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domingo, 5 de abril de 2015

La Resurrección de Jesús en el cine (1961-2004)

Hoy, día de la Resurrección del Señor, es un buen momento para ver cómo han reflejado este episodio las principales películas.

En Rey de Reyes (1961), dirigida por Nicholas Ray, el pasaje de la Resurrección sigue a pies juntillas el relato evangélico de San Juan. María Magdalena (Carmen Sevilla) ha pasado la noche entera en el exterior del sepulcro, porque quiere embalsamar el cuerpo del Señor en cuanto pase el sábado (día de obligado descanso para los judíos). Al despertar, “todavía muy temprano, cuando aún estaba oscuro… vio quitada la piedra del sepulcro” (Jn 20, 1). Se asoma, ve los lienzos depositados sobre la losa, “y entonces echó a correr” (Jn 20, 2).

Profundamente agitada, pues piensa que “se han llevado al Señor” (Jn 20, 2), sale en busca de alguien que pueda darle razón de lo que sucede. Divisa a un hombre que está vuelto de espaldas, y “pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto’ (Jn 20, 15).

Sin volverse, el hombre inicia el diálogo que recoge S. Juan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. En ese instante, es Jesús quien se vuelve –no María Magdalena- y exclama su nombre. Ella le reconoce (aquí más por la visión de su rostro que por escuchar su voz) y grita: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre". El filme concluye el discurso de Jesús con una frase de Mateo: “Diles que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28, 10).


En 1973, y como consecuencia de dos filmes polémicos (Jesucristo Superstar y Godspell), se concibió la idea de producir un serial televisivo sobre la vida de Jesús. Un proyecto de clara inspiración cristiana, que llevaron adelante la RAI (católica) y la BBC (anglicana). La imagen que la serie nos da de Cristo es clara, brillante, muy divina.

En su relato de la Resurrección, el director Franco Zeffirelli quiso subrayar los sentimientos y las reacciones de los personajes. La secuencia arranca con la llegada de María Magdalena y otras dos mujeres (Mc 16, 1), todavía con las brumas del amanecer. Los soldados dormitan, pero uno despierta: “¿Quiénes sois?”. La Magdalena es quien lidera el grupo: “Somos la familia de Jesús” (Aquí evoca una frase de Jesús: “El que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi Madre”). “¿Y qué queréis?” “Entrar en la tumba para ungir el cuerpo y llevarle ropa limpia, perfumes…”. El afecto humano de los seguidores de Cristo queda manifiesto en el diálogo. Tanto, que conmueve a los soldados: “Está bien. Pero necesitaréis un ejército para remover la piedra”.

En el trayecto al sepulcro, dos jóvenes y misteriosos labriegos les dicen desde una loma: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Jesús no está aquí?”. (Zeffireli traslada a esta escena previa el encuentro de las mujeres con dos ángeles en la entrada del sepulcro). Ellas les toman por locos y siguen adelante; pero, al llegar al sepulcro, descubren que, en efecto, Jesús no está. María Magdalena vuelve entonces sobre sus pasos, pero los dos jóvenes han desaparecido.

A continuación, el director italiano centra su atención en las actitudes de los apóstoles. Llega al cenáculo Felipe, y todo son recelos de que puedan correr la misma suerte que Jesús. Preguntan a Pedro, que ya entonces hace cabeza, y él responde: “Debemos hacer lo que el Maestro hubiera querido”. Ya no hay dudas ni negaciones en Pedro. Empieza a ser la piedra sobre la que se edifica la Iglesia.

En el instante en que Tomás duda de que Jesús pueda volver, llega María Magdalena y afirma conmovida: “¡Le he visto! ¡Al Maestro! Ha resucitado”. A continuación, la cámara enfoca la reacción de Pedro. Por ese primer plano, y por las citas antes señaladas, podemos concluir que este relato de la Resurrección sigue bastante de cerca el Evangelio de Marcos, que recoge sobre todo la predicación de S. Pedro. Pero, sobre todo, lo que busca Zefirelli es retratar la reacción de los personajes: la emoción y el amor de la Magdalena, la autoridad de Pedro, el temor de los apóstoles



A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.

Frente al Jesús exclusivamente divino de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” de los 70 y 80 (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.

El primer fruto vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.

En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra Juan (Jn 20, 4-6).

Entonces surge el diálogo entre la razón (Pedro) y el amor (Juan). Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando con la abeza: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).

Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús).

Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. Sugiere, además, que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño, es algo que la cinta sugiere, aunque no lo haya reflejado por completo.


En la misma línea de mostrar a un Jesús divino y humano, Redentor de los hombres y –a la vez- cariñoso y afable con todos, en el año 2000 se estrena en Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros. Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.

