El Evangelio en el que más se inspira la película es indudablemente el de S. Juan. Este evangelista presenta en sus escritos la pasión y muerte de Cristo como el momento de su máxima glorificación; de ahí que sea el único en recoger que, cuando dice “Yo soy” en la escena del prendimiento, los soldados retroceden impresionados (Jn 18, 5-8); también señala extensamente el diálogo de Jesús ante Pilato en el que se declara Rey (18, 33-37); y, en todo momento, se le ve con actitud de serena majestad y manifiesta su pleno conocimiento de los inminentes sucesos (18, 4).
Pero en su Evangelio, S. Juan nos muestra también que la pasión es el momento en que culmina el odio de sus adversarios: es la hora del poder de las tinieblas (materializado, en el filme de Gibson, en la omnipresente figura del demonio); momento de aparente victoria, que alcanza incluso a sus discípulos, quienes huyen despavoridos, le abandonan o abiertamente le niegan (18, 25-27). También caracteriza a este Evangelio la altura teológica que desprende su narración: Cristo es el nuevo Cordero Pascual, que con su muerte quita el pecado del mundo; y por eso, al traspasarle con la lanza, de su costado brotan sangre y agua, símbolos del Bautismo y de la Eucaristía.
Con todo, la aportación más importante de S. Juan al relato de la pasión es sin duda la referencia a Santa María. Este evangelista es el único que alude a la presencia de la Madre en el Calvario, durante la agonía y muerte de Jesús. Y, apoyados en ese documento, Gibson y Fitgerald empiezan a trenzar un guión que concede una gran importancia a la Virgen, figura absolutamente central de todo el relato y gran apoyo de su Hijo en la tarea de la Redención.
En esa línea, los guionistas incluyen varias escenas que no aparecen en los Evangelios pero que beben de esa perspectiva mariana de S. Juan, como —por ejemplo— el beso de María a los pies crucificados de su Hijo. Entre todas ellas, destaca la crucial escena del diálogo de Jesús con su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, dice señalando al discípulo amado; “Ahí tienes a tu madre”, le indica a éste. Y Juan, testigo privilegiado de esos acontecimientos —el único apóstol que estuvo junto a la cruz— relata esa impresionante escena (Jn 19, 26-27) y todas las que acontecen sobre la cumbre del Gólgota.
Junto a estos pasajes de los Evangelios, Gibson decide incluir algunas secuencias de la pasión que proceden de antiguas tradiciones cristianas: las más importantes son el encuentro de Jesús con su Madre y el lienzo de la Verónica. La escena del encuentro con la Virgen acontece justo después de la primera caída del Señor, y adquiere en la película un significado muy especial, muy teológico, con la Virgen totalmente volcada en socorrer a su Hijo, aceptando la Voluntad de Dios, y Jesús diciendo: “¿Ves, Madre, como hago nuevas todas las cosas?”. Con ello quería subrayar Gibson el papel corredentor de María y la conciencia de Cristo de estar redimiendo al mundo.
La segunda escena se basa en una antiquísima tradición que refiere que, en el camino de la cruz, una mujer llamada Verónica salió de la turba que seguía los acontecimientos para limpiar el rostro de Cristo con un paño blanco; y el Señor, como señal de agradecimiento, dejó milagrosamente grabadas en el lienzo las facciones de su rostro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario