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martes, 18 de abril de 2017

La Resurrección de Jesús en el cine (De "Rey de Reyes" a "La Pasión de Cristo")

Esta semana, que recuerda en todo la Resurrección de Jesús, es un buen momento para ver cómo han reflejado este episodio las principales películas, desde los años 60 hasta la actualidad.

En Rey de Reyes (1961), dirigida por Nicholas Ray, el pasaje de la Resurrección sigue a pies juntillas el relato evangélico de San Juan. María Magdalena (Carmen Sevilla) ha pasado la noche entera en el exterior del sepulcro, porque quiere embalsamar el cuerpo del Señor en cuanto pase el sábado (día de obligado descanso para los judíos). Al despertar, “todavía muy temprano, cuando aún estaba oscuro… vio quitada la piedra del sepulcro” (Jn 20, 1). Se asoma, ve los lienzos depositados sobre la losa, “y entonces echó a correr” (Jn 20, 2).

Profundamente agitada, pues piensa que “se han llevado al Señor” (Jn 20, 2), sale en busca de alguien que pueda darle razón de lo que sucede. Divisa a un hombre que está vuelto de espaldas, y “pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto’ (Jn 20, 15).

Sin volverse, el hombre inicia el diálogo que recoge S. Juan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. En ese instante, es Jesús quien se vuelve –no María Magdalena- y exclama su nombre. Ella le reconoce (aquí más por la visión de su rostro que por escuchar su voz) y grita: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre". El filme concluye el discurso de Jesús con una frase de Mateo: “Diles que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28, 10).


En 1973, y como consecuencia de dos filmes polémicos (Jesucristo Superstar y Godspell), se concibió la idea de producir un serial televisivo sobre la vida de Jesús. Un proyecto de clara inspiración cristiana, que llevaron adelante la RAI (católica) y la BBC (anglicana). La imagen que la serie nos da de Cristo es clara, brillante, muy divina.

En su relato de la Resurrección, el director Franco Zeffirelli quiso subrayar los sentimientos y las reacciones de los personajes. La secuencia arranca con la llegada de María Magdalena y otras dos mujeres (Mc 16, 1), todavía con las brumas del amanecer. Los soldados dormitan, pero uno despierta: “¿Quiénes sois?”. La Magdalena es quien lidera el grupo: “Somos la familia de Jesús” (Aquí evoca una frase de Jesús: “El que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi Madre”). “¿Y qué queréis?” “Entrar en la tumba para ungir el cuerpo y llevarle ropa limpia, perfumes…”. El afecto humano de los seguidores de Cristo queda manifiesto en el diálogo. Tanto, que conmueve a los soldados: “Está bien. Pero necesitaréis un ejército para remover la piedra”.

En el trayecto al sepulcro, dos jóvenes y misteriosos labriegos les dicen desde una loma: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Jesús no está aquí?”. (Zeffireli traslada a esta escena previa el encuentro de las mujeres con dos ángeles en la entrada del sepulcro). Ellas les toman por locos y siguen adelante; pero, al llegar al sepulcro, descubren que, en efecto, Jesús no está. María Magdalena vuelve entonces sobre sus pasos, pero los dos jóvenes han desaparecido.

A continuación, el director italiano centra su atención en las actitudes de los apóstoles. Llega al cenáculo Felipe, y todo son recelos de que puedan correr la misma suerte que Jesús. Preguntan a Pedro, que ya entonces hace cabeza, y él responde: “Debemos hacer lo que el Maestro hubiera querido”. Ya no hay dudas ni negaciones en Pedro. Empieza a ser la piedra sobre la que se edifica la Iglesia.

En el instante en que Tomás duda de que Jesús pueda volver, llega María Magdalena y afirma conmovida: “¡Le he visto! ¡Al Maestro! Ha resucitado”. A continuación, la cámara enfoca la reacción de Pedro. Por ese primer plano, y por las citas antes señaladas, podemos concluir que este relato de la Resurrección sigue bastante de cerca el Evangelio de Marcos, que recoge sobre todo la predicación de S. Pedro. Pero, sobre todo, lo que busca Zefirelli es retratar la reacción de los personajes: la emoción y el amor de la Magdalena, la autoridad de Pedro, el temor de los apóstoles



A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.

Frente al Jesús exclusivamente divino de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” de los 70 y 80 (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.

El primer fruto vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.

En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra Juan (Jn 20, 4-6).

Entonces surge el diálogo entre la razón (Pedro) y el amor (Juan). Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando con la abeza: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).

Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús).

Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. Sugiere, además, que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño, es algo que la cinta sugiere, aunque no lo haya reflejado por completo.


En la misma línea de mostrar a un Jesús divino y humano, Redentor de los hombres y –a la vez- cariñoso y afable con todos, en el año 2000 se estrena en Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros. Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.