El filme presta una especial atención a la secuencia de la Resurrección y a los acontecimientos que siguieron. Mientras otras películas omiten esa parte (El Mesías) o la distorsionan por completo (Jesús de Montreal, Jesucristo Superstar), El hombre que hacía milagros le da una importancia capital en el conjunto del relato. Además, y en comparación con los demás filmes comentados en este serial sobre “La Resurrección en el cine”, aquí el desarrollo de esos acontecimientos abarca un metraje considerable y conjuga, en su narración, la fidelidad a las Escrituras con una integración creativa de las distintas escenas relatadas por S. Juan y S. Lucas.

En este filme vemos, de forma hilvanada, todos los sucesos de aquellas horas: María Magdalena encuentra la tumba vacía y se echa a llorar (Jn 20, 1). Entonces, una voz cálida a sus espaldas —que ella toma por la del hortelano— trata en vano de consolarla; hasta que le oye pronunciar su nombre, “¡María!”, y se vuelve conmovida porque ha comprendido que está ante Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Según le indica el Maestro, corre a contárselo a Pedro, y esto mueve al apóstol a acudir a la tumba (Jn 20, 2-7), aunque sin la compañía de Juan.

De regreso a Jerusalén, mientras medita en el sepulcro vacío, Pedro se encuentra con el Maestro (Lc 24, 34) y vuelve corriendo para contarlo a los demás apóstoles. Al llegar al cenáculo, vemos que acaban de llegar Cleofás y Jairo, y éstos relatan —se ve luego en dibujos animados— cómo Jesús se les ha aparecido en el camino a Emaús y les ha explicado las Escrituras, y cómo le han reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35). Tomás muestra entonces un escepticismo sarcástico frente a esos relatos, que juzga fantaseados... Y aquí corté la secuencia, para no hacerla demasiado larga. Lo que sigue es la repentina aparición de Jesús, que enseña sus manos a todos, y en especial a Tomás. El apóstol cambia su incredulidad por un sincero acto de fe (Jn 20, 36-41).

La concatenación de escenas -creando unidad en lo que eran cuadros sueltos- es lo que hace sublime, atractivo y dinámico el relato que este filme nos ofrece de toda la secuencia de la Resurrección.



El último filme que analizamos en este serie es La Pasión de Cristo (2004), dirigido por Mel Gibson. En un plano breve (un epílogo sumamente sugestivo a todo el gran relato de la pasión) nos ofrece una explicación teológica –basada por completo en un pasaje de S. Juan- de lo que sucedió en el instante de la Resurrección.

Según testimonios de la época, los judíos empleaban una gran sábana blanca para embalsamar a los difuntos. También era costumbre envolver el rostro con otro paño más pequeño (sudario, le llamaban) para sujetar la mandíbula y evitar que se abriera la boca del cadáver. Es lo que hicieron con Jesús: tenía la sábana “y el sudario que había sido puesto en su cabeza” (Jn 20, 7). Con esto tenemos dos piezas: la sábana y una venda separada de ella que se usaba como mortaja.

Cuando Juan entró en el sepulcro, “vio los lienzos plegados y el sudario, que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio” (Jn 20, 7). Es esa disposición de los lienzos (“todavía enrollados” pero sin el cuerpo en su interior), simplemente “plegados(en el original griego: “caídos”, como si hubiera desaparecido el cuerpo de su interior) es lo que inmediatamente mueve a la conversión del apóstol: “Entonces entró también el otro discípulo…, y vio y creyó” (Jn 20, 8).

Todo esto es lo que trata de reflejar el último plano de la película de Mel Gibson. Un fantástico plano-secuencia sugiere el momento en que se desliza la piedra de la entrada. Todos los Evangelios señalan que la piedra fue removida, y Mateo describe incluso el momento en que “se produjo un gran terremoto, y un ángel del Señor… apartó la piedra” (Mt 28, 2). La toma va recorriendo las distintas cavidades de la roca, y de repente entran en plano los lienzos sagrados en el momento en que empiezan a caer sobre sí mismos.

Sigue el movimiento del plano, y los lienzos quedan “caídos”, atados y enrollados alrededor de la mortaja, como si en ese preciso momento hubiera desaparecido el cuerpo de Jesús. Justo entonces vemos la razón de ese vacío: la cámara enfoca un luminoso primer plano de Cristo resucitado, que a continuación se alza para mostrar su cuerpo glorioso, sin los estigmas de la flagelación y la coronación, pero sí con las señales de los clavos en sus manos. Es el momento en que acaba de resucitar y por eso los lienzos caen sobre sí mismos. Gibson muestra así a los espectadores, justo en el momento en que sucede, lo que una vez acontecido conmoverá profundamente a Juan.

domingo, 20 de abril de 2014

La escena de la Resurrección en el cine (1)

Hoy, día de la Resurrección del Señor, es un buen momento para ver cómo han reflejado este episodio las principales películas. Hoy hablaré de tres filmes clásicos, y mañana de dos más recientes.

En Rey de Reyes (1961), dirigida por Nicholas Ray, el pasaje de la Resurrección sigue a pies juntillas el relato evangélico de San Juan. María Magdalena (Carmen Sevilla) ha pasado la noche entera en el exterior del sepulcro, porque quiere embalsamar el cuerpo del Señor en cuanto pase el sábado (día de obligado descanso para los judíos). Al despertar, “todavía muy temprano, cuando aún estaba oscuro… vio quitada la piedra del sepulcro” (Jn 20, 1). Se asoma, ve los lienzos depositados sobre la losa, “y entonces echó a correr” (Jn 20, 2).

