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domingo, 27 de diciembre de 2015

La Navidad en el cine: El recuerdo de Belén en la vida de la Virgen

La Virgen guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). Todos los sucesos de la infancia de Jesús fueron, para su Madre, tema constante de meditación. Y el recuerdo de Belén, más que ningún otro. Ésta es la idea que han querido reflejar dos filmes de muy variada orientación: “El hombre que hacía milagros” (1999) y la miniserie Jesús (1999). Ambas cintas han querido mostrar al espectador hasta qué punto estuvo presente Belén en la memoria de María.

En “El hombre que hacía milagros” (1999), el relato arranca cuando Jesús adulto, al regreso de un día de trabajo, comunica a su Madre que va a comenzar la obra que le encargó su Padre. Sin poder evitarlo, María recuerda dos escenas de la infancia de su Hijo en que esas mismas palabras sonaron en sus oídos. La primera es cuando se perdió en el Templo y le buscaron durante tres días. “¿Por qué me buscabais? –responde Jesús- ¿No sabíais que debo dedicarme a las obras de mi Padre?”. La segunda es la escena de Belén y la llegada de los Magos, que señalaba inequívocamente unos planes de Dios que el Niño venía a cumplir. Ahora, cuando está a punto de iniciar su vida pública, María recuerda todas esas cosas que guardaba en su corazón.




Un recuerdo similar de lo acontecido en Belén es lo que vemos en la miniserie Jesús (1999). El Señor ha regresado de los 40 días en el desierto y la Virgen se apresta a cuidarle para que se reponga. Después de tres días durmiendo, Jesús despierta y refiere a su Madre el sueño que ha tenido, en el que aparecía José. Ese recuerdo conmueve a María. Ella se dirige entonces a la ventana y ve a dos jóvenes –Juan y Andrés- que le aguardan fuera. “¿Qué quieren?”, pregunta. Y Jesús responde: “Ser mis seguidores. ¡Ja! Puede que no esté preparado, Madre”. Ante esta respuesta de tono irónico, María saca un pequeño cofre que tenía bien guardado: allí están, cubiertos con un paño, los regalos que trajeron los Magos. Recuerda a Jesús su llegada a Belén para adorarle, y comenta (evidenciando que ha meditado muchas veces esa escena): “Aquellos hombres no hubieran hecho un largo viaje siguiendo a aquella estrella si la Voluntad de Dios no les hubiera guiado”.

lunes, 21 de abril de 2014

La escena de la Resurrección en el cine (y 2)


Ayer veíamos cómo los filmes clásicos (Rey de Reyes, Jesús de Nazaret y la miniserie Jesús) habían plasmado la escena de la Resurrección. Hoy completo esa visión panorámica con la referencia dos filmes modernos, que ofrecen una nueva visión de Cristo.

En la misma línea de mostrar a un Jesús divino y humano, Redentor de los hombres y –a la vez- cariñoso y afable con todos, en el año 2000 se estrena en Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros. Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.

El filme presta una especial atención a la secuencia de la Resurrección y a los acontecimientos que siguieron. Mientras otras películas omiten esa parte (El Mesías) o la distorsionan por completo (Jesús de Montreal, Jesucristo Superstar), El hombre que hacía milagros le da una importancia capital en el conjunto del relato. Además, y en comparación con los demás filmes comentados en este serial sobre “La Resurrección en el cine”, aquí el desarrollo de esos acontecimientos abarca un metraje considerable y conjuga, en su narración, la fidelidad a las Escrituras con una integración creativa de las distintas escenas relatadas por S. Juan y S. Lucas.

En este filme vemos, de forma hilvanada, todos los sucesos de aquellas horas: María Magdalena encuentra la tumba vacía y se echa a llorar (Jn 20, 1). Entonces, una voz cálida a sus espaldas —que ella toma por la del hortelano— trata en vano de consolarla; hasta que le oye pronunciar su nombre, “¡María!”, y se vuelve conmovida porque ha comprendido que está ante Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Según le indica el Maestro, corre a contárselo a Pedro, y esto mueve al apóstol a acudir a la tumba (Jn 20, 2-7), aunque sin la compañía de Juan.

De regreso a Jerusalén, mientras medita en el sepulcro vacío, Pedro se encuentra con el Maestro (Lc 24, 34) y vuelve corriendo para contarlo a los demás apóstoles. Al llegar al cenáculo, vemos que acaban de llegar Cleofás y Jairo, y éstos relatan —se ve luego en dibujos animados— cómo Jesús se les ha aparecido en el camino a Emaús y les ha explicado las Escrituras, y cómo le han reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35). Tomás muestra entonces un escepticismo sarcástico frente a esos relatos, que juzga fantaseados... Y aquí corté la secuencia, para no hacerla demasiado larga. Lo que sigue es la repentina aparición de Jesús, que enseña sus manos a todos, y en especial a Tomás. El apóstol cambia su incredulidad por un sincero acto de fe (Jn 20, 36-41).

La concatenación de escenas -creando unidad en lo que eran cuadros sueltos- es lo que hace sublime, atractivo y dinámico el relato que este filme nos ofrece de toda la secuencia de la Resurrección.

(Para ver la secuencia, pinchar en el fotograma)



El último filme que analizamos en este serie es La Pasión de Cristo (2004), dirigido por Mel Gibson. En un plano breve (un epílogo sumamente sugestivo a todo el gran relato de la pasión) nos ofrece una explicación teológica –basada por completo en un pasaje de S. Juan- de lo que sucedió en el instante de la Resurrección.

Según testimonios de la época, los judíos empleaban una gran sábana blanca para embalsamar a los difuntos. También era costumbre envolver el rostro con otro paño más pequeño (sudario, le llamaban) para sujetar la mandíbula y evitar que se abriera la boca del cadáver. Es lo que hicieron con Jesús: tenía la sábana “y el sudario que había sido puesto en su cabeza” (Jn 20, 7). Con esto tenemos dos piezas: la sábana y una venda separada de ella que se usaba como mortaja.

Cuando Juan entró en el sepulcro, “vio los lienzos plegados y el sudario, que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio” (Jn 20, 7). Es esa disposición de los lienzos (“todavía enrollados” pero sin el cuerpo en su interior), simplemente “plegados(en el original griego: “caídos”, como si hubiera desaparecido el cuerpo de su interior) es lo que inmediatamente mueve a la conversión del apóstol: “Entonces entró también el otro discípulo…, y vio y creyó” (Jn 20, 8).