El filme presta una especial atención a la secuencia de la Resurrección y a los acontecimientos que siguieron. Mientras otras películas omiten esa parte (El Mesías) o la distorsionan por completo (Jesús de Montreal, Jesucristo Superstar), El hombre que hacía milagros le da una importancia capital en el conjunto del relato. Además, y en comparación con los demás filmes comentados en este serial sobre “La Resurrección en el cine”, aquí el desarrollo de esos acontecimientos abarca un metraje considerable y conjuga, en su narración, la fidelidad a las Escrituras con una integración creativa de las distintas escenas relatadas por S. Juan y S. Lucas.

En este filme vemos, de forma hilvanada, todos los sucesos de aquellas horas: María Magdalena encuentra la tumba vacía y se echa a llorar (Jn 20, 1). Entonces, una voz cálida a sus espaldas —que ella toma por la del hortelano— trata en vano de consolarla; hasta que le oye pronunciar su nombre, “¡María!”, y se vuelve conmovida porque ha comprendido que está ante Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Según le indica el Maestro, corre a contárselo a Pedro, y esto mueve al apóstol a acudir a la tumba (Jn 20, 2-7), aunque sin la compañía de Juan.

De regreso a Jerusalén, mientras medita en el sepulcro vacío, Pedro se encuentra con el Maestro (Lc 24, 34) y vuelve corriendo para contarlo a los demás apóstoles. Al llegar al cenáculo, vemos que acaban de llegar Cleofás y Jairo, y éstos relatan —se ve luego en dibujos animados— cómo Jesús se les ha aparecido en el camino a Emaús y les ha explicado las Escrituras, y cómo le han reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35). Tomás muestra entonces un escepticismo sarcástico frente a esos relatos, que juzga fantaseados... Y aquí corté la secuencia, para no hacerla demasiado larga. Lo que sigue es la repentina aparición de Jesús, que enseña sus manos a todos, y en especial a Tomás. El apóstol cambia su incredulidad por un sincero acto de fe (Jn 20, 36-41).

La concatenación de escenas -creando unidad en lo que eran cuadros sueltos- es lo que hace sublime, atractivo y dinámico el relato que este filme nos ofrece de toda la secuencia de la Resurrección.



El último filme que analizamos en este serie es La Pasión de Cristo (2004), dirigido por Mel Gibson. En un plano breve (un epílogo sumamente sugestivo a todo el gran relato de la pasión) nos ofrece una explicación teológica –basada por completo en un pasaje de S. Juan- de lo que sucedió en el instante de la Resurrección.

Según testimonios de la época, los judíos empleaban una gran sábana blanca para embalsamar a los difuntos. También era costumbre envolver el rostro con otro paño más pequeño (sudario, le llamaban) para sujetar la mandíbula y evitar que se abriera la boca del cadáver. Es lo que hicieron con Jesús: tenía la sábana “y el sudario que había sido puesto en su cabeza” (Jn 20, 7). Con esto tenemos dos piezas: la sábana y una venda separada de ella que se usaba como mortaja.

Cuando Juan entró en el sepulcro, “vio los lienzos plegados y el sudario, que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio” (Jn 20, 7). Es esa disposición de los lienzos (“todavía enrollados” pero sin el cuerpo en su interior), simplemente “plegados(en el original griego: “caídos”, como si hubiera desaparecido el cuerpo de su interior) es lo que inmediatamente mueve a la conversión del apóstol: “Entonces entró también el otro discípulo…, y vio y creyó” (Jn 20, 8).

Todo esto es lo que trata de reflejar el último plano de la película de Mel Gibson. Un fantástico plano-secuencia sugiere el momento en que se desliza la piedra de la entrada. Todos los Evangelios señalan que la piedra fue removida, y Mateo describe incluso el momento en que “se produjo un gran terremoto, y un ángel del Señor… apartó la piedra” (Mt 28, 2). La toma va recorriendo las distintas cavidades de la roca, y de repente entran en plano los lienzos sagrados en el momento en que empiezan a caer sobre sí mismos.

Sigue el movimiento del plano, y los lienzos quedan “caídos”, atados y enrollados alrededor de la mortaja, como si en ese preciso momento hubiera desaparecido el cuerpo de Jesús. Justo entonces vemos la razón de ese vacío: la cámara enfoca un luminoso primer plano de Cristo resucitado, que a continuación se alza para mostrar su cuerpo glorioso, sin los estigmas de la flagelación y la coronación, pero sí con las señales de los clavos en sus manos. Es el momento en que acaba de resucitar y por eso los lienzos caen sobre sí mismos. Gibson muestra así a los espectadores, justo en el momento en que sucede, lo que una vez acontecido conmoverá profundamente a Juan.

domingo, 5 de abril de 2015

La Resurrección de Jesús en el cine (1961-2004)

Hoy, día de la Resurrección del Señor, es un buen momento para ver cómo han reflejado este episodio las principales películas.