Profundamente agitada, pues piensa que “se han llevado al Señor” (Jn 20, 2), sale en busca de alguien que pueda darle razón de lo que sucede. Alejándose de allí (el relato fílmico omite el encuentro de María con Pedro y Juan, y la carrera de estos hacia el sepulcro), la Magdalena divisa a un hombre que está vuelto de espaldas tanto hacia la cámara como hacia ella. “Pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto’ (Jn 20, 15).

Sin volverse hacia ella, el hombre inicia el diálogo que recoge S. Juan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. En ese instante, es Jesús (Jeffrey Hunter) quien se vuelve –no María Magdalena- y exclama su nombre. Ella le reconoce (aquí más por la visión de su rostro que por escuchar su voz) y grita: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre. Ve a mis discípulos, y diles que asciendo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20, 15-1). El filme concluye el discurso de Jesús con una frase de Mateo: “Diles que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28, 10).


En 1973, y como consecuencia de dos filmes polémicos (Jesucristo Superstar y Godspell), se concibió la idea de producir un serial televisivo sobre la vida de Jesús. Un proyecto de clara inspiración cristiana, que llevaron adelante la RAI (católica) y la BBC (anglicana). La imagen que la serie nos da de Cristo es clara, brillante, muy divina.

En su relato de la Resurrección, el director Franco Zeffirelli quiso subrayar sobre todo los sentimientos y las reacciones de los personajes. La secuencia arranca con la llegada de María Magdalena y otras dos mujeres (en esto sigue a Mc 16, 1), todavía con las brumas del amanecer. Los soldados dormitan, pero uno despierta: “¿Quiénes sois?”. La Magdalena es quien lidera el grupo: “Somos la familia de Jesús” (Aquí evoca una frase de Jesús: “El que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi Madre”). “¿Y qué queréis?” “Entrar en la tumba para ungir el cuerpo y llevarle ropa limpia, perfumes…”. El afecto humano de los seguidores de Cristo queda manifiesto en el diálogo. Tanto, que conmueve a los soldados: “Está bien. Pero necesitaréis un ejército para remover la piedra”.

En el trayecto al sepulcro, dos jóvenes y misteriosos labriegos les dicen desde una loma: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Jesús no está aquí?”. (Zeffireli traslada a esta escena previa el encuentro de las mujeres con dos ángeles en la entrada del sepulcro). Ellas les toman por locos y siguen adelante; pero, al llegar al sepulcro, descubren que, en efecto, Jesús no está. María Magdalena vuelve entonces sobre sus pasos, pero los dos jóvenes han desaparecido.

Sigue una breve escena, en la que el tribuno sospecha que sus soldados se han dormido en la guardia. Y, a continuación, el director italiano centra su atención en las actitudes de los apóstoles. Llega al cenáculo Felipe, y todo son recelos de que puedan correr la misma suerte que Jesús. Preguntan a Pedro, que ya entonces hace cabeza en el colegio apostólico, y él responde: “Debemos hacer lo que el Maestro hubiera querido”. Ya no hay dudas ni negaciones en Pedro. Empieza a ser la piedra sobre la que se edifica la Iglesia.

En el instante en que Tomás duda de que Jesús pueda volver, llega María Magdalena y afirma conmovida: “¡Le he visto! ¡Al Maestro! Ha resucitado”. A continuación, la cámara enfoca la reacción de Pedro. Por ese primer plano, y por las citas antes señaladas, podemos concluir que este relato de la Resurrección sigue bastante de cerca el Evangelio de Marcos, que recoge sobre todo la predicación de S. Pedro. Y es que, por encima de la continuidad escriturística, lo que busca Zefirelli en este pasaje es retratar la reacción de los personajes: la emoción y el amor de la Magdalena, la autoridad de Pedro, el temor de los apóstoles, la tosquedad de los soldados, la incredulidad del tribuno

(Para ver la escena, pinchar en el fotograma).


A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.

Frente al Jesús exclusivamente divino de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” de los 70 y 80 (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.

El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.

En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien las distintas versiones de los evangelistas. Sobre todo, sigue muy de cerca el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra (Jn 20, 4-6).

Entonces surge el diálogo entre la razón y el amor, dos caminos para llegar a la Fe. Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando el discurso de la razón: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).

Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús) y más expresiva que las reflejadas en filmes anteriores.

Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. No recoge con exactitud las palabras de S. Juan (“Ella se volvió”), pero sí la sugerencia de que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño, es algo que la cinta sugiere, aunque no lo haya reflejado por completo.

