jueves, 28 de julio de 2011

"Jesús en el cine" (6): Año 2000: Jesús Dios y Hombre

A las puertas del tercer milenio, una nueva imagen de Jesús irrumpe en el cine. Una imagen más completa y equilibrada: Jesús es Dios, como veíamos en los filmes de los 60, pero también manifiesta un corazón humano. El cine es así fiel reflejo de su doble naturaleza: divina y humana.

El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS una miniserie dedicada a la vida de Cristo. Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing, contiene secuencias de gran fuerza y originalidad, entre las que destacan las tentaciones en el desierto, el Sermón de la Montaña, la elección de los apóstoles y la Última Cena. El filme refleja la divinidad de Cristo (sus milagros, su mensaje divino, su vocación redentora), pero acentúa los aspectos más humanos y afectuosos de Cristo: un Jesús que ríe y se divierte, que ama y que sufre, que quiere a sus apóstoles y se preocupa de todos con corazón humano.

Casi al mismo tiempo, se estrenaba en los Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros (2000). Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora. Se trata de un filme arriesgado, que exigía aunar, a un sofisticado desarrollo informático, las técnicas tradicionales de animación manual. El resultado sorprendió a la crítica: por la originalidad de su planteamiento y por la sencilla emotividad de la puesta en escena. Entre otras compañías, fue realizado por Icon Productions, la empresa de Mel Gibson, que tenía muchos motivos para contar con esmero la vida de Jesús. De hecho, hacía tiempo que estaba preparando el gran proyecto de su vida: La Pasión de Cristo, que finalmente sería estrenada en Cuaresma de 2004.

Cuando Mel Gibson anunció que iba a rodar una película sobre las doce últimas horas de Jesús, con todo el horror de la flagelación, y en las dos lenguas de la época (latín y arameo), le llovieron toda suerte de críticas. Muchos consideraron que el proyecto era una locura, algo completamente destinado al fracaso. Pero Gibson estaba decidido a hacer su película, así que puso de su bolsillo los 30 millones de dólares que iba a costar producirla y reunió al equipo necesario. Algunos dirigentes judíos, basándose en un guión tergiversado, lo tacharon de antisemita, pero él supo convencer a las autoridades judías y a la jerarquía católica de que su proyecto no iba contra nadie: “En mi película, todos los personajes buenos son judíos: Jesús, la Virgen, María Magdalena, Simón de Cirene, la Verónica, los apóstoles. No hay nada en ella que deje en mal lugar al pueblo judío”.

Al mismo tiempo, unos cuantos cineastas de Hollywood (los mismos que alababan Monster o Kill Bill) le acusaron de mostrar "violencia gratuita". Y Gibson tuvo que defenderse: “La pasión de Cristo fue así. No hay nada de violencia gratuita en esta película. Nos hemos acostumbrado a ver crucifijos bonitos colgados de la pared. Decimos: ‘¡Oh, sí! Jesús fue azotado, llevó su cruz a cuestas y le clavaron en un madero’, pero ¿quién se detiene a pensar lo que estas palabras significan?”.

La película mostraba la divinidad de Jesús y la presencia del diablo en ese largo Via Crucis, pero también su humanidad doliente, y —gracias a fugaces pero emotivos flash-bakcs— el amor a sus discípulos, la dulzura con su madre, la sencillez de un artesano. Lo más impresionante fue el impacto que el filme produjo en las audiencias. Algunos casos fueron especialmente llamativos, como el de un neonazi noruego que a la salida del cine confesó haber participado en dos atentados con bomba.

lunes, 25 de julio de 2011

"Jesús en el cine": (5) Fines de los 80: La polémica

El filme de Zeffirelli, Jesús de Nazaret (1977), había relanzado la figura de Jesús en el cine. Miles de personas en todo el mundo volvieron a las salas de cine gracias a esta película. Y una década después, la propuesta de Damiano Damiani, Una historia que empezó hace dos mil años (1986), siguió por la misma senda. Sin embargo, poco tiempo después surgió la polémica.