Todo esto es lo que trata de reflejar el último plano de la película de Mel Gibson. Un fantástico plano-secuencia sugiere el momento en que se desliza la piedra de la entrada. Todos los Evangelios señalan que la piedra fue removida, y Mateo describe incluso el momento en que “se produjo un gran terremoto, y un ángel del Señor… apartó la piedra” (Mt 28, 2). La toma va recorriendo las distintas cavidades de la roca, y de repente entran en plano los lienzos sagrados en el momento en que empiezan a caer sobre sí mismos.

Sigue el movimiento del plano, y los lienzos quedan “caídos”, atados y enrollados alrededor de la mortaja, como si en ese preciso momento hubiera desaparecido el cuerpo de Jesús. Justo entonces vemos la razón de ese vacío: la cámara enfoca un luminoso primer plano de Cristo resucitado, que a continuación se alza para mostrar su cuerpo glorioso, sin los estigmas de la flagelación y la coronación, pero sí con las señales de los clavos en sus manos. Es el momento en que acaba de resucitar y por eso los lienzos caen sobre sí mismos. Gibson muestra así a los espectadores, justo en el momento en que sucede, lo que una vez acontecido conmoverá profundamente a Juan.

domingo, 5 de enero de 2014

El recuerdo de Belén en la vida de la Virgen (Navidad en el cine 15)

La Virgen guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). Todos los sucesos de la infancia de Jesús fueron, para su Madre, tema constante de meditación. Y el de Belén, más que ningún otro. Ésta es la idea que han querido reflejar dos filmes de muy variada orientación: mostrar al espectador hasta qué punto estuvo presente el recuerdo de Belén en la memoria de María.

En “El hombre que hacía milagros” (1999), el relato arranca cuando Jesús adulto, al regreso de un día de trabajo, comunica a su Madre que va a comenzar la obra que le encargó su Padre. Sin poder evitarlo, María recuerda dos escenas de la infancia de su Hijo en que esas mismas palabras sonaron en sus oídos. La primera es cuando se perdió en el Templo y le buscaron durante tres días. “¿Por qué me buscabais? –responde Jesús- ¿No sabíais que debo dedicarme a las obras de mi Padre?”. La segunda es la escena de Belén y la llegada de los Magos, que señalaba inequívocamente unos planes de Dios que el Niño venía a cumplir. Ahora, cuando está a punto de iniciar su vida pública, María recuerda todas esas cosas que guardaba en su corazón.




Un recuerdo similar de lo acontecido en Belén es lo que vemos en la miniserie Jesús (1999). El Señor ha regresado de los 40 días en el desierto y la Virgen se apresta a cuidarle para que se reponga. Después de tres días durmiendo, Jesús despierta y refiere a su Madre el sueño que ha tenido, en el que aparecía José. Ese recuerdo conmueve a María. Ella se dirige entonces a la ventana y ve a dos jóvenes –Juan y Andrés- que le aguardan fuera. “¿Qué quieren?”, pregunta. Y Jesús responde: “Ser mis seguidores. ¡Ja! Puede que no esté preparado, Madre”. Ante esta respuesta de tono irónico, María saca un pequeño cofre que tenía bien guardado: allí están, cubiertos con un paño, los regalos que trajeron los Magos. Recuerda a Jesús su llegada a Belén para adorarle, y comenta (evidenciando que ha meditado muchas veces esa escena): “Aquellos hombres no hubieran hecho un largo viaje siguiendo a aquella estrella si la Voluntad de Dios no les hubiera guiado”.


domingo, 28 de julio de 2013

Betania, con Marta y María: la escena doméstica de Jesús

Mañana, 29 de julio, es la fiesta de Santa Marta, patrona de la hostelería y de las tareas domésticas: pues ella acogió con cariño al Señor en su casa de Betania y le preparó comida, alojamiento y descanso; hogar, en una palabra. Sin duda, Betania es, de todos los lugares del Evangelio, el más entrañable para Jesús: en la casa de Marta, María y Lázaro, se sentía muy querido. Yo tuve la suerte de estar en Betania, en el verano de 2009, y visité la iglesia que hoy se levanta sobre la casa de esos tres hermanos: los amigos de Jesús.

También visité la tumba de Lázaro (ver foto más abajo), y recordé aquella escena en que el Señor derrama lágrimas por su amigo fallecido y consuela a Marta y María, que están profundamente consternadas. Sólo en Jesús encuentran alivio para su pena.

Estuve en esa casa precisamente un 29 de julio, el de 2009. En honor a Santa Marta, los franciscanos que guardan ese lugar obsequiaron ese día a los peregrinos con un generoso desayuno. También nos dieron una estampa con una oración a Santa Marta, que me hizo pensar en mi madre y en quienes llevan las tareas domésticas en todo el mundo:

Oh, Santa Marta dichosa, que tantas veces tuviste el honor y la alegría de hospedar a Jesús en el seno de tu familia, de prestarle personalmente tus servicios domésticos; tú, que juntamente con tus hermanos Lázaro y María, gozaste de su divina conversación, ruega por mí y por mi familia, para que en ella se conserve siempre la paz y el mutuo amor; que todos mis hijos vivan en la observancia de la Ley de Dios, y que sólo Dios reine en nuestro hogar. Libra a mi familia de toda desgracia espiritual o temporal, y concédeme la dicha de verlos unidos, en el cariño y en la sonrisa, bajo la mirada paternal de Dios; para volver a verles reunidos en el Cielo, y no separarnos nunca jamás”.

La película que mejor ha reflejado la vida familiar en Betania es, sin duda, “El hombre que hacía milagros”. En esa casa somos testigos del trato afectuoso del Maestro con cada uno. Primero, tiene lugar el encuentro con Lázaro, sellado con un gran abrazo y con una dulce exclamación: “¡Marta y María! Estoy deseando verlas”. A continuación, vemos que han preparado una pequeña fiesta para recibirle y, ya de noche, ríen alegremente durante la cena: es un momento de afecto y de intimidad. De repente, Lázaro interroga a su amigo: “No lo entiendo. Cuando murió José, te legó un buen juego de herramientas, un taller y buenos contactos en las grandes ciudades…”. Jesús le ve venir e intenta zanjar la cuestión: “Lázaro, debo ocuparme de una nueva obra”. Y María, sentada a sus pies, parece intuir lo que ha dicho sólo con medias palabras: “¿A eso te refieres cuando hablas del Reino?. El Maestro la mira con ternura y le sonríe: porque ha sabido descubrir su misión redentora.

