En el artículo anterior nos quedamos en los filmes de los sesenta. Era un buen punto de inflexión, pues en la década siguiente apenas hay rastro del diablo en las películas. Esta ausencia es más explicable en los musicales
Jesucristo Superstar y
Godspell, ambas de 1973, puesto que su intención de “redescubrir” a Cristo (reinventarlo desde un prisma meramente humano)
diluyen por completo su dimensión divina y redentora: si Él no es Dios, ¿para qué narrar su confrontación con el diablo?
Algo más extraña es la ausencia del demonio en
Jesús de Nazaret (1977), película de largo metraje que, además, se proponía reflejar fielmente la divinidad de Cristo. Pero el director entendió que esa escena difícilmente funcionaría en la pantalla. y por eso dijo: “
En aquel episodio uno se topa con el misterio puro; y el misterio en sí es irrepresentable”. Es más, Zeffirelli ha contado que filmó la secuencia de modo semejante a como rodó los sueños de José: registrando sólo la voz, sin mostrar la presencia del ser espiritual: “
Aquel desierto era impresionante, y la voz que resonaba en aquel espacio resultaba arcana e inquietante, puesto que había dilatado la propia voz de Jesús. El monólogo era áspero y terrible, pero corría el riesgo de inducir a una confusión peligrosa entre Jesús y el demonio, y tras largas deliberaciones decidí suprimirla”.
Las películas más recientes han examinado también las tentaciones de Jesús bajo nuevas formas. La película
El hombre que hacía milagros (1999) recreó esa escena en dibujos animados, pasando de una representación bastante detallista en 3D (animación de figuras de barro) a los dibujos clásicos en 2D, que dan a la secuencia un tono más psicológico.
Las tentaciones son “visualizadas” desde la imaginación del Señor, donde se supone que tiene lugar la sugestión diabólica: vemos las piedras convertidas en pan crujiente, y los reinos aclamando con vítores a Jesús. Por otro lado, el dibujo animado logra también una transición más suave desde el desierto hasta la parte superior del templo, que aquí podemos contemplar desde uno de los ángulos más elevados.
de animación
La serie televisiva
Jesús (1999), de Roger Young, combina -en su particular versión de las tentaciones- varios de los elementos anteriores: las sugestiones son “visualizadas” (como insinuando que se plantean sobre todo en la imaginación),
Satanás se nos presenta bajo figura humana, y el color de su indumentaria es el negro. Pero hay dos novedades en esa representación. Primero,
la figura del demonio se desdobla: vemos primero a una mujer atractiva, vestida seductoramente de rojo, que plantea
la insinuación. Después la mujer se transforma en hombre “razonable” -mitad sofista, mitad político-, que plantea
la argumentación (las dos caras de la sugestión diabólica).
Por otra, las tres tentaciones a Jesús (convertir las piedras en pan, arrojarse desde el templo, adorar a Lucifer) se hilvanan -en un diálogo ingenioso, lleno de metáforas-
en una sola propuesta: la tentación de la soberbia y del poder. Así, el diablo sugiere convertir las piedras en pan para calmar su hambre, y cuando el Mesías se resiste, le dice que así calmará el hambre de todos los pobres del mundo: “
Tú tienes poder para alimentarlos a todos… y convertirte en su líder”. Pero el Señor contesta: “
No he venido a solventar los problemas humanos... Mueren de hambre no porque Dios lo quiera, sino porque otros hombres tienen el corazón de piedra” (en alusión a las piedras que se resiste a convertir en pan).
Finalmente,
La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, ofrece una curiosa y original representación de Satanás,
aunque Satanás es interpretado por una actriz, sus características femeninas se reducen al mínimo, y la imagen que transmite es bastante masculina: con el cabello cortado y las cejas afeitadas, con una túnica oscura y pesada, y, sobre todo, con una voz claramente andrógina. Al reflejar sólo las últimas 24 horas la vida de Jesús, la escena de las tentaciones queda fuera de la narración. Pero Gibson, como Stevens, Scorsese y Young antes que él, recoge de forma clara –mucho más que en ningún otro filme-
la presencia de Satanás en Getsemaní, haciéndose eco de aquella exclamación de Jesús: “
Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”.
no exenta de simbolismo. Así,
Aunque la cita es de Lucas,
la visión del diablo que vemos en toda la película parece inspirada en el cuarto Evangelio, pues San Juan muestra en su relato -con total claridad- que la Pasión es el momento donde culmina el odio de sus adversarios. Así, el hecho de que "ha llegado la hora de las tinieblas" lo vemos representado en
la omnipresente figura del demonio, que no deja de acecharle en ningún momento. Le vemos, insidioso, durante la agonía en el Huerto, sugiriendo a Jesús que no podrá soportar esa carga (pero
Jesús vence la tentación y, para significarlo, aplasta la cabeza de un áspid, en clara alusión al diálogo de Dios Padre con la serpiente: “
Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; tú le acecharás el talón y ella te aplastará la cabeza”).
Más tarde, cuando Jesús es flagelado, Satanás parece mofarse de Él haciendo
una macabra parodia de la Virgen y el Niño: aquí, la Mujer-Demonio y un horrendo bebé sustituyen a la Madre de Dios y a su divino Hijo. Finalmente, durante el Vía Crucis dos figuras excepcionales destacan sobre la turba que chilla y grita. La Virgen y el demonio avanzan entre la multitud vociferante a un lado y a otro del Mesías.
Las dos figuras se miran y son conscientes de la presencia del otro. Nadie más se da cuenta. Y ambas, sin aspavientos, tan solo con la mirada, manifiestan una clara conciencia del trascendental momento que están viviendo.
Aún queda mucho por explotar en la representación del diablo. Pero, ciertamente, la película de Gibson alcanza en esta cinta una altura difícil de superar.
Es imposible permanecer indiferente ante estas imágenes, porque la fuerza visual de la narración encierra un fuerte contenido teológico que interpela decididamente nuestra conciencia.