A finales de los ochenta, dos películas cuestionaron abiertamente la divinidad de Jesús. La primera de ellas fue La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese. Deliberadamente transgresora, basada no en los Evangelios sino en la novela de Kazantzaki, el argumento se aleja de un Mesías divino y opta por dibujar un Jesús humano, débil y sometido a tentaciones, e inmerso en la duda acerca de su condición divina. Plantea lo que hubiera sucedido si no hubiera sido Dios; si —en la cima del Gólgota— su misión hubiera terminado y se convirtiera en un hombre de carne y hueso. No hay ya crucifixión, ni Redención, y sí una vida humana con esposa e hijos, con dolor, miedo e incluso con pecado. En síntesis, una película iconoclasta, enfrentada con el dogma cristiano, que sólo consiguió lo que pretendía: el escándalo.

Al año siguiente, apareció otra “interpretación” polémica de la vida de Cristo: Jesús de Montreal (1989), dirigida por Denys Arcand. Esta cinta trasladaba el relato evangélico a nuestra época, planteando el intento de un joven actor —se le supone en el lugar de Jesús— de poner en escena el relato de la Pasión en los jardines de una basílica canadiense. El filme quedó apenas en una caricatura escéptica de la vida del Señor por una visión ácida —fuertemente crítica con la Iglesia— que impregna todo el guión: más que la vida de Jesús, lo que vemos en pantalla es una amarga denuncia del materialismo de nuestra sociedad y del fariseísmo de algunos eclesiásticos. Jesús es sólo un pretexto: su biografía apenas cuenta en el relato.

Tras estos dos filmes, que provocaron ríos de tinta en las publicaciones de la época, la vida de Jesús desaparece del cine durante una década. Para encontrar los siguientes proyectos habrá que esperar hasta el final del milenio; pero entonces aparece una nueva imagen de Jesús.

Ya no es el Jesús lejano, hierático y excesivamente solemne (para subrayar su divinidad) que vimos en los años cincuenta y sesenta. Tampoco el revolucionario, dubitativo y únicamente humano que vimos en los setenta y ochenta. A las puertas del tercer milenio, la nueva imagen de Cristo resulta mucho más completa y equilibrada: un fiel reflejo de su doble naturaleza divina y humana.

miércoles, 20 de julio de 2011

"Jesús en el cine": (4) Años 70: Respuesta desde la Fe

Tras la imagen “revolucionaria” de Jesucristo Superstar y Godspell, la segunda mitad de los setenta ofreció una imagen distinta, más emotiva y personal, de la figura de Cristo.

En 1975 se estrenó en París la película italiana El Mesías, de Roberto Rossellini. La cinta fue enaltecida por un sector de la crítica (como nueva “expresión cinematográfica”) y poco valorada en los círculos cristianos, ya que el neorrealismo del director le lleva a tratar a Jesús desde una perspectiva meramente humana, olvidándose de los milagros y de casi todas las referencias sobrenaturales. La figura que ofrece de Jesús es la de un “Maestro sabio”, de cuya palabra —más que de su vida o de sus acciones— procede la fuerza redentora, la trascendencia y el sentido de realizar una misión divina como Enviado del Padre.

Mientras tanto, y tras aquellas películas que habían humanizado y distorsionado la figura de Jesús, surgió en algunos ambientes la necesidad de ofrecer una visión más fiel de su vida y su doctrina. La gran contestación a todas esas cintas anteriores fue una gran producción europea (italo-británica: la RAI y la televisión inglesa unidas) dirigida por Franco Zeffirelli: Jesús de Nazareth (1977).

La película, cuyo proyecto empezó a fraguarse en el verano de 1973, tardó casi cuatro años en llevarse a cabo. Ya sólo el rodaje, entre Marruecos y Túnez, se alargó durante dos años, y en su producción colaboraron varias empresas multinacionales. La brillante puesta en escena del director encontró su réplica en el personaje de Jesús, interpretado por un Robert Powell ciertamente inspirado, cuya imagen de Cristo ha quedado en la memoria de toda una generación. Powell consigue una interpretación llena de verosimilitud: parecía que había nacido para interpretar aquel papel.