Viene entonces la famosa queja de Marta, y el dulce reproche de Jesús: “Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas. Una sola cosa es necesaria…”. Momento sublime, con una sabia puesta en escena y una recreación fantástica. Aquí el cine ha sabido captar la magia de un pasaje evangélico y convertirla en una imagen cargada de emoción. Por favor, me gustaría que vierais ese breve momento (1’37”) y me dejarais un comentario personal. Así sabré si también a vosotros esta escena os dice tantas cosas de sabor familiar...

lunes, 1 de abril de 2013

La Resurrección de Jesús en el Cine (y 2)


Ayer veíamos cómo los filmes clásicos (Rey de Reyes, Jesús de Nazaret y la miniserie Jesús) habían plasmado la escena de la Resurrección. Hoy completo esa visión panorámica con la referencia dos filmes modernos, que ofrecen una nueva visión de Cristo.

En la misma línea de mostrar a un Jesús divino y humano, Redentor de los hombres y –a la vez- cariñoso y afable con todos, en el año 2000 se estrena en Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros. Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.

El filme presta una especial atención a la secuencia de la Resurrección y a los acontecimientos que siguieron. Mientras otras películas omiten esa parte (El Mesías) o la distorsionan por completo (Jesús de Montreal, Jesucristo Superstar), El hombre que hacía milagros le da una importancia capital en el conjunto del relato. Además, y en comparación con los demás filmes comentados en este serial sobre “La Resurrección en el cine”, aquí el desarrollo de esos acontecimientos abarca un metraje considerable y conjuga, en su narración, la fidelidad a las Escrituras con una integración creativa de las distintas escenas relatadas por S. Juan y S. Lucas.

En este filme vemos, de forma hilvanada, todos los sucesos de aquellas horas: María Magdalena encuentra la tumba vacía y se echa a llorar (Jn 20, 1). Entonces, una voz cálida a sus espaldas —que ella toma por la del hortelano— trata en vano de consolarla; hasta que le oye pronunciar su nombre, “¡María!”, y se vuelve conmovida porque ha comprendido que está ante Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Según le indica el Maestro, corre a contárselo a Pedro, y esto mueve al apóstol a acudir a la tumba (Jn 20, 2-7), aunque sin la compañía de Juan.

De regreso a Jerusalén, mientras medita en el sepulcro vacío, Pedro se encuentra con el Maestro (Lc 24, 34) y vuelve corriendo para contarlo a los demás apóstoles. Al llegar al cenáculo, vemos que acaban de llegar Cleofás y Jairo, y éstos relatan —se ve luego en dibujos animados— cómo Jesús se les ha aparecido en el camino a Emaús y les ha explicado las Escrituras, y cómo le han reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35). Tomás muestra entonces un escepticismo sarcástico frente a esos relatos, que juzga fantaseados... Y aquí corté la secuencia, para no hacerla demasiado larga. Lo que sigue es la repentina aparición de Jesús, que enseña sus manos a todos, y en especial a Tomás. El apóstol cambia su incredulidad por un sincero acto de fe (Jn 20, 36-41).

La concatenación de escenas -creando unidad en lo que eran cuadros sueltos- es lo que hace sublime, atractivo y dinámico el relato que este filme nos ofrece de toda la secuencia de la Resurrección.

(Para ver la secuencia, pinchar en el fotograma)



El último filme que analizamos en este serie es La Pasión de Cristo (2004), dirigido por Mel Gibson. En un plano breve (un epílogo sumamente sugestivo a todo el gran relato de la pasión) nos ofrece una explicación teológica –basada por completo en un pasaje de S. Juan- de lo que sucedió en el instante de la Resurrección.

Según testimonios de la época, los judíos empleaban una gran sábana blanca para embalsamar a los difuntos. También era costumbre envolver el rostro con otro paño más pequeño (sudario, le llamaban) para sujetar la mandíbula y evitar que se abriera la boca del cadáver. Es lo que hicieron con Jesús: tenía la sábana “y el sudario que había sido puesto en su cabeza” (Jn 20, 7). Con esto tenemos dos piezas: la sábana y una venda separada de ella que se usaba como mortaja.

Cuando Juan entró en el sepulcro, “vio los lienzos plegados y el sudario, que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio” (Jn 20, 7). Es esa disposición de los lienzos (“todavía enrollados” pero sin el cuerpo en su interior), simplemente “plegados(en el original griego: “caídos”, como si hubiera desaparecido el cuerpo de su interior) es lo que inmediatamente mueve a la conversión del apóstol: “Entonces entró también el otro discípulo…, y vio y creyó” (Jn 20, 8).

Todo esto es lo que trata de reflejar el último plano de la película de Mel Gibson. Un fantástico plano-secuencia sugiere el momento en que se desliza la piedra de la entrada. Todos los Evangelios señalan que la piedra fue removida, y Mateo describe incluso el momento en que “se produjo un gran terremoto, y un ángel del Señor… apartó la piedra” (Mt 28, 2). La toma va recorriendo las distintas cavidades de la roca, y de repente entran en plano los lienzos sagrados en el momento en que empiezan a caer sobre sí mismos.

Sigue el movimiento del plano, y los lienzos quedan “caídos”, atados y enrollados alrededor de la mortaja, como si en ese preciso momento hubiera desaparecido el cuerpo de Jesús. Justo entonces vemos la razón de ese vacío: la cámara enfoca un luminoso primer plano de Cristo resucitado, que a continuación se alza para mostrar su cuerpo glorioso, sin los estigmas de la flagelación y la coronación, pero sí con las señales de los clavos en sus manos. Es el momento en que acaba de resucitar y por eso los lienzos caen sobre sí mismos. Gibson muestra así a los espectadores, justo en el momento en que sucede, lo que una vez acontecido conmoverá profundamente a Juan.

domingo, 11 de noviembre de 2012

La escena de Betania: elogio de las tareas domésticas

Betania es, de todos los lugares que menciona el Evangelio, el más entrañable para el Señor: en la casa de Marta, María y Lázaro, Jesús se sentía particularmente querido. Allí solía descansar, de vez en cuando, camino de Jerusalén. Yo tuve la suerte de estar allí, en el verano de 2009, y visité la iglesia que hoy se levanta sobre la casa que habitaron esos tres hermanos: los grandes amigos de Cristo.

También visité la tumba de Lázaro, y recordé aquella escena en que Jesús derrama lágrimas por su amigo fallecido y consuela a Marta y María, que están profundamente consternadas. Sólo en Jesús encuentran alivio para su pena.