En Rey de Reyes (1961), dirigida por Nicholas Ray, el pasaje de la Resurrección sigue a pies juntillas el relato evangélico de San Juan. María Magdalena (Carmen Sevilla) ha pasado la noche entera en el exterior del sepulcro, porque quiere embalsamar el cuerpo del Señor en cuanto pase el sábado (día de obligado descanso para los judíos). Al despertar, “todavía muy temprano, cuando aún estaba oscuro… vio quitada la piedra del sepulcro” (Jn 20, 1). Se asoma, ve los lienzos depositados sobre la losa, “y entonces echó a correr” (Jn 20, 2).

Profundamente agitada, pues piensa que “se han llevado al Señor” (Jn 20, 2), sale en busca de alguien que pueda darle razón de lo que sucede. Divisa a un hombre que está vuelto de espaldas, y “pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto’ (Jn 20, 15).

Sin volverse, el hombre inicia el diálogo que recoge S. Juan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. En ese instante, es Jesús quien se vuelve –no María Magdalena- y exclama su nombre. Ella le reconoce (aquí más por la visión de su rostro que por escuchar su voz) y grita: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre". El filme concluye el discurso de Jesús con una frase de Mateo: “Diles que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28, 10).


En 1973, y como consecuencia de dos filmes polémicos (Jesucristo Superstar y Godspell), se concibió la idea de producir un serial televisivo sobre la vida de Jesús. Un proyecto de clara inspiración cristiana, que llevaron adelante la RAI (católica) y la BBC (anglicana). La imagen que la serie nos da de Cristo es clara, brillante, muy divina.

En su relato de la Resurrección, el director Franco Zeffirelli quiso subrayar los sentimientos y las reacciones de los personajes. La secuencia arranca con la llegada de María Magdalena y otras dos mujeres (Mc 16, 1), todavía con las brumas del amanecer. Los soldados dormitan, pero uno despierta: “¿Quiénes sois?”. La Magdalena es quien lidera el grupo: “Somos la familia de Jesús” (Aquí evoca una frase de Jesús: “El que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi Madre”). “¿Y qué queréis?” “Entrar en la tumba para ungir el cuerpo y llevarle ropa limpia, perfumes…”. El afecto humano de los seguidores de Cristo queda manifiesto en el diálogo. Tanto, que conmueve a los soldados: “Está bien. Pero necesitaréis un ejército para remover la piedra”.

En el trayecto al sepulcro, dos jóvenes y misteriosos labriegos les dicen desde una loma: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Jesús no está aquí?”. (Zeffireli traslada a esta escena previa el encuentro de las mujeres con dos ángeles en la entrada del sepulcro). Ellas les toman por locos y siguen adelante; pero, al llegar al sepulcro, descubren que, en efecto, Jesús no está. María Magdalena vuelve entonces sobre sus pasos, pero los dos jóvenes han desaparecido.

A continuación, el director italiano centra su atención en las actitudes de los apóstoles. Llega al cenáculo Felipe, y todo son recelos de que puedan correr la misma suerte que Jesús. Preguntan a Pedro, que ya entonces hace cabeza, y él responde: “Debemos hacer lo que el Maestro hubiera querido”. Ya no hay dudas ni negaciones en Pedro. Empieza a ser la piedra sobre la que se edifica la Iglesia.

En el instante en que Tomás duda de que Jesús pueda volver, llega María Magdalena y afirma conmovida: “¡Le he visto! ¡Al Maestro! Ha resucitado”. A continuación, la cámara enfoca la reacción de Pedro. Por ese primer plano, y por las citas antes señaladas, podemos concluir que este relato de la Resurrección sigue bastante de cerca el Evangelio de Marcos, que recoge sobre todo la predicación de S. Pedro. Pero, sobre todo, lo que busca Zefirelli es retratar la reacción de los personajes: la emoción y el amor de la Magdalena, la autoridad de Pedro, el temor de los apóstoles



A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.

Frente al Jesús exclusivamente divino de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” de los 70 y 80 (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.

El primer fruto vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.

En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra Juan (Jn 20, 4-6).

Entonces surge el diálogo entre la razón (Pedro) y el amor (Juan). Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando con la abeza: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).

Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús).

Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. Sugiere, además, que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño, es algo que la cinta sugiere, aunque no lo haya reflejado por completo.


En la misma línea de mostrar a un Jesús divino y humano, Redentor de los hombres y –a la vez- cariñoso y afable con todos, en el año 2000 se estrena en Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros. Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.

El filme presta una especial atención a la secuencia de la Resurrección y a los acontecimientos que siguieron. Mientras otras películas omiten esa parte (El Mesías) o la distorsionan por completo (Jesús de Montreal, Jesucristo Superstar), El hombre que hacía milagros le da una importancia capital en el conjunto del relato. Además, y en comparación con los demás filmes comentados en este serial sobre “La Resurrección en el cine”, aquí el desarrollo de esos acontecimientos abarca un metraje considerable y conjuga, en su narración, la fidelidad a las Escrituras con una integración creativa de las distintas escenas relatadas por S. Juan y S. Lucas.

