Cuando oímos hablar de la “influencia del cine”, es fácil que asome a nuestro ánimo el escepticismo: “¡Otra vez la visión tremendista de Hollywood! Siempre con el mismo cuento…”. En realidad, rara vez se ha hablado de ello con profundidad, desde una perspectiva antropológica.
Ciertamente, el cine ha actuado siempre, desde sus orígenes, como un modelo conformador de actitudes y estilos de vida, como un espejo en el que todos nos miramos para decidir nuestros modelos y nuestras pautas de comportamiento a partir de una determinada percepción de la realidad. Veamos algunos ejemplos.
Una película como Amadeus (1984) cambió por completo la imagen cultural que de Mozart tenía el gran público; lo convirtió en un genio infantil, creador de obras sublimes y, a la vez, inmaduro y zafio. Para el 98% de los espectadores, que jamás tendrán acceso a una biografía del músico, esa es “la verdad” sobre Mozart, la imagen de la que ya nunca podrán liberarse. Pero ¿qué pasa cuando la imagen que recrea un filme es la del mismo Jesucristo?
Está también el caso de Vacaciones en Roma (1953), dirigida por William Wyler y protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, que cambió por completo la imagen deteriorada y problemática que, durante los años cuarenta, había creado el Neorrealismo italiano en torno a la Ciudad Eterna. Las películas de Rossellini, Zavattini y Vittorio de Sica habían difundido un mito de decadencia; este filme, en cambio, hizo que los norteamericanos volvieran a ver Roma como "la ciudad del amor", un símbolo de la ilusión y del romanticismo.
Más decisivo aún fue el estreno en todo el mundo de El Club de los poetas muertos (1989). Dirigida por el australiano Peter Weir, contaba la historia de un joven profesor de Literatura (Robin Williams) que se incorpora a un elitista colegio privado en la América puritana de los cincuenta. Con sus nuevas formas de enseñanza (les hace andar por el patio, para que cada uno coja “su paso”; les anima a buscar su propia voz; les incita a ser actores, a leer poesía, a soñar con otras cosas que ganar dinero y seguir el patrón de sus mayores), se granjea la suspicacia de los directivos del colegio. Y su mensaje “Carpe diem!” —aprovecha el momento— provoca una verdadera revolución, a la par que termina en tragedia.
Nadie pensaba que esta película pudiera influir en la conciencia de los jóvenes. Es más, por su temática de corte elevado (relaciones padres-hijos, libertad en la elección de la carrera, sistemas pedagógicos en conflicto) se pensó que a los chicos les aburriría, y que sólo podría interesar a padres y educadores. Bastaron unos pases previos para descubrir que la película despertaba un verdadero entusiasmo entre los adolescentes. Nuevos pases en institutos y colegios confirmaron esa tendencia, hasta el punto de que el filme era recibido como el abanderado de “la revolución docente” que los estudiantes de entonces ansiaban. Con estos datos a la vista, la productora del filme decidió cambiar por completo el marketing inicialmente previsto: se modificó el cartel, que iba a estar centrado en la figura del actor, para dar paso a los jóvenes protagonistas; se promocionó como símbolo de la rebeldía estudiantil y alcanzó un éxito entre la juventud como no se había imaginado ni de lejos.
El año pasado, hemos vivido en todo el mundo un caso especialmente sonoro con el estreno de Luna nueva (2009), la continuación de la saga Crepúsculo (2008). Se convirtió en un auténtico fenómeno de locura juvenil, especialmente en España. El 3 de octubre pasado más de 1.400 adolescentes pasaron la noche en los alrededores de un cine de Sitges donde al día siguiente iba a presentarse la película. Con ellos tuvieron que hacer noche también sus sufridos padres o hermanos mayores. Y lo sorprendente es que no iban a ver Luna nueva, sino sólo… ¡dos escenas del filme y el tercer tráiler de la película! A eso se añadía que iban a recibir como regalo merchandising del filme y, lo más importante, iban a conocer a uno de sus actores: el inglés Jamie Campbell Bower. El destrozo que esa masa descontrolada provocó al día siguiente fue tema del día en numerosas publicaciones. ¡Y todo ello sin poder ver siquiera el filme!
Sí, el cine puede provocar auténticos movimientos de masas. Porque es una representación muy intensa: muy viva y muy dramática. Y puede conmover nuestras emociones y nuestros valores más íntimos. No en vano, los clásicos decían que una buena representación puede provocar una genuina “catarsis”. Y esto no debe tomarse a broma.
En los próximos post pretendo profundizar en este tema. Agradeceré vuestras sugerencias.
Creo que hoy en cine es el arte de moda, donde se vuelcan muchos de los valores de nuestro tiempo. Además, tiene el poder de aprovechar el poder de todas las artes: la literatura y su deriva lírica, épica o narrativa; la música y su poder evocador; el teatro y la danza, qué decir... Así se podría seguir, la verdad. Además, todo a la vez y con la capacidad de introducir al espectador en la historia de un modo integral. Es el arte total. Hay un cuaderno en Cristianisme i Justícia que se llama El cine y la metamorfosis de los grandes relatos. Se encuentra fácilmente en la red. Trata el mismo tema que Vd. plantea. Todo muy interesante. Me gusta su blog. Ánimo con él.
ResponderEliminarLa representación dramática en el teatro acuñó el término y el efecto "catarsis" en el espectador y considero que el teatro presenta al espectador esta experiencia purgativa más en estado puro y con mayor impacto que el cine.El actor es presencial y el grado de asimilación del personaje es más real. Llegar al alma del espectador y suscitar una purificación de los sentidos y emociones en el sentido que dispone la representación teatral.
ResponderEliminarTransmitir al espectador el drama y su resolución, y hacerle crecer emocionalmente haciéndolo reflexionar. Este es el sentido y el fin de toda representación teatral, también del cine.
Una pequeña aportación:
ResponderEliminarhttp://blogs.cope.es/palomitas/2009/04/17/%c2%bfque-valores-transmite-el-cine-frente-al-caos-afectivo-moderno/
¡Un fuerte abrazo, Alfonso, y enhorabuena por esta espléndida entrada!
Un asunto que siempre me ha llamado la atención es cómo se pueden emplear los sentimientos y especialmente el sufrimiento para transmitir determinadas tesis a través del cine, por ejemplo en el caso de Mar Adentro, o el de Camino. Se intuyen unas entradas muy interesantes.
ResponderEliminarEl cine transmite unos valores o contravalores, según quien realize y haga el film. Hoy, especialmente, no se puede decir que el cine sea una fuente de modelos de vida a seguir, a veces antes al contrario.
ResponderEliminarPor lo que respecta a la figura de Cristo, esperemos que no nos la presenten manipulada y adaptada a los paradigmas en boga.
Buenos directores hay y temas a raudales. Lo difícil es que, si existe un guión en condiciones aunque sea políticamente incorrecto, te lo financien. Ahí está el problema.