Estuve precisamente el 29 de julio, fiesta de Santa Marta, quien –por haber acogido al Señor en su casa y haberle preparado la comida y el descanso- es hoy el gran ejemplo cristiano de hospitalidad: es la patrona de la hostelería y también de las tareas domésticas. En honor a ellas, los franciscanos que guardan ese lugar santo nos obsequiaron con un generoso desayuno. También nos dieron una estampa con una oración a Santa Marta, que me emocionó:

Oh, Santa Marta dichosa, que tantas veces tuviste el honor y la alegría de hospedar a Jesús en el seno de tu familia, de prestarle personalmente tus servicios domésticos; tú, que juntamente con tus hermanos Lázaro y María, gozaste de su divina conversación, ruega por mí y por mi familia, para que en ella se conserve siempre la paz y el mutuo amor; que todos mis hijos vivan en la observancia de la Ley de Dios, y que sólo Dios reine en nuestro hogar. Libra a mi familia de toda desgracia espiritual o temporal, y concédeme la dicha de verlos unidos, en el cariño y en la sonrisa, bajo la mirada paternal de Dios; para volver a verles reunidos en el Cielo, y no separarnos nunca jamás”.

Inmediatamente me acordé de mi madre. Recé un buen rato por ella y por todas las madres del mundo que viven para hacer de su casa un hogar acogedor y alegre. También recé por quienes realizan las tareas domésticas en mi casa. Era el mejor lugar y el mejor día para hacerlo.

La película que mejor ha reflejado la vida familiar en Betania es, sin duda, “El hombre que hacía milagros”. En esa casa somos testigos del trato afectuoso del Maestro con cada uno. Primero, tiene lugar el encuentro con Lázaro, sellado con un gran abrazo y con una dulce exclamación: “¡Marta y María! Estoy deseando verlas”. A continuación, vemos que han preparado una pequeña fiesta para recibirle y, ya de noche, ríen alegremente durante la cena: es un momento de afecto y de intimidad. De repente, Lázaro interroga a su amigo: “No lo entiendo. Cuando murió José, te legó un buen juego de herramientas, un taller y buenos contactos en las grandes ciudades…”. Jesús le ve venir e intenta zanjar la cuestión: “Lázaro, debo ocuparme de una nueva obra”. Y María, sentada a sus pies, parece intuir lo que ha dicho sólo con medias palabras: “¿A eso te refieres cuando hablas del Reino?. El Maestro la mira con ternura y le sonríe: porque ha sabido descubrir su misión redentora.

Viene entonces la famosa queja de Marta, y el dulce reproche de Jesús: “Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas. Una sola cosa es necesaria…”. Momento sublime, con una sabia puesta en escena y una recreación fantástica. Aquí el cine ha sabido captar la magia de un pasaje evangélico y convertirla en una imagen cargada de emoción. Por favor, me gustaría que vierais ese breve momento (1’37”) y me dejarais un comentario personal. Así sabré si también a vosotros esta escena os dice tantas cosas de sabor familiar...

miércoles, 11 de abril de 2012

La Resurrección en el cine (4): "El hombre que hacía milagros" (2000)

En la misma línea de mostrar a un Jesús divino y humano, Redentor de los hombres y –a la vez- cariñoso y afable con todos, en el año 2000 se estrena en Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros. Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.

El filme presta una especial atención a la secuencia de la Resurrección y a los acontecimientos que siguieron. Mientras otras películas omiten esa parte (El Mesías) o la distorsionan por completo (Jesús de Montreal, Jesucristo Superstar), El hombre que hacía milagros le da una importancia capital en el conjunto del relato. Además, y en comparación con los demás filmes comentados en este serial sobre “La Resurrección en el cine”, aquí el desarrollo de esos acontecimientos abarca un metraje considerable y conjuga, en su narración, la fidelidad a las Escrituras con una integración creativa de las distintas escenas relatadas por S. Juan y S. Lucas.

En este filme vemos, de forma hilvanada, todos los sucesos de aquellas horas: María Magdalena encuentra la tumba vacía y se echa a llorar (Jn 20, 1). Entonces, una voz cálida a sus espaldas —que ella toma por la del hortelano— trata en vano de consolarla; hasta que le oye pronunciar su nombre, “¡María!”, y se vuelve conmovida porque ha comprendido que está ante Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Según le indica el Maestro, corre a contárselo a Pedro, y esto mueve al apóstol a acudir a la tumba (Jn 20, 2-7), aunque sin la compañía de Juan.

De regreso a Jerusalén, mientras medita en el sepulcro vacío, Pedro se encuentra con el Maestro (Lc 24, 34) y vuelve corriendo para contarlo a los demás apóstoles. Al llegar al cenáculo, vemos que acaban de llegar Cleofás y Jairo, y éstos relatan —se ve luego en dibujos animados— cómo Jesús se les ha aparecido en el camino a Emaús y les ha explicado las Escrituras, y cómo le han reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35). Tomás muestra entonces un escepticismo sarcástico frente a esos relatos, que juzga fantaseados... Y aquí corté la secuencia, para no hacerla demasiado larga. Lo que sigue es la repentina aparición de Jesús, que enseña sus manos a todos, y en especial a Tomás. El apóstol cambia su incredulidad por un sincero acto de fe (Jn 20, 36-41).

La concatenación de escenas -creando unidad en lo que eran cuadros sueltos- es lo que hace sublime, atractivo y dinámico el relato que este filme nos ofrece de toda la secuencia de la Resurrección.

(Para ver la secuencia, pinchar en el fotograma)

viernes, 6 de enero de 2012

La Navidad en el cine (15): El recuerdo de Belén en la vida de la Virgen

La Virgen guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). Todos los sucesos de la infancia de Jesús fueron, para su Madre, tema constante de meditación. Y el de Belén, más que ningún otro. Ésta es la idea que han querido reflejar dos filmes de muy variada orientación: mostrar al espectador hasta qué punto estuvo presente el recuerdo de Belén en la memoria de María.

En “El hombre que hacía milagros” (1999), el relato arranca cuando Jesús adulto, al regreso de un día de trabajo, comunica a su Madre que va a comenzar la obra que le encargó su Padre. Sin poder evitarlo, María recuerda dos escenas de la infancia de su Hijo en que esas mismas palabras sonaron en sus oídos. La primera es cuando se perdió en el Templo y le buscaron durante tres días. “¿Por qué me buscabais? –responde Jesús- ¿No sabíais que debo dedicarme a las obras de mi Padre?”. La segunda es la escena de Belén y la llegada de los Magos, que señalaba inequívocamente unos planes de Dios que el Niño venía a cumplir. Ahora, cuando está a punto de iniciar su vida pública, María recuerda todas esas cosas que guardaba en su corazón.