Después vendrá también la reticencia de Tomás y el testimonio de María Magdalena, justo antes de la aparición de Jesús (Jn 20, 24-29), pero esto queda ya fuera del vídeo que ahora presento. Lo que muestro es suficiente para ver cómo Roger Young ha sabido plasmar en imágenes todos los sucesos de aquella intensa mañana y todas las reacciones de los personajes principales. Todo en apenas 3 minutos y siguiendo enteramente el relato de S. Juan.

domingo, 31 de marzo de 2013

La Resurrección de Jesús en el Cine

Hoy, día de la Resurrección del Señor, es un buen momento para ver cómo han reflejado este episodio las principales películas. Hoy hablaré de tres filmes clásicos, y mañana de dos más recientes.

En Rey de Reyes (1961), dirigida por Nicholas Ray, el pasaje de la Resurrección sigue a pies juntillas el relato evangélico de San Juan. María Magdalena (Carmen Sevilla) ha pasado la noche entera en el exterior del sepulcro, porque quiere embalsamar el cuerpo del Señor en cuanto pase el sábado (día de obligado descanso para los judíos). Al despertar, “todavía muy temprano, cuando aún estaba oscuro… vio quitada la piedra del sepulcro” (Jn 20, 1). Se asoma, ve los lienzos depositados sobre la losa, “y entonces echó a correr” (Jn 20, 2).

Profundamente agitada, pues piensa que “se han llevado al Señor” (Jn 20, 2), sale en busca de alguien que pueda darle razón de lo que sucede. Alejándose de allí (el relato fílmico omite el encuentro de María con Pedro y Juan, y la carrera de estos hacia el sepulcro), la Magdalena divisa a un hombre que está vuelto de espaldas tanto hacia la cámara como hacia ella. “Pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto’ (Jn 20, 15).

Sin volverse hacia ella, el hombre inicia el diálogo que recoge S. Juan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. En ese instante , es Jesús (Jeffrey Hunter) quien se vuelve –no María Magdalena- y exclama su nombre. Ella le reconoce (aquí más por la visión de su rostro que por escuchar su voz) y grita: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre. Ve a mis discípulos, y diles que asciendo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20, 15-1). El filme concluye el discurso de Jesús con una frase de Mateo: “Diles que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28, 10).


En 1973, y como consecuencia de dos filmes polémicos (Jesucristo Superstar y Godspell), se concibió la idea de producir un serial televisivo sobre la vida de Jesús. Un proyecto de clara inspiración cristiana, que llevaron adelante la RAI (católica) y la BBC (anglicana). La imagen que la serie nos da de Cristo es clara, brillante, muy divina.

En su relato de la Resurrección, el director Franco Zeffirelli quiso subrayar sobe todo los sentimientos y las reacciones de los personajes. La secuencia arranca con la llegada de María Magdalena y otras dos mujeres (en esto sigue a Mc 16, 1), todavía con las brumas del amanecer. Los soldados dormitan, pero uno despierta: “¿Quiénes sois?”. La Magdalena es quien lidera el grupo: “Somos la familia de Jesús” (Aquí evoca una frase de Jesús: “El que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi Madre”). “¿Y qué queréis?” “Entrar en la tumba para ungir el cuerpo y llevarle ropa limpia, perfumes…”. El afecto humano de los seguidores de Cristo queda manifiesto en el diálogo. Tanto, que conmueve a los soldados: “Está bien. Pero necesitaréis un ejército para remover la piedra”.

En el trayecto al sepulcro, dos jóvenes y misteriosos labriegos les dicen desde una loma: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Jesús no está aquí?”. (Zeffireli traslada a esta escena previa el encuentro de las mujeres con dos ángeles en la entrada del sepulcro). Ellas les toman por locos y siguen adelante; pero, al llegar al sepulcro, descubren que, en efecto, Jesús no está. María Magdalena vuelve entonces sobre sus pasos, pero los dos jóvenes han desaparecido.

Sigue una breve escena, en la que el tribuno sospecha que sus soldados se han dormido en la guardia. Y, a continuación, el director italiano centra su atención en las actitudes de los apóstoles. Llega al cenáculo Felipe, y todo son recelos de que puedan correr la misma suerte que Jesús. Preguntan a Pedro, que ya entonces hace cabeza en el colegio apostólico, y él responde: “Debemos hacer lo que el Maestro hubiera querido”. Ya no hay dudas ni negaciones en Pedro. Empieza a ser la piedra sobre la que se edifica la Iglesia.

En el instante en que Tomás duda de que Jesús pueda volver, llega María Magdalena y afirma conmovida: “¡Le he visto! ¡Al Maestro! Ha resucitado”. A continuación, la cámara enfoca la reacción de Pedro. Por ese primer plano, y por las citas antes señaladas, podemos concluir que este relato de la Resurrección sigue bastante de cerca el Evangelio de Marcos, que recoge sobre todo la predicación de S. Pedro. Y es que, por encima de la continuidad escriturística, lo que busca Zefirelli en este pasaje es retratar la reacción de los personajes: la emoción y el amor de la Magdalena, la autoridad de Pedro, el temor de los apóstoles, la tosquedad de los soldados, la incredulidad del tribuno

(Para ver la escena, pinchar en el fotograma).