En este filme vemos, de forma hilvanada, todos los sucesos de aquellas horas: María Magdalena encuentra la tumba vacía y se echa a llorar (Jn 20, 1). Entonces, una voz cálida a sus espaldas —que ella toma por la del hortelano— trata en vano de consolarla; hasta que le oye pronunciar su nombre, “¡María!”, y se vuelve conmovida porque ha comprendido que está ante Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Según le indica el Maestro, corre a contárselo a Pedro, y esto mueve al apóstol a acudir a la tumba (Jn 20, 2-7), aunque sin la compañía de Juan.

De regreso a Jerusalén, mientras medita en el sepulcro vacío, Pedro se encuentra con el Maestro (Lc 24, 34) y vuelve corriendo para contarlo a los demás apóstoles. Al llegar al cenáculo, vemos que acaban de llegar Cleofás y Jairo, y éstos relatan —se ve luego en dibujos animados— cómo Jesús se les ha aparecido en el camino a Emaús y les ha explicado las Escrituras, y cómo le han reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35). Tomás muestra entonces un escepticismo sarcástico frente a esos relatos, que juzga fantaseados... Y aquí corté la secuencia, para no hacerla demasiado larga. Lo que sigue es la repentina aparición de Jesús, que enseña sus manos a todos, y en especial a Tomás. El apóstol cambia su incredulidad por un sincero acto de fe (Jn 20, 36-41).

La concatenación de escenas -creando unidad en lo que eran cuadros sueltos- es lo que hace sublime, atractivo y dinámico el relato que este filme nos ofrece de toda la secuencia de la Resurrección.



El último filme que analizamos en este serie es La Pasión de Cristo (2004), dirigido por Mel Gibson. En un plano breve (un epílogo sumamente sugestivo a todo el gran relato de la pasión) nos ofrece una explicación teológica –basada por completo en un pasaje de S. Juan- de lo que sucedió en el instante de la Resurrección.

Según testimonios de la época, los judíos empleaban una gran sábana blanca para embalsamar a los difuntos. También era costumbre envolver el rostro con otro paño más pequeño (sudario, le llamaban) para sujetar la mandíbula y evitar que se abriera la boca del cadáver. Es lo que hicieron con Jesús: tenía la sábana “y el sudario que había sido puesto en su cabeza” (Jn 20, 7). Con esto tenemos dos piezas: la sábana y una venda separada de ella que se usaba como mortaja.

Cuando Juan entró en el sepulcro, “vio los lienzos plegados y el sudario, que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio” (Jn 20, 7). Es esa disposición de los lienzos (“todavía enrollados” pero sin el cuerpo en su interior), simplemente “plegados(en el original griego: “caídos”, como si hubiera desaparecido el cuerpo de su interior) es lo que inmediatamente mueve a la conversión del apóstol: “Entonces entró también el otro discípulo…, y vio y creyó” (Jn 20, 8).

Todo esto es lo que trata de reflejar el último plano de la película de Mel Gibson. Un fantástico plano-secuencia sugiere el momento en que se desliza la piedra de la entrada. Todos los Evangelios señalan que la piedra fue removida, y Mateo describe incluso el momento en que “se produjo un gran terremoto, y un ángel del Señor… apartó la piedra” (Mt 28, 2). La toma va recorriendo las distintas cavidades de la roca, y de repente entran en plano los lienzos sagrados en el momento en que empiezan a caer sobre sí mismos.

Sigue el movimiento del plano, y los lienzos quedan “caídos”, atados y enrollados alrededor de la mortaja, como si en ese preciso momento hubiera desaparecido el cuerpo de Jesús. Justo entonces vemos la razón de ese vacío: la cámara enfoca un luminoso primer plano de Cristo resucitado, que a continuación se alza para mostrar su cuerpo glorioso, sin los estigmas de la flagelación y la coronación, pero sí con las señales de los clavos en sus manos. Es el momento en que acaba de resucitar y por eso los lienzos caen sobre sí mismos. Gibson muestra así a los espectadores, justo en el momento en que sucede, lo que una vez acontecido conmoverá profundamente a Juan.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Los Reyes Magos: Tradición y Cine

Hay unos personajes que sentimos muy vinculados a la Navidad (sobre todo, los niños) y de los que apenas nos hablan los Evangelios. Se trata de los Reyes Magos, cuya imagen ha sido muy elaborada por la tradición, y que no suelen faltar en ningún belén del mundo.

San Mateo escribe que "unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido?" (Mt 2, 1-2). En esa frase sólo indica su profesión: eran Magos, estudiosos de los astros y de sus movimientos en el Cielo; y precisamente de ese oficio se valdrá Dios para atraerlos, mediante una estrella, hasta el mismo lugar donde se encuentra Jesús. Pero no afirma que sean Reyes. Es éste un añadido del pueblo, que ha supuesto –con cierta lógica- que debían ser poderosos cuando fueron recibidos por la máxima autoridad de Jerusalén, Herodes, y cuando preguntan explícitamente por "el Rey de los Judíos".