Un recuerdo similar de lo acontecido en Belén es lo que vemos en la miniserie Jesús (1999). El Señor ha regresado de los 40 días en el desierto y la Virgen se apresta a cuidarle para que se reponga. Después de tres días durmiendo, Jesús despierta y refiere a su Madre el sueño que ha tenido, en el que aparecía José. Ese recuerdo conmueve a María. Ella se dirige entonces a la ventana y ve a dos jóvenes –Juan y Andrés- que le aguardan fuera. “¿Qué quieren?”, pregunta. Y Jesús responde: “Ser mis seguidores. ¡Ja! Puede que no esté preparado, Madre”. Ante esta respuesta de tono irónico, María saca un pequeño cofre que tenía bien guardado: allí están, cubiertos con un paño, los regalos que trajeron los Magos. Recuerda a Jesús su llegada a Belén para adorarle, y comenta (evidenciando que ha meditado muchas veces esa escena): “Aquellos hombres no hubieran hecho un largo viaje siguiendo a aquella estrella si la Voluntad de Dios no les hubiera guiado”.


jueves, 28 de julio de 2011

"Jesús en el cine" (6): Año 2000: Jesús Dios y Hombre

A las puertas del tercer milenio, una nueva imagen de Jesús irrumpe en el cine. Una imagen más completa y equilibrada: Jesús es Dios, como veíamos en los filmes de los 60, pero también manifiesta un corazón humano. El cine es así fiel reflejo de su doble naturaleza: divina y humana.

El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS una miniserie dedicada a la vida de Cristo. Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing, contiene secuencias de gran fuerza y originalidad, entre las que destacan las tentaciones en el desierto, el Sermón de la Montaña, la elección de los apóstoles y la Última Cena. El filme refleja la divinidad de Cristo (sus milagros, su mensaje divino, su vocación redentora), pero acentúa los aspectos más humanos y afectuosos de Cristo: un Jesús que ríe y se divierte, que ama y que sufre, que quiere a sus apóstoles y se preocupa de todos con corazón humano.

Casi al mismo tiempo, se estrenaba en los Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros (2000). Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora. Se trata de un filme arriesgado, que exigía aunar, a un sofisticado desarrollo informático, las técnicas tradicionales de animación manual. El resultado sorprendió a la crítica: por la originalidad de su planteamiento y por la sencilla emotividad de la puesta en escena. Entre otras compañías, fue realizado por Icon Productions, la empresa de Mel Gibson, que tenía muchos motivos para contar con esmero la vida de Jesús. De hecho, hacía tiempo que estaba preparando el gran proyecto de su vida: La Pasión de Cristo, que finalmente sería estrenada en Cuaresma de 2004.

Cuando Mel Gibson anunció que iba a rodar una película sobre las doce últimas horas de Jesús, con todo el horror de la flagelación, y en las dos lenguas de la época (latín y arameo), le llovieron toda suerte de críticas. Muchos consideraron que el proyecto era una locura, algo completamente destinado al fracaso. Pero Gibson estaba decidido a hacer su película, así que puso de su bolsillo los 30 millones de dólares que iba a costar producirla y reunió al equipo necesario. Algunos dirigentes judíos, basándose en un guión tergiversado, lo tacharon de antisemita, pero él supo convencer a las autoridades judías y a la jerarquía católica de que su proyecto no iba contra nadie: “En mi película, todos los personajes buenos son judíos: Jesús, la Virgen, María Magdalena, Simón de Cirene, la Verónica, los apóstoles. No hay nada en ella que deje en mal lugar al pueblo judío”.

Al mismo tiempo, unos cuantos cineastas de Hollywood (los mismos que alababan Monster o Kill Bill) le acusaron de mostrar "violencia gratuita". Y Gibson tuvo que defenderse: “La pasión de Cristo fue así. No hay nada de violencia gratuita en esta película. Nos hemos acostumbrado a ver crucifijos bonitos colgados de la pared. Decimos: ‘¡Oh, sí! Jesús fue azotado, llevó su cruz a cuestas y le clavaron en un madero’, pero ¿quién se detiene a pensar lo que estas palabras significan?”.

La película mostraba la divinidad de Jesús y la presencia del diablo en ese largo Via Crucis, pero también su humanidad doliente, y —gracias a fugaces pero emotivos flash-bakcs— el amor a sus discípulos, la dulzura con su madre, la sencillez de un artesano. Lo más impresionante fue el impacto que el filme produjo en las audiencias. Algunos casos fueron especialmente llamativos, como el de un neonazi noruego que a la salida del cine confesó haber participado en dos atentados con bomba.

miércoles, 11 de mayo de 2011

La Resurrección de Cristo en el cine (7): "El hombre que hacía milagros" (2000)

En la misma línea de mostrar a un Jesús divino y humano, Redentor de los hombres y –a la vez- cariñoso y afable con todos, en el año 2000 se estrena en Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros. Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.

El filme presta una especial atención a la secuencia de la Resurrección y a los acontecimientos que siguieron. Mientras otras películas omiten esa parte (El Mesías), la reducen al mínimo (El Evangelio según San Mateo) o la distorsionan por completo (Jesús de Montreal, Jesucristo Superstar), El hombre que hacía milagros le da una importancia capital en el conjunto del relato. Además, y en comparación con los demás filmes comentados en este serial sobre “La Resurrección en el cine”, aquí el desarrollo de esos acontecimientos abarca un metraje considerable y conjuga, en su narración, la fidelidad a las Escrituras con una integración creativa de las distintas escenas relatadas por S. Juan y S. Lucas.

En este filme vemos, de forma hilvanada, todos los sucesos de aquellas horas: María Magdalena encuentra la tumba vacía y se echa a llorar (Jn 20, 1). Entonces, una voz cálida a sus espaldas —que ella toma por la del hortelano— trata en vano de consolarla; hasta que le oye pronunciar su nombre, “¡María!”, y se vuelve conmovida porque ha comprendido que está ante Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Según le indica el Maestro, corre a contárselo a Pedro, y esto mueve al apóstol a acudir a la tumba (Jn 20, 2-7), aunque sin la compañía de Juan.