A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.

Frente al Jesús exclusivamente divino de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” de los 70 y 80 (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.

El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.

En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien las distintas versiones de los evangelistas. Sobre todo, sigue muy de cerca el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra (Jn 20, 4-6).

Entonces surge el diálogo entre la razón y el amor, dos caminos para llegar a la Fe. Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando el discurso de la razón: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).

Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús) y más expresiva que las reflejadas en filmes anteriores.

Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. No recoge con exactitud las palabras de S. Juan (“Ella se volvió”), pero sí la sugerencia de que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño, es algo que la cinta sugiere, aunque no lo haya reflejado por completo.

Después vendrá también la reticencia de Tomás y el testimonio de María Magdalena, justo antes de la aparición de Jesús (Jn 20, 24-29), pero esto queda ya fuera del vídeo que ahora presento. Lo que muestro es suficiente para ver cómo Roger Young ha sabido plasmar en imágenes todos los sucesos de aquella intensa mañana y todas las reacciones de los personajes principales. Todo en apenas 3 minutos y siguiendo enteramente el relato de S. Juan.

lunes, 9 de abril de 2012

La Resurrección en el cine (3): mini-serie "Jesús" (1999)

A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.

Frente al Jesús exclusivamente divino y distante de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” y social (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y es Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.

El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.

En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien las distintas versiones de los evangelistas. Sobre todo, sigue muy de cerca el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra (Jn 20, 4-6).

Entonces surge el diálogo entre la razón y el amor, dos caminos para llegar a la Fe. Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando el discurso de la razón: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).

Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús) y más expresiva que las reflejadas en filmes anteriores.

Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. No recoge con exactitud las palabras de S. Juan: “Ella se volvió”, pero sí la sugerencia de que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño es algo que la cinta sugiere, aunque no ha sabido reflejar por completo.

Después vendrá también la reticencia de Tomás y el testimonio de María Magdalena, justo antes de la aparición de Jesús (Jn 20, 24-29), pero esto queda ya fuera del vídeo que ahora presento. Lo que muestro es suficiente para ver cómo Roger Young ha sabido plasmar en imágenes todos los sucesos de aquella intensa mañana y todas las reacciones de los personajes principales. Todo en apenas 3 minutos y siguiendo enteramente el relato de S. Juan.

viernes, 6 de mayo de 2011

La Resurrección de Cristo en el cine (6): mini-serie "Jesús" (1999)

A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.

Frente al Jesús exclusivamente divino y distante de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” y social (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y es Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.

El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.

En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien las distintas versiones de los evangelistas. Sobre todo, sigue muy de cerca el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra (Jn 20, 4-6).

Entonces surge el diálogo entre la razón y el amor, dos caminos para llegar a la Fe. Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando el discurso de la razón: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).

Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús) y más expresiva que las reflejadas en filmes anteriores.

Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. No recoge con exactitud las palabras de S. Juan: “Ella se volvió”, pero sí la sugerencia de que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño es algo que la cinta sugiere, aunque no ha sabido reflejar por completo.

Después vendrá también la reticencia de Tomás y el testimonio de María Magdalena, justo antes de la aparición de Jesús (Jn 20, 24-29), pero esto queda ya fuera del vídeo que ahora presento. Lo que muestro es suficiente para ver cómo Roger Young ha sabido plasmar en imágenes todos los sucesos de aquella intensa mañana y todas las reacciones de los personajes principales. Todo en apenas 3 minutos y siguiendo enteramente el relato de S. Juan.

viernes, 29 de abril de 2011

La Resurrección de Cristo en el cine (3): "La historia más grande jamás contada" (1965)

En 1965, George Stevens dirige La Historia más grande jamás contada con la intención de agradar tanto a los judíos como a los católicos y a los protestantes. Tal vez ese deseo de lograr una vida de Jesús “universalmente aceptada” llevó a este director a poner en sordina algunos pasajes decididamente cristianos; y, entre ellos, el más importante de la Resurrección.

Aquí no vemos a Jesús resucitado. No se aparece a la Magdalena ni a los discípulos de Emaús. Tampoco las apariciones angélicas son del todo claras: cuando entran Pedro y Juan en el sepulcro, hay un hombre que afirma la resurrección de Jesús, pero no queda clara su condición celestial. Desde una visión más emocional que teológica, Stevens omite los hechos principales de ese pasaje y se decanta por una interpretación grandiosa y sugestiva, que alude a los hechos sin mostrarlos.

Primero vemos el amanecer, que simboliza la nueva Vida de Cristo. La luz va inundando el paisaje –a la vez que oímos el “Hallelujah” de Haendel- y animando la vida de los personajes. Primero alcanza a los discípulos que han pasado la noche junto al lago, después llega al cenáculo donde dormitan los discípulos, y finalmente llega también a los soldados que custodian la tumba de Cristo. Todos despiertan con la llegada de la luz y descubren (cada uno a su modo) que el Señor ha resucitado.