Al mismo tiempo, otro aspecto enormemente interesante reside en los retratos de los apóstoles, plasmados con gran realismo. De hecho, el argumento tiene relieve por las subtramas añadidas de cada uno de ellos: el relato de su encuentro con Cristo y su integración en el colegio apostólico. Esta línea argumental conduce el tema de la vocación divina: la llamada personal que Dios hace a cada hombre. Dentro del conjunto, y por su proyección en el argumento, destacan las historias de Pedro y de Mateo.

En síntesis, el Jesús de Nazareth de Zeffirelli fue una cinta muy alabada por la Iglesia católica italiana, que la recomendó a sus fieles, mientras fue rechazada por algunos sectores puritanos, que la acusaban de mostrar a un Jesús demasiado humano. Para la inmensa mayoría, fue la más completa y hermosa biografía de Jesús hasta esa fecha: por su delicada fidelidad a los evangelios, y por el amable retrato del Redentor.

Finalmente, en 1986 se estrena Una historia que empezó hace dos mil años (1986), del italiano Damiano Damiani. En ella, el emperador Tiberio envía a Palestina a su funcionario Tauro para investigar qué fue del cuerpo de Jesús de Nazareth, "crucificado varios años antes y del que corre la historia de que ha resucitado". Pretendía ser una reflexión objetiva sobre el misterio de la Resurrección de Cristo, pero el filme no acaba de convencer desde el punto de vista artístico: la interpretación de los actores dejó un poco que desear.

Con estos filmes, el Séptimo Arte parecía decantarse por el retrato amable y divino de Jesús. Pero a finales de los ochenta volvió el empeño por dibujar un Jesús humano, carente de toda divinidad…

lunes, 18 de julio de 2011

"Jesús en el cine": (3) Años 70: ¿Un Jesús revolucionario?

Un aviso de que los tiempos estaban cambiando fue la película El Evangelio según San Mateo (1964), del director Pier Paolo Pasolini, que trataba de aunar, en el relato, la visión cristiana y la marxista. Con muy pocos medios, la cámara al hombro y actores no profesionales —en el mejor estilo del «cinema verité»—, el director italiano trató de ofrecer una imagen más austera, acorde con los Evangelios, de la biografía de Cristo; más austera y, por tanto, menos edulcorada que las precedentes.

Por eso la ambientación, entre medieval, bizantina y renacentista, es deliberadamente simbólica. Siguiendo al pie de la letra el evangelio de San Mateo —aunque hurtando dos pasajes claves de ese texto: la designación de Pedro como cabeza de la Iglesia, y el discurso sobre el Juicio final—, Pasolini rodó una de las versiones más celebradas por la crítica, aunque ambigua en su retrato del Señor.

Después de esta película, y con el agitado mar de fondo de los sesenta, los productores juzgaron que no era el momento para películas de corte religioso. El estallido de mayo de 1968, y las protestas en la Plaza de San Pedro contra la Humanae Vitae, hicieron que algunos guiones sobre la vida de Jesús se guardasen en el baúl de los recuerdos, a la espera de mejores oportunidades. Habría que cruzar el umbral de los setenta, para que el rostro de Jesús volviera a reflejarse en las películas sin temor a un rechazo laicista.

Pero el rostro que ahora aparece es bien distinto del anterior. Se trata de una aproximación más terrena, centrada en el mensaje social de un Mesías temporal, más bien un revolucionario, que surge en las pantallas fruto de una nueva sensibilidad religiosa. El Jesús de los setenta se nos muestra siempre deliberadamente ambiguo: ¿es Dios, es un rebelde o es un farsante? No lo sabremos. Sólo se nos muestra que Jesús, no obstante su firmeza y capacidad de liderazgo, parece ir como dando tumbos, a la búsqueda de su identidad.