De regreso a Jerusalén, mientras medita en el sepulcro vacío, Pedro se encuentra con el Maestro (Lc 24, 34) y vuelve corriendo para contarlo a los demás apóstoles. Al llegar al cenáculo, vemos que acaban de llegar Cleofás y Jairo, y éstos relatan —se ve luego en dibujos animados— cómo Jesús se les ha aparecido en el camino a Emaús y les ha explicado las Escrituras, y cómo le han reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35). Tomás muestra entonces un escepticismo sarcástico frente a esos relatos, que juzga fantaseados... Y aquí corté la secuencia, para no hacerla demasiado larga. Lo que sigue es la repentina aparición de Jesús, que enseña sus manos a todos, y en especial a Tomás. El apóstol cambia su incredulidad por un sincero acto de fe (Jn 20, 36-41).

La concatenación de escenas -creando unidad en lo que eran cuadros sueltos- es lo que hace sublime, atractivo y dinámico el relato que este filme nos ofrece de toda la secuencia de la Resurrección.

(Para ver la secuencia, pinchar en el fotograma)

viernes, 7 de enero de 2011

La Navidad en el cine (15): El recuerdo de Belén en la vida de la Virgen

La Virgen guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). Todos los sucesos de la infancia de Jesús fueron, para su Madre, tema constante de meditación. Y el de Belén, más que ningún otro. Ésta es la idea que han querido reflejar dos filmes de muy variada orientación: mostrar al espectador hasta qué punto estuvo presente el recuerdo de Belén en la memoria de María.

En “El hombre que hacía milagros” (1999), el relato arranca cuando Jesús adulto, al regreso de un día de trabajo, comunica a su Madre que va a comenzar la obra que le encargó su Padre. Sin poder evitarlo, María recuerda dos escenas de la infancia de su Hijo en que esas mismas palabras sonaron en sus oídos. La primera es cuando se perdió en el Templo y le buscaron durante tres días. “¿Por qué me buscabais? –responde Jesús- ¿No sabíais que debo dedicarme a las obras de mi Padre?”. La segunda es la escena de Belén y la llegada de los Magos, que señalaba inequívocamente unos planes de Dios que el Niño venía a cumplir. Ahora, cuando está a punto de iniciar su vida pública, María recuerda todas esas cosas que guardaba en su corazón.




Un recuerdo similar de lo acontecido en Belén es lo que vemos en la miniserie Jesús (1999). El Señor ha regresado de los 40 días en el desierto y la Virgen se apresta a cuidarle para que se reponga. Después de tres días durmiendo, Jesús despierta y refiere a su Madre el sueño que ha tenido, en el que aparecía José. Ese recuerdo conmueve a María. Ella se dirige entonces a la ventana y ve a dos jóvenes –Juan y Andrés- que le aguardan fuera. “¿Qué quieren?”, pregunta. Y Jesús responde: “Ser mis seguidores. ¡Ja! Puede que no esté preparado, Madre”. Ante esta respuesta de tono irónico, María saca un pequeño cofre que tenía bien guardado: allí están, cubiertos con un paño, los regalos que trajeron los Magos. Recuerda a Jesús su llegada a Belén para adorarle, y comenta (evidenciando que ha meditado muchas veces esa escena): “Aquellos hombres no hubieran hecho un largo viaje siguiendo a aquella estrella si la Voluntad de Dios no les hubiera guiado”.


jueves, 24 de junio de 2010

La amistad entre Jesús y S. Juan Bautista en el cine

De los personajes importantes que rodearon a Jesús, S. Juan Bautista es, probablemente, el que menos aparece en los Evangelios y en las películas sobre Jesucristo. Y, sin embargo, del que más se está hablando en los últimos años.

La Iglesia celebra hoy su nacimiento porque su madre Santa Isabel estaba embarazada de seis meses cuando la Virgen recibió el anuncio del Ángel y concibió por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 36). Como el nacimiento de Cristo se celebra el 24 de diciembre, el del Bautista quedó fijado seis meses antes de esa fecha.

A lo largo de la historia del cine, el personaje del Bautista ha sido interpretado por actores de muy diverso carisma, que han ofrecido de él un retrato también muy diverso. En “Rey de Reyes” (1961), un estirado Robert Ryan aparece en escena acartonado y solemne, haciendo muy poco creíble su personaje. Más fuerza tiene, sin duda, el encarnado por Charlon Heston en “La historia más grande jamás contada” (1965), que aflora en la pantalla con mucho mayor relieve. Aunque algo gritón y estridente en sus predicaciones, muestra una faceta más atractiva y valiente al enfrentarse a los romanos y al cantar las verdades al Gobernador adúltero; cuando los soldados van a arrestarle, se niega a aceptar la orden y hasta lucha contra los que van a sujetarle. Finalmente, en “Jesús de Nazaret”, Michael York encarnó a un Juan Bautista verdaderamente fiero e indomable; un auténtico león del desierto, fustigador incansable de las veleidades de Herodes con Herodías, que tiene en su favor un mayor tiempo de aparición en pantalla… aunque su personaje brilla con menos luz que el desarrollado por Heston.

En el Evangelio, la única escena que los une (al margen de las afirmaciones que cada uno hace sobre el otro: todas ellas importantes) es la del Bautismo del Señor. Y hay una película que ha reflejado esa secuencia con un sabor propio, verdaderamente genuino y original. Me refiero a “El hombre que hacía milagros”. Esta película saca a flote en esta escena la vida escondida que sin duda compartieron en su infancia. Muy sutilmente alude al parentesco entre ambos, y supone una lógica relación de sus madres cuando ambos eran niños. Si ambas conocían la identidad de Jesús y la del Bautista, si ambas sabían que los destinos de sus hijos iban a estar entrelazados; y, sobre todo, si ambas eran primas que habían vivido juntas el nacimiento del Bautista, ¿cómo no suponer que ambas debieron compartir largas e intensas confidencias.