Tampoco afirma cuántos eran: "unos Magos". Podían ser dos, cuatro, seis... Pero como fueron tres sus regalos (oro, incienso y mirra), la tradición ha deducido que ese debía ser el número de los magos reunidos en Belén. Sus nombres tampoco están en la Escritura: aparecen por vez primera en un mosaico bizantino localizado en Ravena (Italia, ver a la izquierda) que se fecha en torno al año 520. En él figura una leyenda sobre los tres magos que dice "+SCS BALTHASSAR +SCS MELCHIOR + SCS GASPAR".

La primera descripción de los Reyes Magos se la debemos al teólogo anglosajón Beda el Venerable (675-735): "El primero de los magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera blanca y luenga barba; fue él quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole el incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena (más tarde se le representaría negro) mostró su reconocimiento ofreciéndole mirra, que significaba que el Hijo del hombre debía morir."

Las representaciones cinematográficas de los Magos han seguido fielmente la iconografía popular: son tres, se comportan como reyes, vienen sobre camellos y les acompañan una cohorte de pajes y servidores. En todas las películas se les retrata así, y ahí termina también toda su intervención en la historia, aunque hay tres filmes que han añadido algo más para completar el relato.

En Ben Hur (1959, ver arriba), tal como aparece también en la novela, Melchor profetiza los padecimientos de Jesús y establece así un paralelismo simbólico con los dolores que aguardan al aristócrata judío. En La Natividad (2006) se incluyen al principio algunas escenas de los Magos en su trabajo como astrónomos: su observación del firmamento, el descubrimiento de la estrella, y –tras la consulta de algunos legajos- la conexión de este fenómeno con las profecías mesiánicas. Finalmente, en Jesús de Nazaret (1977) vemos cómo los Magos se van juntando por el camino y cómo dialogan acerca de su actitud frente a Herodes. También ayudan a descubrir el sentido espiritual de lo que está pasando. Así, cuando Baltasar contempla al Niño, comenta a José y a María: “Al venir aquí, creí que nos equivocábamos, pero ahora veo que es muy justo; y, por si esto fuera poco, Gaspar añade: “No en la gloria, sino en la humildad”.

Hay un punto en el que la representación de los Magos diverge de unos filmes a otros, y es el de su presencia junto a los pastores en la gruta de Belén. Ya hemos comentado en otro post que esa reunión es poco probable. Ha cristalizado en el imaginario de la Navidad por una necesidad “escénica”: una pintura o una representación de la Navidad resultan mucho más completas e interesantes si se resumen en una sola escena todos los personajes implicados; así la noche del Nacimiento aparece como más “grandiosa”. Pero los teólogos suponen que ambos hechos estuvieron separados en el tiempo. Por una parte, los Magos debieron tardar algunos meses en llegar a Jerusalén desde el lejano Oriente. Por otra, Herodes manda degollar no a los recién nacidos, sino a todos los varones menores de dos años: esto hace suponer que el Nacimiento del que le hablan debió haber ocurrido un año antes.

Curiosamente, las primeras películas sobre Jesús sí muestran esa separación temporal. Vida y pasión de Jesucristo (1907), de Zecca, y Del pesebre a la Cruz (1912), de Sidney Olcott, muestran primero la llegada de los pastores a la cueva y, más tarde, la aparición de los Magos en la casa de José y María, un lugar mucho más acogedor que el portal.

Sin embargo, será en los años sesenta cuando ambas escenas se solapen en el tiempo. Rey de reyes (1961) muestra una ciudad de Belén corrompida por los romanos y ahí sitúa a un posadero egoísta y nervioso, que rechaza sin miramientos a la joven pareja. Cuando, poco después, los Magos llegan a la ciudad de David –“venían de Persia, Mesopotamia y Etiopía”, nos dice la voz en off- aparecen en el establo sin diálogo previo con Herodes, y allí ya están presentes los pastores. De igual modo, aunque desde otra perspectiva, La historia más grande jamás contada (1965) sigue el relato de los Magos, describe minuciosamente el careo con el tetrarca y nos lleva con ellos hasta el portal, donde ya los pastores han ofrecido sus cántaros y ovejas. En esta misma línea se situarán también La Natividad (2006) y La Biblia (2013), que unen ambas escenas para solemnizar el momento cumbre de su relato: el nacimiento de Cristo en la gruta de Belén.

Por el contrario, otras películas han reflejado la separación en el tiempo de una y otra adoración al Niño: la de los pastores y la de los Magos. Jesús de Nazaret es un claro ejemplo, con una distinción de secuencias que afecta también a la puesta en escena: solemne y lenta en el Nacimiento, con los pastores llegando por la noche hasta la gruta; sobria y natural en la epifanía, con los Reyes llegando de día hasta la casa.