La primera de estas películas fue Jesucristo Superstar (1973), dirigida por Norman Jewison y basada en un musical de Andrew Lloyd Weber. Con un Jesús escasamente redentor, que flirtea con María Magdalena y basa su mensaje en los buenos sentimientos, la película consagró esa imagen hippie de Jesús, una imagen contestataria y anti-stablishment que quedaría grabada en la mente de toda una generación de jóvenes.

Lo más llamativo de ella es que Jesús no aparece como Dios, sino como un líder, como una “super-estrella”. De ahí que el tema central de la cinta, tanto narrativo como musical, sea la pregunta sobre su identidad: “Jesus Christ, Jesus Christ, / who are you? What have you sacrificed?”. Pregunta que Jesús esquiva durante todo el metraje y que queda finalmente sin respuesta, aún más oscurecida por la omisión del pasaje de la Resurrección.

La segunda película, que siguió la estela de su predecesora, fue Godspell (1973), de David Green. Inspirada en Jesucristo Superstar, pero de producción más modesta, su mensaje resultó muy similar en todos los terrenos: ideológico, artístico, etc. Al enorme parecido formal —era también una adaptación al cine de una obra musical— se unía una misma imagen de Jesús, rebelde e inconformista. Y aunque estaba basada en el evangelio de San Mateo, acabó siendo una mera ilustración, con canciones, de algunos pasajes de ese texto. Los protagonistas eran jóvenes rebeldes ambientados en el moderno Manhattan.

Hacía falta una nueva imagen, que llegaría pocos años despues.

viernes, 15 de julio de 2011

"Jesús en el cine": (2) Hollywood, años 60: El rostro de Cristo

En el primer lustro de los años sesenta, continúan las superproducciones norteamericanas sobre la vida del Señor. Pero algo ha cambiado. Frente al Jesús solitario y distante, del que sólo vemos una mano o apenas su sombra; frente a ese puritanismo de Hollywood, que evitaba toda representación "humana" de Cristo para subrayar sobre todo su divinidad, en la nueva década comienzan a hacerse películas en que vemos el rostro de Cristo, y su figura, y sus discursos.

Pero lo vemos desde una posición excesivamente rígida y solemne, para enfatizar la naturaleza divina de Cristo. Con esto hemos dado un paso, pero aún falta mucho para ver a Cristo en el cine como fue en la realidad: Dios y a la vez Hombre, alguien con un corazón como el nuestro, que amaba a sus discípulos, que se preocupaba por los que le seguían, que lloraba por la muerte de Lázaro o que se conmovía ante la viuda de Naím.

En 1961 Nicholas Ray produce su inolvidable Rey de Reyes, rodada en su mayor parte en España con la dirección artística de Gil Parrondo. Inspirada más en los libros de Tácito que en los Evangelios, sitúa la vida de Jesús en el contexto político de la dominación romana, y en ella Ray aprovecha para ilustrar sus temas favoritos: el debate interior del hombre entre acción y contemplación, el inconformismo frente al orden establecido, la libertad como guía personal. Es respetuosa con las Escrituras y fiel al mensaje de Cristo, pero es más un pretexto para ofrecer una visión personal de la religión que una re-creación de la vida de Jesús.

Al año siguiente, Richard Fleischer dirige Barrabás (1962), basada en una novela de Par Lagerkvist. La historia se centra en el personaje del malhechor (interpretado por Anthony Quinn) que fue liberado por Poncio Pilato en lugar de Jesús. Esta figura del ladrón nos es presentada con realismo, como un hombre violento y asesino, pero cuya existencia queda marcada para siempre por la obsesión de que un hombre bueno, al que muchos creían Hijo de Dios, sufrió la muerte miserable a la que él estaba condenado.

El ciclo se cierra tres años más tarde, con la aparición de La Historia más grande jamás contada (1965), de George Stevens, que alcanzó enorme popularidad y obtuvo cinco nominaciones a los Óscars. Max von Sydow, como protagonista, creó una imagen un tanto mística y atormentada de Jesús, con los ojos mirando al infinito y una extrema solemnidad en el hablar, que influyó muchísimo en las futuras representaciones de Cristo.

Con esta película terminó la etapa de las grandes superproducciones. Habrían de pasar varios años antes de que Jesús volviera a las pantallas de cine. Pero entonces lo haría de otro modo, con otra imagen, con otra significación. Es una visión distinta, más hippie, más humana y sociopolítica, la que el cine de los setenta ofrecerá sobre la vida de Cristo: Godspell, Jesucristo Superstar, etc...

lunes, 11 de julio de 2011

"Jesús en el cine": (1) Hollywood, años 50: un Dios sugerido

En Hollywood, a principios de los cincuenta, vuelve el cine religioso que había triunfado en los años 10 y 20: Christus (Antamoro, 1915), Intolerancia (Griffith, 1916), I.N.R.I. (Wiene, 1923), Los diez mandamientos (DeMille, 1923), Ben-Hur (Niblo, 1925), Rey de Reyes (DeMille, 1927). Solo que ahora vuelve con más esplendor que el de antaño: grandes estrellas, impresionantes decorados y una espectacularidad que recuerda aquella primera época de DeMille.

Son películas llenas de pietismo y sensibilidad, aunque sólo parcialmente tratan sobre la vida de Cristo. En ellas -y esto es lo definitivo- Jesús aparece casi siempre en solitario y frecuentemente de espaldas. Por tradición puritana o por miedo a no reflejar adecuadamente su imagen, el rostro del Señor es hurtado a la mirada de los espectadores y aparece distante, como en un trasfondo misterioso.

De esa época es la cinta Quo Vadis? (1951), remake de un filme italiano de 1912, que narra la tantativa de huida de Pedro de la Ciudad Eterna durante la persecución a los cristianos. Dos años más tarde Henry Koster rueda La túnica sagrada (1953), la primera película filmada en Cinemascope, que obtuvo cinco candidaturas a los Oscar, incluidos los de mejor película y mejor actor (Richard Burton). Burton interpreta a Marcelo Gallo, el centurión romano encargado de supervisar la crucifixión, cuya vida cambia para siempre cuando, al pie de la cruz, gana la túnica de Cristo en un juego de apuestas. Su acertada narración, y un reparto selecto que incluye a Victor Mature y Jean Simmons, hacen de ella una de las películas religiosas más renombradas de la historia del cine, aunque sólo tangencialmente nos habla de Cristo.

Todavía en la década de los cincuenta, aparece Ben-Hur (1959), una gigantesca producción de casi cuatro horas, remake del filme de Niblo, que batió todos los récords de taquilla en el mundo entero y llegó a ser la cinta más oscarizada de la historia: once estatuillas, incluyendo las de mejor película, mejor director (William Wyler) y mejor actor (Charlon Heston). El personaje de Judá Ben Hur, injustamente condenado a galeras, encuentra ayuda y consuelo en un Jesús de Nazaret al que nunca llegamos a ver (tan solo su sombra, o de espaldas, o de muy lejos), y con el que volverá a encontrarse en la subida al Calvario y en las escenas de la crucifixión: un encuentro que le permitirá convertirse, volver a la fe perdida y recuperar a su madre y a su hermana, enfermas de lepra.

Con esa distancia se mostró en los años 50 el rostro de Jesús. Poco después, el rostro de Cristo se mostrará clara y directamente, sin sombras ni distancias. Pero eso será a la vuelta de los años sesenta. Y ese será ya otro Jesús...

miércoles, 6 de julio de 2011

Estreno en diciembre de "Süskind": el Schindler holandés que salvó 1.200 niños judíos de la furia nazi (2)

Én la red de Ámsterdam, dirigida por Meerburg, solo colaboraba otro hombre pero había casi 20 chicas, que podían ir por las calles con niños. Los adultos jóvenes, en cambio, corrían riesgo de ser reclutados para trabajar en Alemania, o enviados al frente. Meerburg tenía un pase "falso pero muy bueno" de encargado de reparaciones del tren, lo que le permitía recorrer el país en tren con mensajes, en una época en que casi no circulaban coches debido a la guerra. Pero eran las chicas quienes colocaban a los niños en las casas o colegios.