En esta versión, Jesús no se aparece a María Magdalena. Ésta recibe una especie de iluminación interior, y recuerda la profecía de Cristo: que resucitará al tercer día. Exclama en alta voz su emocionado recuerdo y esto –en vez de anunciar que la tumba está vacía- es lo que motiva que Pedro y Juan se dirijan apresurados hasta el sepulcro. Lo que sigue es una cronología algo desacompasada: vemos a María Magdalena, que llega la primera al sepulcro (cuando la hemos visto quedarse en casa tras el recuerdo) y su encuentro con un joven que le dice: “¿Por qué buscas entre los muertos al que vive? ¡Ha resucitado!” (Lc 24, 5-6).

A continuación llegan Juan y Pedro. “Corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro… Llegó tras él Simón Pedro y entró… Entonces entró también el otro discípulo” (Jn 20, 4-8).

Y, mientras seguimos oyendo el “Hallelujah”, el guión traslada a esta escena lo acontecido en dos momentos anteriores: el anuncio de la Magdalena a estos dos apóstoles (Jn 20, 2), aunque no anuncia el robo del cuerpo sino su resurrección; y la visión de las mujeres cuando acuden a embalsamar al Señor: “Al entrar en el sepulcro vieron a un joven a la derecha, vestido con túnica blanca” (Mc 16, 5). Lo ven ellos, no las santas mujeres.

La siguiente escena (separada de las anteriores por el cese del “Hallelujah”) es la confabulación de los príncipes de los sacerdotes para ocultar la resurrección (Mt 28, 11-15). Sale a relucir la argumentación que menciona Mateo (“Decid que sus discípulos vinieron por la noche y lo robaron mientras dormíais”, Mt 28, 13) solo que aquí como mera hipótesis de lo que pudo haber acontecido. La escena termina con una réplica sugerente: “En fin, todo se habrá olvidado dentro de una semana”. Para sorpresa de los otros, el más anciano responde: “No lo sé….

lunes, 14 de junio de 2010

Jesús y la Magdalena en el cine (1).- La historia y la leyenda

La figura de María Magdalena ha cobrado un realce especial en los últimos años, aunque no siempre con intenciones piadosas o ejemplarizantes. El interés por el pensamiento gnóstico, unido al empeño de construir una “Teología feminista”, han cristalizado en libros y artículos que han pretendido desvirtuar la realidad que nos cuentan los Evangelios, imaginando una “nueva Magdalena” que, en unos casos, habría sido la esposa de Jesús, y en otros, una mujer vilipendiada y deshonrada por la Iglesia.

La primera fabulación toma pie en el “Evangelio de María (Magdalena)”, un texto apócrifo –de orientación gnóstica- conocido desde el siglo III y publicado ampliamente en 1938, que nunca fue tenido por histórico, y que ahora se presenta como “documento recién descubierto” (¿?). La tendencia gnóstica al pensamiento maniqueo –un dios bueno y uno malo, o un Dios y una diosa- habrían facilitado el deslizamiento de identificar a la discípula más fiel de Jesús con su imaginaria esposa. Sobre esta inventada hipótesis se han escrito novelas y realizado también películas, algunas con pretensión de “verdad histórica”, o de “reciente descubrimiento”.

La segunda fabulación es una clara injusticia o, quizás, un desconocimiento de lo que ha sido la piedad cristiana durante siglos. Puede entenderse que algunos –tomando pie de elementos circunstanciales- hayan imaginado una biografía oscura de esta mujer (como ahora veremos), pero lo que no tiene fundamento es atribuir eso a la Iglesia como institución, que siempre ha tenido a María Magdalena por santa y la ha honrado como tal.

Para situar los datos en su contexto, vamos a seguir los trabajos publicados por un equipo de teólogos de la Universidad de Navarra, dirigidos por Francisco Varo, que han respondido con todo detalle a 54 preguntas sobre Jesús y la Iglesia, en las que también se analiza la figura de la Magdalena y su relación con los apóstoles.

1. Datos bíblicos:

Los Evangelios (Lc 8,2) nos dicen que entre las mujeres que seguían a Jesús y le asistían con sus bienes estaba María Magdalena, es decir, una mujer llamada María, que era oriunda de Migdal Nunayah, en griego Tariquea, una pequeña población junto al lago de Galilea, a 5,5 km al norte de Tiberías. De ella Jesús había expulsado varios “espíritus malignos”. La expresión empleada por el evangelista puede entenderse como una posesión diabólica, pero también como una enfermedad del cuerpo o del espíritu.

Los sinópticos la mencionan como la primera de un grupo de mujeres que contemplaron de lejos la crucifixión de Jesús (Mc 15,40-41) y que se quedaron sentadas frente al sepulcro (Mt 27,61) mientras sepultaban a Jesús (Mc 15,47). Señalan que en la madrugada del día después del sábado María Magdalena y otras mujeres volvieron al sepulcro a ungir el cuerpo con los aromas que habían comprado (Mc 16,1-7); entonces un ángel les comunica que Jesús ha resucitado y les encarga ir a comunicarlo a los discípulos (cf. Mc 16,1-7).

San Juan presenta los mismos datos con pequeñas variantes. María Magdalena está junto a la Virgen María al pie de la cruz (Jn 19,25). Después del sábado, cuando todavía era de noche, se acerca al sepulcro, ve la losa quitada y avisa a Pedro, pensando que alguien había robado el cuerpo de Jesús (Jn 20,1-2). De vuelta al sepulcro, se queda llorando y se encuentra con Jesús resucitado, quien le encarga anunciar a los discípulos su vuelta al Padre (Jn 20,11-18). Esa es su gloria. Por eso, la tradición de la Iglesia la ha llamado en Oriente "isapóstolos" (igual que un apóstol) y en Occidente "apostola apostolorum" (apóstol de apóstoles). En Oriente hay una tradición que dice que fue enterrada en Éfeso y que sus reliquias fueron llevadas a Constantinopla en el siglo IX.

Como puede verse, no hay nada en los Evangelios que dé pie a esa supuesta “difamación” por parte de la Iglesia, todo lo contrario. Entonces, ¿de dónde le viene a la Magdalena su “mala fama”? En seguida vamos a verlo.

2. Confusión con la mujer pecadora

A partir de los siglos VI y VII, en la Iglesia Latina se tendió a identificar a María Magdalena con la mujer pecadora que ungió los pies de Jesús con sus lágrimas.

La identificación entre una y otra surge por un doble motivo:

a) Por contigüidad de dos pasajes evangélicos. Después del relato en que Jesús perdona a la mujer pecadora (Lc 7,36-50), el mismo evangelista señala a continuación que al Señor le asistían algunas mujeres, y la primera que menciona es María Magdalena (Lc 8,1-2). Además, nos dice que ella “había sido librada de espíritus malignos” (Lc 8, 2); y Marcos especifica el número: el Señor había expulsado de ella siete demonios (Mc 16,9). La cercanía de esos dos pasajes y la asociación entre “mujer pecadora” y “mujer poseída por el demonio” motivó que algunos escritores –en su afán de identificar a la pecadora innominada- imaginasen que se trataba de la misma mujer.

b) Por confusión de escenas. Existen dos unciones en los evangelios. Una es la de la pecadora arrepentida, que es exclusiva de Lucas (7,36-50), y que tiene lugar en Galilea, en casa de Simón el fariseo. La otra, aunque relatada en términos parecidos por los otros evangelistas (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8), sucede en Betania, en casa de Simón el leproso. Existe, además, una diferencia temporal muy importante: Lucas sitúa la suya al comienzo de la vida pública, mientras que los otros tres la colocan en vísperas de la Pascua, como pórtico de la Pasión y preparación o adelanto de su sepultura (Mc 14, 8). A pesar de estas claras diferencias, algunos escritores tendieron a confundir ambas escenas.

Por si fuera poco, los datos aportados por Juan (“Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa”) y la expresa mención de la protagonista (“María tomó una libra de perfume de nardo puro, de gran precio, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos”) motivaron que se identificase a esta María –que parece ser la hermana de Lázaro- con María Magdalena y la mujer pecadora: tres personajes que, para algunos escritores, serían uno solo.

Como consecuencia, debido en buena parte a los escritos de San Gregorio Magno, en Occidente se extendió la idea de que las tres mujeres eran la misma persona; y que, por tanto, María Magdalena había tenido un pasado licencioso.

A finales del siglo XX, y desfigurando el origen casual de esas confusiones, algunos cultivadores de la “teología-ficción” han querido presentar a María Magdalena como una “mártir” de la causa feminista, que habría sido “vilipendiada durante siglos” por una Iglesia “machista”. Como hemos visto, la realidad histórica fue muy distinta: la Iglesia siempre le ha concedido un lugar preeminente entre los discípulos de Jesús y la ha venerado como santa.

Y nada de lo que dicen los Evangelios va en detrimento de esa veneración. En su encuentro con Jesús después de la resurrección (Jn 20,14-18), María Magdalena manifiesta un profundo amor hacia su Redentor. Y, en todo caso, aun cuando se tratara de la mujer pecadora, su pasado no querría decir nada. Pedro fue infiel a Jesús y Pablo un perseguidor de los cristianos. La grandeza de la Magdalena no está en su impecabilidad sino en su amor. Justamente, eso es lo que Jesús alaba en la mujer pecadora: "Le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho" (Lc 7,47).

Esta confusión de identidades se ha plasmado también en las películas. Como veremos en los próximos artículos, algunos de los filmes de los últimos cuarenta años han asumido esa identificación de personajes, e incluso han desarrollado imaginativamente su biografía pasada.

lunes, 30 de noviembre de 2009

La Virgen en “Jesús de Nazaret”

Ahora que todo empieza a mirar hacia la Navidad es un buen momento para reflexionar sobre la figura de la Virgen que han reflejado las películas.