Como vemos en el fotograma, el Niño tiene alrededor de un año, la Virgen está de pie y en plena faena, y la casa evidencia el trabajo de José para hacerla más confortable.

De todo esto celebraremos su fiesta el próximo día 6. ¡Felicidades a todos por la fiesta de los Reyes Magos! Y que a todos nos traigan muchos regalos.

domingo, 12 de octubre de 2014

Jesucristo en el cine (Vídeo 6 minutos)

En Internet está disponible este breve documental (6' 30"), elaborado por la Asociación católica Aleteia: una amplia panorámica por las principales películas sobre Jesús.

Su planteamiento es muy sencillo. Desde los orígenes del Cristianismo, las artes han sido un instrumento para evangelizar. Por eso, lo que la pintura hizo durante siglos, puede hacerlo ahora la gran pantalla: podemos descubrir de nuevo a Jesucristo a través de las películas, a través del cine.

En su recorrido, se destacan algunos de los grandes filmes tratados en este blog:

- Christus (G. Antamoro, 1915). Concede gran importancia a la composición pictórica de las escenas.
- Rey de Reyes (De Mille, 1927). Primera super-producción sobre Jesús. La conversión y el amor de la Magdalena ocupan el primer plano del relato.

- Ben Hur (W. Wyler, 1959). La aparición de Jesús, al estilo puritano de la época (que temía "humanizar" la figura de Cristo), es tan solo indirecta.
- El Evangelio según San Mateo (Passolini, 1964). El filme trata de aunar la visión cristiana con la marxista. Subraya el mensaje social del cristianismo.

- Jesús de Nazaret (Zeffirelli, 1977). Su fuerza reside en el retrato de los apóstoles. Robert Powell encarna al Jesús más popular de la historia del cine.
- La pasión de Cristo (Gibson, 2004). Muestra a Jesús como "El Sirvo Doliente de Yahve". Vemos la crudeza de la Pasión y el amor infinito de Cristo.

Espero que os guste. Me encantará conocer vuestra opinión.

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domingo, 22 de junio de 2014

La vocación de San Pedro en el cine

Este próximo domingo es la solemnidad de S. Pedro y S. Pablo. Por eso hoy quería analizar cómo el cine ha reflejado la vocación de San Pedro; una llamada muy especial, pues aquel pescador iba a ser, nada más y nada menos, que la Cabeza de la Iglesia.

De todas las películas, he querido fijarme en “Jesús de Nazaret” porque esta cinta es, en mi opinión, la que mejor desarrolla la personalidad de Pedro y su profunda transformación interior. Esa transformación acontece en tres fases sucesivas y le hace capaz de responder a la llamada divina. Pero esto no se produce sin fuertes resistencias por su parte.

El primer encuentro entre los dos acontece en Cafarnaúm, junto al lago de Genesaret (Lc 5, 1-11). Jesús pasea por la ribera junto a los dos primeros discípulos, Juan y Andrés. Éste último ve llegar a su hermano Pedro, que a base de gritos y aspavientos dirige la nave hasta el embarcadero. Así se nos presenta: como un hombre protestón y enérgico, quejoso empedernido de la poca pesca y de los muchos impuestos.

Andrés se le acerca: “Éste es el hombre del que te hablé, el hombre del que hablaba Juan el Bautista”. Y las primeras palabras de Simón no pueden ser más ariscas: ¿Qué, otro hombre santo? ¿Otro de esos que nos dicen que tengamos paciencia, que ya vendrán tiempos mejores?... Mucho hablar mientras nos estamos muriendo de hambre”. Para sorpresa de todos, Jesús hace caso omiso de ese desplante y le dice con firmeza: “¡Vuelve de nuevo a pescar! Yo iré contigo”. A Pedro se le atraganta el vino que ha empezado a beber y se vuelve airado hacia Él: ni es el mejor momento para pescar ni está de humor para volver a intentarlo. Se le acerca enérgico, pero la mirada del Señor le aplaca. La música anuncia con sigilo el inicio de la conversión de Pedro, quien finalmente asiente: “Fiado en tu palabra, echaré las redes”. Y acontece la pesca milagrosa…



Poco después, Mateo entra en escena. Ha oído hablar de la gran pesca de Simón y se dirige a su casa para recaudar impuestos atrasados, ahora que tiene con qué pagar. En cuanto traspasa el umbral, Pedro se abalanza sobre él y le increpa, y tienen que separarle: “¡Es un pecador que se atreve a entrar en mi casa!. Pero Jesús, que también está presente, reacciona de modo totalmente opuesto: “Mateo, esta noche iré yo a cenar a la tuya”.