Los hogares de acogida eran todos cristianos. "Yo trabajaba con gente como Walter Süskind (en la foto, con su hija) y Felix Halverstad, judíos que trabajaban para el Auswanderung -la Oficina para Emigración Judía-, muy valientes, enviaban los niños a la guardería, y luego nos pedían que nos los lleváramos, y al mismo tiempo consiguieron hacer que salieron muchos adultos, falsificándoles papeles. Hicieron un trabajo maravilloso, eran fabulosos, y en su posición hacer eso era jugarse el cuello cada segundo", afirma Meerburg.

La red no entregaba ninguna documentación a los niños, que debían estar simplemente ocultos. Las chicas implicadas en la red visitaban a veces las casas de acogida, pero menos de una vez al mes. A veces, pocas, estudiantes judías escondidas se responsabilizaban de algunas casas.

"A los niños les encantaba la Iglesia Católica"

Meerburg especifica que las casas de acogida "nunca eran de familias ricas, siempre eran pobres. Eso es lo raro. Gente con los pies sobre la tierra, muy noble, buena gente. A veces, gente religiosa. Pero nunca en familias con dinero".

Meerburg detalla además que encontraban a esas familias valientes gracias a ministros protestantes y sacerdotes católicos. "Tanto los católicos como la Iglesia Reformada ayudaron enormemente", declara en su informe al Museo del Holocausto de EEUU.

"Negociamos con el obispo de Utrecht que los niños no serían bautizados. Por supuesto, esos niños tenían que ir a la iglesia con los otros niños. De otra forma, despertarían sospechas. Y a los niños les encantaba la Iglesia Católica. Realmente es un gran espectáculo. Así que siempre existía el peligro de que los niños quisieran bautizarse y a algunos de los pastores les habría encantado hacerlo, pero el obispo lo tenía absolutamente prohibido. En Tienray, donde teníamos 120 niños, no hubo ni un bautizo. Hubo algún caso, claro, en que algún párroco desobedeció las órdenes del obispo y bautizaron a alguno, pero fueron casos absolutamente mínimos".

Familias separadas

La red sacaba niños de la guardería frente al Teatro Judío, pero no era la única procedencia de los niños. Había judíos adultos que querían esconderse y no podían hacerlo con los niños, así que los entregaban a la red. "Si lo piensas ahora, como padre o abuelo, era absolutamente inhumano separar al niño de los padres, y pienso que si lo pudimos hacer es porque éramos muy jóvenes y aún no teníamos hijos nosotros mismos", afirma el holandés.

Más aún, casi siempre tenían que separar a los hermanos: esconder dos niños era el doble de peligroso que uno solo, y las casas de acogida casi siempre se ofrecían a ocultar solo un niño.

Además, una regla absoluta de la red es que los padres nunca sabían donde se ocultaba el niño. "Yo mismo no conocía todas las direcciones, sólo algunas, teníamos tres listas distintas y solo si juntabas las tres listas podías encontrar a los niños, así que ninguno podía traicionar a los niños: ni yo, ni mi colega ni las chicas. Había una regla en la resistencia: que durante las primeras 24 horas detenido no podías traicionar a nadie ni decir nada y que después ya sí podías, porque para entonces todo el mundo conectado contigo ya habría cambiado de lugar".

De este grupo, sólo dos chicas fueron detenidas, enviadas al campo de Ravensbruck y aún así sobrevivieron. Los cuatro grupos implicados en Holanda lograron ocultar unos 1.200 niños.


(Vía: Forum Libertas)

lunes, 4 de julio de 2011

Estreno en diciembre de "Süskind": el Schindler holandés que salvó 1.200 niños judíos de la furia nazi (1)

El director holandés Rudolf Van den Berg acaba de rodar en Rumanía "Süskind", un filme basado en la historia del judío alemán Walter Süskind (ver fotografía), quien como gestor de las deportaciones de Ámsterdam parecía ser un colaboracionista con los nazis, pero que a escondidas salvó a más de 1.200 niños con ayuda de organizaciones cristianas.

