domingo, 15 de noviembre de 2015

La influencia del cine en los valores y estilos de vida

Cuando oímos hablar de la “influencia del cine”, es fácil que asome a nuestro ánimo el escepticismo: “¡Otra vez la visión tremendista sobre las películas! Siempre con el mismo cuento…”. En realidad, rara vez se ha hablado de ello en profundidad, desde una perspectiva antropológica.

Ciertamente, el cine ha actuado siempre, desde sus orígenes, como un modelo conformador de actitudes y estilos de vida, como un espejo en el que todos nos miramos para decidir nuestros modelos y nuestras pautas de comportamiento a partir de una determinada percepción de la realidad. Veamos algunos ejemplos.

Una película como Amadeus (1984) cambió por completo la imagen cultural que de Mozart tenía el gran público; lo convirtió en un genio infantil, creador de obras sublimes y, a la vez, inmaduro y zafio. Para el 98% de los espectadores, que jamás tendrán acceso a una biografía del músico, esa es “la verdad” sobre Mozart, la imagen de la que ya nunca podrán liberarse.

Está también el caso de Vacaciones en Roma (1953), dirigida por William Wyler y protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, que cambió por completo la imagen deteriorada y problemática que, durante los años cuarenta, había creado el Neorrealismo italiano en torno a la Ciudad Eterna. Las películas de Rossellini, Zavattini y Vittorio de Sica habían difundido un mito de decadencia; este filme, en cambio, hizo que los norteamericanos volvieran a ver Roma como "la ciudad del amor", un símbolo de la ilusión y del romanticismo.

Más decisivo aún fue el estreno en todo el mundo de El Club de los poetas muertos (1989). Dirigida por el australiano Peter Weir, contaba la historia de un joven profesor de Literatura (Robin Williams) que se incorpora a un elitista colegio privado en la América puritana de los cincuenta. Con sus nuevas formas de enseñanza (les hace andar por el patio, para que cada uno coja “su paso”; les anima a buscar su propia voz; les incita a ser actores, a leer poesía, a soñar con otras cosas que ganar dinero y seguir el patrón de sus mayores), se granjea la suspicacia de los directivos del colegio. Y su mensaje “Carpe diem!” —aprovecha el momento— provoca una verdadera revolución, a la par que termina en tragedia.

Nadie pensaba que esta película pudiera influir en la conciencia de los jóvenes. Es más, por su temática de corte elevado (relaciones padres-hijos, libertad en la elección de la carrera, sistemas pedagógicos en conflicto) se pensó que a los chicos les aburriría, y que sólo podría interesar a padres y educadores. Bastaron unos pases previos para descubrir que la película despertaba un verdadero entusiasmo entre los adolescentes. Nuevos pases en institutos y colegios confirmaron esa tendencia, hasta el punto de que el filme era recibido como el abanderado de “la revolución docente” que los estudiantes de entonces ansiaban. Con estos datos a la vista, la productora del filme decidió cambiar por completo el marketing inicialmente previsto: se modificó el cartel, que iba a estar centrado en la figura del actor, para dar paso a los jóvenes protagonistas; se promocionó como símbolo de la rebeldía estudiantil y alcanzó un éxito entre la juventud como no se había imaginado ni de lejos.

Hace unos años se vivió en todo el mundo un caso especialmente sonoro con el estreno de Luna nueva (2009), la continuación de la saga Crepúsculo (2008). Se convirtió en un auténtico fenómeno de locura juvenil, especialmente en España. El 3 de octubre de 2009 más de 1.400 adolescentes pasaron la noche en los alrededores de un cine de Sitges donde al día siguiente iba a presentarse la película. Con ellos tuvieron que hacer noche también sus sufridos padres o hermanos mayores. Y lo sorprendente es que no iban a ver Luna nueva, sino sólo… ¡dos escenas del filme! y el tercer tráiler de la película. A eso se añadía que iban a recibir como regalo merchandising del filme y, lo más importante, iban a conocer a uno de sus actores: el inglés Jamie Campbell Bower. El destrozo que esa masa descontrolada provocó al día siguiente fue tema del día en numerosas publicaciones. ¡Y todo ello sin poder ver siquiera el filme!