En “El hombre que hacía milagros” vemos primero al Bautista que predica con fuerza el arrepentimiento y anuncia la llegada del Mesías: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego”. También acalra su misión de precursor a quienes le preguntan si es él el Mesías: “Yo soy la voz del que clama, el que abre camino en el desierto”. Cuando, de repente, ve llegar a Jesús, reconoce inmediatamente a su primo, que es también el Hijo de Dios; y su tono cambia y se dulcifica: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Anonadado, se resiste a bautizar a Jesús en el Jordán, y Jesús tiene que recordarle con ternura: “¡Juan!, ¡¡Juan!! Cuando éramos niños jugábamos junto a este río. Nuestras madres nos llamaban y corríamos hacia ellas. Las seguíamos”. El Maestro se detiene un segundo, y enlazando esas llamadas de las voces maternas con su actual vocación divina, concluye: “Ahora oigo otra llamada: la de mi Padre del Cielo. Y debo seguirla”. Aquí tenéis la escena: merece que le dediquéis un minuto para verla y otro más para escribir vuestros comentarios.

jueves, 17 de junio de 2010

Jesús y la Magdalena en el cine (4).- "El hombre que hacía milagros": la mujer poseída y liberada

Frente a la imagen negativa que los filmes habían dado de María Magdalena durante decenios (como mujer pecadora, desde los años 60 a los 90), en 1999 se produce una película de animación en 3D, “El hombre que hacía milagros”, que presenta de la Magdalena una imagen nueva y más acorde con los Evangelios: una mujer poseída por espíritus malignos (Lc 8,2) de la que Jesús expulsa siete demonios (Mc 16, 9).

En esta película, Sokolov nos la presenta ya en la primera secuencia, antes incluso de que conozcamos a Jesús. Jairo está paseando por Séforis con su hija Tamar (el personaje-narrador desde el que “vemos” toda la historia), y en un momento determinado aparece una mujer claramente desequilibrada: poseída por el demonio y con ciertos poderes pitonisos, parece conocer el interior de las personas, sus maldades. Los albañiles de la sinagoga se ríen de ella, e incluso el capataz la arroja al suelo de un empujón y enarbola un látigo para azotarla…

Algo le detiene. Una mano –la de Jesús- detiene su brazo y, en consecuencia, el injusto castigo. Así se nos presenta Jesús: es el personaje del perdón. Y, a través de los ojos de Tamar, vemos cómo el Señor la acoge y la ayuda a levantarse. Es el primer encuentro entre ellos dos.

miércoles, 9 de junio de 2010

Betania: un hogar amable y acogedor para Jesús

De todos los lugares que mencionan los Evangelios, hay uno que tiene siempre evocaciones alegres y familiares: Betania, la casa de Marta, María y Lázaro, donde Jesús se sentía particularmente querido. Yo he tenido la suerte de estar allí, en Betania, en la iglesia que hoy se levanta sobre la casa que habitaron los tres grandes amigos de Jesús. Estuve precisamente el 29 de julio, fiesta de Santa Marta, patrona de la hospitalidad y de las tareas domésticas. Este es el lugar en el que Jesús descansó ¡tantas veces!


A la izquierda se me ve con dos amigos (Pedro y Josep) en la verja que da acceso al empinado camino que conduce a la iglesia. Y debajo, junto a la tumba de Lázaro, donde Cristo le resucitó. A la derecha de esa imagen, tres fotografías apaisadas: el altar, con un retablo que recuerda la resurrección de Lázaro con las palabras de Jesús: “Ego sum Resurrectio et Vita”. Justo debajo, la entrada al recinto, que recuerda -¡en la lengua de Cervantes!- a la hermana hacendosa, Santa Marta, que hizo de aquella casa un hogar. Y, abajo del todo, un retablo con la leyenda: “Le dijo el Señor: ¡Marta, Marta! Te preocupas y te inquietas por muchas cosas” (Lc 10, 41).

Como ese día, 29 de julio, era el día de Santa Marta, los franciscanos que cuidan el lugar nos obsequiaron –a nosotros y a todos los visitantes– con un pequeño refrigerio. Antes, nos animaron a rezar por todas las personas dedicadas a las labores domésticas. Yo me acordé de mi madre, y también de las personas que llevan la administración de mi casa. Creo que nunca podré pagarles todo lo que ellas hacen con tanto cariño cada día. Recé por mi madre, por ellas, y por todas las madres del mundo. ¡Ojalá se valorase más su trabajo amoroso y escondido en esta sociedad tan utilitarista!

jueves, 25 de febrero de 2010

"Jesucristo en el cine": Entrevista en Canal Sur

 El pasado domingo día 20, dentro del programa “Testigos hoy” de Canal Sur 2, emitieron una entrevista de 13 minutos que me hicieron con motivo de la publicación de mi libro. Fue muy amena, muy grata, muy intensa. Hablamos -¡cómo no!- de por qué me metí a escribir ese libro, del interés creciente en Hollywood por la figura de Jesús, de las primeras películas y de su diferencia con las actuales…
De las películas más innovadoras y también de las que más aportan. De la figura del sacerdote en el cine. Del equilibrio entre fidelidad histórica y libertad creativa…
Finalmente, hablamos del blog. Ahí me acordé de todos vosotros. Y de vuestras aportaciones.
Espero que el resultado os satisfaga. Y agradeceré que me deis vuestra opinión: no os llevará más de un minuto.

jueves, 15 de octubre de 2009

Un Jesús cercano y amable

El hombre que hacía milagros” fue una gesta cinematográfica sin precedentes, que tardó más de cinco años en llevarse a cabo. Comenzó en 1995, con dos equipos de animadores trabajando simultáneamente a más de cuatro mil kilómetros de distancia (en Cardiff, Gales, y en Moscú, Rusia). Era la primera vez que un largometraje se hacía enteramente con la técnica claymation (de clay, arcilla, y animation), y eso supuso asumir un nivel de riesgo muy superior al de cualquier otra animación de la época.

Fue el sueño dorado de una joven productora rusa, Christmas Films, que habían fundado varios animadores del mítico estudio de animación estatal, Soyuzmultfilm, tras la caída de la URSS. Habiendo tenido que ocultar sus creencias cristianas mientras trabajaban allí, se decidieron a crear su propio estudio para desarrollar historias que reflejaran los valores de su Fe. Tras varios cortometrajes, su primer gran proyecto fue éste.

Lo más interesante y llamativo de la película es que, a pesar de contar la historia con figuras de barro, es capaz de construir una imagen entrañable de Jesús. La imagen de una persona muy cercana, que es siempre amable, sonriente, sin dejar de ser Dios. Es la primera vez que le vemos reír abiertamente en un filme, o bromear con sus amigos de Betania, o acariciar a los niños y besarlos.

Quizás por temor a representarlo demasiado humano —como si eso “disminuyera” su divinidad, o como si eso comportara verlo frágil, o incluso débil—, los anteriores filmes habían optado siempre por una imagen majestuosa, con actitudes y gestos de marcado hieratismo. En todas las películas anteriores Jesús se mantiene distante, diferente a nosotros. En ésta, por el contrario, sorprende la cercanía de Cristo: un amigo de los hombres de su tiempo; y, sobre todo, el amigo predilecto de los niños.