Ésta afirmación suscita la primera controversia entre los discípulos. Cambia la escena. Ahora es de noche y los futuros apóstoles pasean junto al lago mientras critican la ocurrencia del Maestro: ¡Ir a cenar a casa de un publicano! Incapaces de resolver la situación, le piden a Pedro que hable con Jesús (lo cual implica que ya entonces le ven como cabeza del grupo). Pero Pedro parece echarse atrás en su aún incipiente vocación: “Andrés, yo no soy como tú, yo no sigo a sacerdotes y profetas. Yo soy un pescador. Si seguiste al Bautista, ¡sigue a éste!”. Alguien interviene, pero Pedro se revuelve con evidente enfado: “¡Dejadme en paz! ¿Por qué lo habéis traído a mí? Ésta es mi vida: mis redes, mi barca… ¡Adelante, seguidle, pero dejadme en paz!”. Cuando los demás se marchan, advertimos la profunda conmoción por la que atraviesa el alma de Pedro. No quiere abandonar su vida ni su barca… pero tiene la certeza interior de que Dios le está llamando.



El largo proceso de la respuesta de Pedro a su vocación culmina poco después, en la escena en que Jesús desembarca a la orilla del lago para iniciar una nueva predicación a la muchedumbre. Las gentes le esperan alborozadas,y algunos se arrojan al lago para salir a su encuentro. De nuevo la música nos hace partícipies de la alegría de la muchedumbre. Mateo, que ha quedado un poco rezagado, mira un instante a Pedro. Ahora es su mejor amigo del grupo, y le duele ver la duda que está comiéndole por dentro. No quiere ni puede forzarle: le hace un gesto con la mano y se dispone a seguir a Jesús. Pedro le ve partir y se queda pensativo un instante. Finalmente, salta al agua, introduce la soga en la barca y la empuja decididamente hacia el lago. “¡Lleváosla! —dice a los jornaleros—. Volved a Cafarnaúm”. Todavía le vemos dudar, cuando cruza su mirada uno de los braceros. Pero la barca se va, y él definitivamente se queda. Es, traducida en imágenes, la traslación de lo que narran los Evangelios: “Y ellos —Simón y los hijos de Zebedeo—, sacando las barcas a tierra, dejaron todas las cosas y le siguieron” (Lc 5, 11).

domingo, 20 de abril de 2014

La escena de la Resurrección en el cine (1)

Hoy, día de la Resurrección del Señor, es un buen momento para ver cómo han reflejado este episodio las principales películas. Hoy hablaré de tres filmes clásicos, y mañana de dos más recientes.

En Rey de Reyes (1961), dirigida por Nicholas Ray, el pasaje de la Resurrección sigue a pies juntillas el relato evangélico de San Juan. María Magdalena (Carmen Sevilla) ha pasado la noche entera en el exterior del sepulcro, porque quiere embalsamar el cuerpo del Señor en cuanto pase el sábado (día de obligado descanso para los judíos). Al despertar, “todavía muy temprano, cuando aún estaba oscuro… vio quitada la piedra del sepulcro” (Jn 20, 1). Se asoma, ve los lienzos depositados sobre la losa, “y entonces echó a correr” (Jn 20, 2).

Profundamente agitada, pues piensa que “se han llevado al Señor” (Jn 20, 2), sale en busca de alguien que pueda darle razón de lo que sucede. Alejándose de allí (el relato fílmico omite el encuentro de María con Pedro y Juan, y la carrera de estos hacia el sepulcro), la Magdalena divisa a un hombre que está vuelto de espaldas tanto hacia la cámara como hacia ella. “Pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto’ (Jn 20, 15).

Sin volverse hacia ella, el hombre inicia el diálogo que recoge S. Juan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. En ese instante, es Jesús (Jeffrey Hunter) quien se vuelve –no María Magdalena- y exclama su nombre. Ella le reconoce (aquí más por la visión de su rostro que por escuchar su voz) y grita: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre. Ve a mis discípulos, y diles que asciendo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20, 15-1). El filme concluye el discurso de Jesús con una frase de Mateo: “Diles que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28, 10).


En 1973, y como consecuencia de dos filmes polémicos (Jesucristo Superstar y Godspell), se concibió la idea de producir un serial televisivo sobre la vida de Jesús. Un proyecto de clara inspiración cristiana, que llevaron adelante la RAI (católica) y la BBC (anglicana). La imagen que la serie nos da de Cristo es clara, brillante, muy divina.

En su relato de la Resurrección, el director Franco Zeffirelli quiso subrayar sobre todo los sentimientos y las reacciones de los personajes. La secuencia arranca con la llegada de María Magdalena y otras dos mujeres (en esto sigue a Mc 16, 1), todavía con las brumas del amanecer. Los soldados dormitan, pero uno despierta: “¿Quiénes sois?”. La Magdalena es quien lidera el grupo: “Somos la familia de Jesús” (Aquí evoca una frase de Jesús: “El que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi Madre”). “¿Y qué queréis?” “Entrar en la tumba para ungir el cuerpo y llevarle ropa limpia, perfumes…”. El afecto humano de los seguidores de Cristo queda manifiesto en el diálogo. Tanto, que conmueve a los soldados: “Está bien. Pero necesitaréis un ejército para remover la piedra”.

