lo que andaba buscando. Ana Catalina Emmerick, beatificada por Juan Pablo II en octubre de 2004, fue una monja alemana de muy endeble salud que vivió entre 1774 y 1824 y que recibió diversos carismas. Entre ellos, tuvo el don de profecía, los estigmas de la pasión (las mismas heridas de Cristo) y algunos éxtasis. En uno de esos arrebatos, Emmerick recibió la indicación de transmitir parte de esas visiones —las que se referían a la Pasión de Jesús— a un poeta alemán de aquel tiempo, Clemente Brentano, quien redactó al dictado el libro que ahora Gibson tiene en sus manos. Cuando éste termina de hojearlo, el actor ya no tiene ninguna duda: ese libro, escrito en Alemania hace más de 170 años, va a ser la línea narrativa que vertebre su guión, completando los relatos de la pasión y muerte de Cristo que refieren los cuatro Evangelios.
A mediados de 1991, Gibson experimenta una profunda crisis interior. Así lo explicaba en una entrevista: “Comprendí que necesitaba algo más si quería sobrevivir. Me sentía impulsado a una lectura más íntima de los Evangelios, de la historia en su conjunto. Ahí fue cuando la idea empezó a cuajar dentro de mi cabeza. Empecé a ver el Evangelio con gran realismo, recreándolo en mi propia mente para que tuviera sentido para mí, para que fuera relevante para mí. Eso es lo que yo quería llevar a la pantalla”.
A partir de ese momento, empieza a trabajar en el proyecto de convertir en película las doce últimas horas de la vida del Señor: de rodar, con toda su crudeza y realismo, el relato evangélico de la pasión de Cristo.
Mientras tanto, sus películas empiezan a adoptar un aire más positivo; se llenan de valores cristianos, muy centrados en el amor y la redención: Eternamente joven (1992), El hombre sin rostro (1993), Rescate (1996). Al mismo tiempo, sus interpretaciones adquieren un tono más introvertido y doliente, y sus personajes parecen estar siempre en crisis, como a la búsqueda del sentido de sus vidas: el heroico padre de familia Benjamín Martin, en El patriota (2000); el angustiado general Moore, en Cuando éramos soldados (2002), o el reverendo Graham Hess, en plena crisis de fe, en Señales (2003).
Para ir dando forma a su proyecto sobre la pasión de Cristo, comienza a leer, subrayar y anotar un ejemplar de los Evangelios que tiene en la biblioteca de su casa. Y empieza a descubrir los matices de cada uno de los evangelistas. Al mismo tiempo, lee libros clásicos de espiritualidad que relatan con detalle todas las escenas de la pasión.
Sin embargo, hay un momento en el que Gibson cree descubrir una clara intervención divina. Está buscando en su librería un libro concreto sobre el Señor, y empieza a sacar libros, a moverlos de sitio y a apilar los que están tumbados. En ese preciso instante —cuenta Gibson— cae sobre sus manos un volumen del que no conocía su existencia: se trata de La Amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, de una monja llamada Emmerick. El cineasta australiano se asombra: está seguro de que no lo ha adquirido él, y no sabe cómo ha llegado a su biblioteca. Sobre todo se sorprende de que haya caído en sus manos de forma tan repentina, cuando está buscando, precisamente, una clave para enfocar su peculiar relato sobre la pasión.
Comienza a leerlo y la sorpresa es aún mayor, porque ahí encuentra exactamente lo que andaba buscando. Ana Catalina Emmerick, beatificada por Juan Pablo II en octubre de 2004, fue una monja alemana de muy endeble salud que vivió entre 1774 y 1824 y que recibió diversos carismas. Entre ellos, tuvo el don de profecía, los estigmas de la pasión (las mismas heridas de Cristo) y algunos éxtasis. En uno de esos arrebatos, Emmerick recibió la indicación de transmitir parte de esas visiones —las que se referían a la Pasión de Jesús— a un poeta alemán de aquel tiempo, Clemente Brentano, quien redactó al dictado el libro que ahora Gibson tiene en sus manos. Cuando éste termina de hojearlo, el actor ya no tiene ninguna duda: ese libro, escrito en Alemania hace más de 170 años, va a ser la línea narrativa que vertebre su guión, completando los relatos de la pasión y muerte de Cristo que refieren los cuatro Evangelios.
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