Frente a algunas visiones de los sesenta, que muestran respetuosamente a un Jesús lejano y solemne; y frente a las visiones humanizadas de los setenta, que retratan a un Jesús social y revolucionario, este filme continúa la línea de Jesús de Nazaret y logra un equilibrio aún más acendrado. Porque aquí el Maestro manifiesta en todas las secuencias un sorprendente buen humor. Es cariñoso, atento a los detalles; sabe cómo dirigirse a cada uno, cómo tratar a los niños y a los adultos, a los pobres y a las autoridades; sabe cómo y cuándo debe sonreír. Y todo, sin que nada nos haga olvidar que es Dios, al mismo tiempo.

El mérito principal de este logro debemos atribuirlo, sin duda, al brillante guión de Murray Watts, que con fina precisión define el carácter del Maestro; pero también contribuye el tono acertado de Joseph Fiennes en los diálogos, y el hecho de que ningún actor conocido dé vida al personaje: curiosamente, la figura de Jesús resulta más convincente y humana porque no se identifica con ningún actor de carne y hueso.

En este retrato humano de Jesús, cobran especial significación las relaciones humanas. Así, somos testigos del trato afectuoso del Maestro con Marta, María y Lázaro, sus grandes amigos de Betania. En esa casa presenciamos la escena más distendida de todo el filme. Jesús ha sido invitado a hospedarse con ellos, y ya de noche, ríen alegremente durante la cena. En un momento, la conversación se vuelve íntima, y Lázaro aprovecha la ocasión para sondear a su amigo: “No lo entiendo. Cuando murió José, te legó un buen juego de herramientas, un taller y buenos contactos en las grandes ciudades…”.

Jesús le ve venir e intenta zanjar la cuestión: “Lázaro, debo ocuparme de una nueva obra”. Pero María, sentada a sus pies, da un giro a la conversación: “¿A eso te refieres cuando hablas del Reino?”. El Maestro la mira con ternura y le sonríe, porque el amor de esa mujer ha sabido descubrir su verdad más honda. Con ese gesto de tono trascendente podría haber concluido la escena; pero el filme, que nunca deja a un lado la humanidad de Cristo, enlaza ese momento místico con una broma simpática. Lázaro, que no se resigna a perder de vista al amigo, añade en tono lastimoso: “¡Sí, el Reino de Dios! Pero la última vez que viniste nos arreglaste la puerta…”. Y Jesús, con una alegre sonrisa, aprovecha esa frase para cerrar definitivamente el diálogo: “Espero, al menos, que la puerta siga abriendo bien”.

Por otra parte, la película desarrolla también la relación del Señor con Juan Bautista: su delicada y amistosa relación familiar se pone de relieve en la escena del Bautismo. Cuando éste se resiste a bautizarle en el Jordán, Jesús le recuerda con ternura: “¡Juan!, ¡¡Juan!! Cuando éramos niños jugábamos juntos en este río. Nuestras madres nos llamaban y corríamos junto a ellas”. El Maestro se detiene un segundo, y enlazando el recuerdo de las voces maternas con su actual vocación divina, concluye: “Ahora oigo otra llamada: la de mi Padre del Cielo. Y debo seguirla”.

jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Literalidad o fidelidad a los Evangelios?

Muchas veces me he encontrado con espectadores que salen decepcionados tras la contemplación de un filme sobre Jesucristo. Sus quejas suelen incidir en la falta de fidelidad a los textos sagrados: “¡Se han comido escenas importantes! ¡Y han añadido diálogos que no están en los Evangelios! Pero lo peor es que han juntado dos escenas en una…”.

Antes de responder a esos espectadores desilusionados, conviene tener en cuenta que adaptar la vida de Jesús a la pantalla supone una nueva creación —más bien, una “re-creación” — a partir del texto original. No se puede ser “fiel al texto” en sentido estricto, porque no es en modo alguno una simple “traducción del texto a la imagen” (por bella y usual que esta metáfora resulte).

La conversión del Evangelio original griego a una lengua vernácula sí es una traducción: una traducción “interlingüística”, no exenta de riesgos y de posibles desviaciones del significado, pero una traducción en sentido estricto, y en ella puede evaluarse la fidelidad palabra por palabra. Pero adaptar un relato evangélico al cine, al igual que cuando se adapta una novela o una obra de teatro, exige un proceso de reescritura y conversión de códigos expresivos que transforma el texto original en algo totalmente distinto.

Aquí se opera una traducción “intralingüística” (entre lenguas o códigos distintos), que suele requerir cambios drásticos:

- desde recortes en la historia (la exhibición de los filmes exige una duración limitada a unas dos horas, mientras que cualquier Evangelio se lee en no menos de 6 ó 7) hasta el diseño de una continuidad narrativa (enlazando los pasajes aislados que presentan los textos sagrados);
- desde la supresión de personajes secundarios (para centrar el argumento en sólo 15 ó 20, los que un espectador medio puede recordar) al cambio de foco narrativo (una niña, un apóstol) y así matizar la figura del “narrador omnisciente”, habitual en las Escrituras.

Y todo esto sin tener en cuenta la necesidad de transformar los pensamientos de Jesús y de los personajes en detalles visuales o acciones concretas. Así pues, la deseada fidelidad a los Evangelios nunca puede ser traslación pasaje a pasaje y frase a frase, sino que exige una reinterpretación personal de todo el relato, cuestión que afecta a la película en su conjunto.

Todo esto tiene un presupuesto: que se quiera contar la vida de Jesús y no una historia inventada; pero esto segundo debe advertirse con claridad a la audiencia, no haciendo pasar por retrato de Jesús lo que es pura fantasía.

Con ese presupuesto, cabe desarrollar creativamente lo que los Evangelios no cuentan y recortar o refundir cuando sea necesario. Pero, para que pueda considerarse fiel, el filme debe mantener estos tres principios:

1. Respeto a los textos sagrados, sin manipular los diálogos ni las acciones.
2. Coherencia de lo imaginado con lo que narran los Evangelios.
3. No omitir pasajes esenciales para la comprensión de la vida –o el fragmento de vida- que se desea contar sobre Cristo.


Así, una película de animación y contada desde el punto de vista de una niña –es el caso de El hombre que hacía milagros (1999), del que muestro el cartel- está considerada entre las más fieles al espíritu del Evangelio, no obstante sus profundas transformaciones narrativas. Mañana, en cambio, contaré el caso de otra cinta que, a pesar de su apariencia realista, suscitó cierta polémica por tan solo pequeños cambios en los diálogos.