Sí, el cine puede provocar auténticos movimientos de masas. Porque es una representación muy intensa: muy viva y muy dramática. Y puede conmover nuestras emociones y nuestros valores más íntimos. No en vano, los clásicos decían que una representación bien elaborada puede provocar una genuina “catarsis. Y esto no debe tomarse a broma...

domingo, 8 de noviembre de 2015

Los 25 años de "Despertares"

(JUAN JESÚS DE CÓZAR) El final de la década de 1980 estuvo marcado por varias tendencias cinematográficas. Una de ellas fue la irrupción de una serie de películas cuyos protagonistas resultaban ser personas disminuidas física o psíquicamente. Recuérdese, por ejemplo, Hijos de un dios menor (1986), protagonizada por una sordomuda; Rain man (1988), en la que Dustin Hoffman encarna el papel de un autista; o Mi pie izquierdo (1989), con Daniel Day Lewis interpretando a un paralítico cerebral.

Durante los años 90 se siguió cultivando un género que conectaba bien con el público, sensible a la atención de las personas con discapacidad. Una de las primeras muestras fue Despertares (1990), que llegó a ser candidata al Oscar a la mejor película.

Han pasado 25 años desde su estreno y Despertares sigue conservando la capacidad de emocionar al espectador como lo hizo en 1990. Como es frecuente en este tipo de filmes, su argumento está basado en hechos reales que el neurólogo norteamericano Oliver Sacks recogió en un relato autobiográfico del mismo título. Por delicadeza, los nombres de las personas en la vida real se sustituyeron por otros de ficción. El encargado de realizar la adaptación cinematográfica fue el entonces poco conocido Steven Zaillian, que logró su nominación al Oscar por este guión y que lo conseguiría más tarde con el que escribió para La lista de Schindler. Por su parte, Penny Marshall asumió la dirección.

Verano de 1969. Malcolm Sayer (Robin Williams), un médico tímido y poco sociable, es contratado por un hospital de Nueva York para cubrir una vacante. A pesar de su falta de experiencia clínica ‑es un investigador nato‑ no le falta sensibilidad y humanidad en el trato con los enfermos. Con gran empeño y con la ayuda de Eleanor (Julle Kavner), una inteligente y responsable enfermera, consigue “despertar” a una serie de pacientes del hospital, que sufrieron en los años 20 una encefalitis letárgica y que desde entonces se encontraban como ausentes: son niños que se quedaron dormidos, afirmará un veterano médico que conoció muchos casos. La administración a estas personas de la L-Dopa, una droga empleada contra el Parkinson, fue la clave para este regreso a la vida.

A partir de aquí el film se centra en Leonard Lowe (Robert de Niro), enfermo desde los 11 años, y en sus relaciones con el doctor Sayer. Los diálogos entre ellos están llenos de emoción y sinceridad. Sayer encuentra en el discapacitado Leonard un amigo a quien confiarse y una ayuda para resolver su problema de incomunicación. Especialmente sugerente resulta la escena en la que Leonard despierta de madrugada al doctor Sayer para transmitirle su entusiasmo: “La gente se ha olvidado de lo que es la vida ‑le dice Leonard‑; han olvidado el milagro de estar vivo. Necesitan que se lo digan. Necesitan que alguien les recuerde lo que tienen y lo que pueden perder. Necesitan que les hablen de la alegría de vivir, del don de la vida, de la libertad de vivir, de la maravilla de la vida”.

Robert de Niro borda su papel, que también mereció su nominación al Oscar. Robin Williams no le va a la zaga y el duelo interpretativo entre ambos es magnífico. A esto se añade una bella fotografía de Miroslav Ondricek y una preciosa banda sonora de Randy Newman, salpicada de temas de diversas épocas. La realización de Penny Marshall es algo efectista, pero eficaz, sabiendo no alargar los momentos de ternura y manteniendo una gran fluidez narrativa.

Película simpática y positiva, que transmite el optimismo del que ha aprendido ‑como acaba diciendo el doctor Sayer‑ “que el espíritu humano es más poderoso que cualquier droga y que eso es lo que debemos alimentar, con trabajo, ocio, amistad y familia, que son las cosas importantes, las que teníamos olvidadas, las más sencillas”.