La historia de Süskind, que murió en Auschwitz, fue conocida por muy pocas personas, aunque a partir de los años 90 empezó a divulgarse y en 2005 se rodó sobre él un documental estadounidense llamado "Secret Courage: The Walter Süskind Story".

Süskind nació en Alemania en 1906; como muchos otros judíos, huyó con su familia del nazismo alemán y llegó en 1938 a Holanda. Encontró un buen trabajo como director de empresa para reunir dinero y marchar a Estados Unidos, pero la invasión alemana de Holanda en 1940 le atrapó.

En 1942, los nazis obligaban a los mismos judíos a organizar toda la gestión de su deportación, en teoría a "campos de trabajo", a ser "mano de obra en Alemania para el esfuerzo bélico" y Süskind dirigía el centro de concentración del Teatro Judío de Ámsterdam. Como era alemán y dominaba el idioma y las costumbres alemanas, se ganó la amistad de las autoridades militares germanas con regalos, chistes y adulación.

Fue entonces cuando contactó con 4 redes distintas de la resistencia holandesa para entregarles niños a escondidas. Los niños se ocultaban en internados católicos o en familias cristianas, por lo general pobres y en el campo.

"Süskind preguntaba a los padres si estaban de acuerdo. Era un gran dilema para ellos. Algunos no querían, a otros les parecía una buena idea para salvarlos", explica a Efe el holandés Jeroen Koolbergen, uno de los productores del largometraje Süskind, rodado en parte en Rumanía y en el Teatro Judío de Bucarest.

"Süskind trabajó codo con codo con altos oficiales alemanes, jugó el juego de los alemanes, les hizo creer que eran amigos pero mientras les estaba engañando. Sin embargo, muchos judíos solo conocieron esa amistad, no se dieron cuenta de la otra parte", declara el productor.

Süskind murió en el campo de exterminio de Auschwitz o inmediatamente después. Su mujer y su hija fueron gaseadas nada más llegar al campo de Birkenau.


La red de Ámsterdam

En 1990, Adina Conn, investigadora del Museo Memorial del Holocausto en Estados Unidos, entrevistó a uno de los organizadores de la red que salvaba niños en Holanda, Pieter Adriaan Meerburg, quien explicó su funcionamiento. Meerburg nació en 1919 cerca de Utrecht, una zona con poca presencia judía, de los que Meerburg apenas sabía nada; en 1940 pasó a Amsterdam para estudiar su segunda carrera. Para entonces, la ciudad, donde siempre hubo bastantes judíos, estaba llena de refugiados judíos llegados de Alemania y Austria. Las leyes anti-judías iban promulgándose poco a poco, de forma paulatina, y los ocupantes alemanes, durante el primer medio año, se mostraban poco agresivos. "Fue en verano de 1942, cuando empezaron las razzias de verdad, cuando el sentimiento popular contra los alemanes se extendió de verdad", afirma Meerburg.

"Junto con unos estudiantes de Utrecht organizamos una organización para salvar tantos niños judíos como pudimos. Nos especializamos solo en niños, no en adultos", explica. Los adultos los derivaban a otras organizaciones. La red funcionó desde 1942 hasta mayo de 1945.

Justo enfrente de los locales del Teatro Judío estaba una gran guardería que se usaba como centro de día para los niños judíos. Süskind podía enterarse de a qué familias iban a deportar, hablaba con los padres y les proponía esconder a los hijos. Voluntarias de la red los sacaban escondidos en bolsas o de cualquier otra manera mientras Süskind distraía a los guardias. En apenas un año había dos redes independientes, una centrada en Utrecht y otra en Ámsterdam, que escondía a estos niños. Luego llegaría a haber cuatro.

(Vía: Forum Libertas. Continuará pasado mañana)