En próximos artículos comentaré cómo la han retratado filmes que se han ocupado más directamente de ella, como “La Natividad” o “La pasión de Cristo”. Hoy quiero analizar el dibujo que de ella se hace en “Jesús de Nazaret”, la miniserie televisiva de Franco Zeffirelli.

Ya la elección de la actriz fue toda una odisea, una de las decisiones más difíciles para el director. Porque, aunque sus palabras apenas se recogen en los Evangelios, su figura llena la vida entera de Cristo, y eso la hace especialmente relevante para una visión completa de Jesús. Al no haber problemas con el idioma —son escasas sus intervenciones habladas— Zeffirelli la buscó por toda Europa: en Cerdeña, en Grecia, en España, en Inglaterra. Pero no era fácil encontrarla: ¿quién puede, con justicia, encarnar a la Madre de Dios?

María no podía ser una muchacha alocada, ni tampoco un rostro bello que, para sugerir limpieza, resultara majestuoso como mármol inexpresivo: tenía que reflejar, además, un misterioso aliento divino. Por eso, tras probar a muchas jóvenes promesas, Franco Zeffirelli se decidió por una actriz consagrada —Irene Papas: la inmensa actriz griega— para la parte de María anciana, con idea de encontrar luego a una muchacha expresiva que tuviera unos rasgos parecidos a los quince años. Tampoco esto, al final, le convenció. Y, agotándose ya los plazos, decidió optar por una actriz que había demostrado su valía en "Romeo y Julieta" (1968). Olivia Hussey, con edad intermedia para ser a la vez joven y madura, encarnó ese papel de forma sublime.

Por otro lado, el guión desarrollado por Anthony Burgess destacaba poderosamente el retrato de la Virgen, que llega a ser la protagonista principal del primer capítulo de la serie. Su figura aúna perfectamente la alegría y jovialidad de una muchacha con la limpieza y santidad de quien es llena de gracia desde su concepción. Tan solo un pasaje empaña la frescura mantenida en todo el relato: la secuencia del viaje a Belén y el nacimiento de Cristo, en el que vemos a María con dolores de parto. Fuera de esta escena, el guión guarda una cuidada fidelidad al relato evangélico y subraya piadosamente la importancia de María en la obra de la Salvación. El guionista, además, completó el texto sagrado desarrollando las relaciones de la Virgen con tres personajes:

1.- Con su madre, Santa Ana, a quien —en ausencia de S. Joaquín, ya fallecido cuando arranca la serie— la Virgen está particularmente unida y a quien confía todo su mundo interior, también la Encarnación obrada en ella por el Espíritu Santo. Es más, la escena de la Anunciación es contada desde el punto de vista de Santa Ana: la vemos despertarse en la noche por el ruido que hace María y contemplar absorta una luz maravillosa sin percibir la figura del ángel ni tampoco su voz. En todo momento es la madre buena, y como tal aparece al preparar los desposorios de su hija con José, al despedirla en el viaje a casa de Isabel, al confiar en ella plenamente, cuando José piensa que debe anular su compromiso.

2.- Con su prima Santa Isabel. En la escena de la Visitación, Isabel percibe por el salto de su hijo que María lleva en su seno al Hijo de Dios, pero también descubre que la Virgen conoce perfectamente el milagro de su embarazo. La escena, majestuosa y emotiva, refleja la perfecta sintonía de esas dos mujeres tocadas por la Gracia, que saben que han concebido por intervención divina. Las dos exultan en su interior y alaban a Dios por su acción en favor de los hombres. El canto del Magníficat de María es acompañado por la reverencia de su prima, cuyo gesto de arrodillarse —en adoración a Dios ante la sublimidad de esas palabras— es imitado por sus criadas y familiares. Después del nacimiento del Bautista, cuando María se dispone a marchar, Isabel le anima a que cuente todo su secreto a José, algo que va más allá de lo que escuetamente nos narran los Evangelios.

3.- Con el Apóstol S. Juan. En el tercer capítulo de la serie, cuando el Señor envía a sus discípulos de dos en dos, Juan llega hasta Nazaret y visita fugazmente a María. La saluda con las palabras de su prima: “Bendita tú eres entre todas las mujeres”, y tras un cruce de miradas, añade: “¡Tú eres su Madre!”; a lo que Ella responde: “Cualquiera que cumple sus mandamientos es su hermano, y su hermana, y su madre”. Esta traslación de la frase de Jesús a este contexto —puede suponerse que había sido ya pronunciada por el Señor, y que Ella la ha meditado en su corazón— ayuda a comprender a Juan como el “discípulo amado” y prepara la escena del Calvario en que Cristo dice a María: “Mujer, ahí tienes a tu Hijo”, y a Juan: “Ahí tienes a tu Madre”. Por otro lado, la presencia de ambos personajes en la Pasión es también signo revelador de su importante papel en la Redención de los hombres.

En suma, un retrato muy bien cuidado de la Virgen de ese personaje que en estos días de Adviento tiene sus ojos puestos en Belén.