En el trayecto al sepulcro, dos jóvenes y misteriosos labriegos les dicen desde una loma: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Jesús no está aquí?”. (Zeffireli traslada a esta escena previa el encuentro de las mujeres con dos ángeles en la entrada del sepulcro). Ellas les toman por locos y siguen adelante; pero, al llegar al sepulcro, descubren que, en efecto, Jesús no está. María Magdalena vuelve entonces sobre sus pasos, pero los dos jóvenes han desaparecido.

Sigue una breve escena, en la que el tribuno sospecha que sus soldados se han dormido en la guardia. Y, a continuación, el director italiano centra su atención en las actitudes de los apóstoles. Llega al cenáculo Felipe, y todo son recelos de que puedan correr la misma suerte que Jesús. Preguntan a Pedro, que ya entonces hace cabeza en el colegio apostólico, y él responde: “Debemos hacer lo que el Maestro hubiera querido”. Ya no hay dudas ni negaciones en Pedro. Empieza a ser la piedra sobre la que se edifica la Iglesia.

En el instante en que Tomás duda de que Jesús pueda volver, llega María Magdalena y afirma conmovida: “¡Le he visto! ¡Al Maestro! Ha resucitado”. A continuación, la cámara enfoca la reacción de Pedro. Por ese primer plano, y por las citas antes señaladas, podemos concluir que este relato de la Resurrección sigue bastante de cerca el Evangelio de Marcos, que recoge sobre todo la predicación de S. Pedro. Y es que, por encima de la continuidad escriturística, lo que busca Zefirelli en este pasaje es retratar la reacción de los personajes: la emoción y el amor de la Magdalena, la autoridad de Pedro, el temor de los apóstoles, la tosquedad de los soldados, la incredulidad del tribuno

(Para ver la escena, pinchar en el fotograma).


A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.

Frente al Jesús exclusivamente divino de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” de los 70 y 80 (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.

El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.

En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien las distintas versiones de los evangelistas. Sobre todo, sigue muy de cerca el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra (Jn 20, 4-6).

Entonces surge el diálogo entre la razón y el amor, dos caminos para llegar a la Fe. Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando el discurso de la razón: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).

Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús) y más expresiva que las reflejadas en filmes anteriores.

Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. No recoge con exactitud las palabras de S. Juan (“Ella se volvió”), pero sí la sugerencia de que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño, es algo que la cinta sugiere, aunque no lo haya reflejado por completo.

Después vendrá también la reticencia de Tomás y el testimonio de María Magdalena, justo antes de la aparición de Jesús (Jn 20, 24-29), pero esto queda ya fuera del vídeo que ahora presento. Lo que muestro es suficiente para ver cómo Roger Young ha sabido plasmar en imágenes todos los sucesos de aquella intensa mañana y todas las reacciones de los personajes principales. Todo en apenas 3 minutos y siguiendo enteramente el relato de S. Juan.

viernes, 3 de enero de 2014

El aviso en sueños a José y la matanza de los Inocentes (Navidad en el cine 14)


El período de la Navidad termina con dos acontecimientos simultáneos: la matanza de los inocentes y, justo antes, el aviso en sueños a José.

Del aviso en sueño hay dos películas que han hecho una puesta en escena muy semejante: El Evangelio según San Mateo (1964) y María de Nazaret (1995). La segunda, inspirada claramente en el filme de Pasolini, añade su peculiar estilo simbólico: el recurso a una luz intensa para sugerir la presencia de lo sobrenatural. La cámara enfoca primero a la Virgen con el Niño, se desplaza luego hasta José, y entonces sucede el anuncio en sueños. Lo más llamativo de esta breve escena es la dulzura de la Virgen y su completa docilidad a lo que decide José.



Una composición escénica parecida es la que antes había diseñado Pasolini en el filme de los sesenta. La cámara muestra primero a la Virgen y el Niño, se recrea en Él, y sólo después pasa a José. Aquí el Ángel sí aparece: con esa imagen adolescente que vimos en el aviso inicial del Ángel, y con la autoridad firme de un ser celestial: “Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto”. La partida apresurada de Belén se llena de nostalgia: por una parte, por la música que oímos de fondo (los coros de “La pasión según san Mateo”, de Bach, que cantan solemnes: “Caemos de rodillas, llorando”); por otra, por esa mirada conmovida de María, que recorre con melancolía los lugares de Belén que habitó su Hijo. Sabe que es la última vez que los contempla. Y este sentimiento de añoranza llena esta última parte de la secuencia fílmica.



En Jesús de Nazaret (1977), por contraste, la secuencia se centra en la decisión arbitraria de Herodes y la locura que entonces le consumía: “Ahora, id a Belén y ¡haced historia! ¡¡Matad!! ¡Matad a todos!”. A continuación, unos segundos de suspense –de fondo oímos el rumor de los caballos a galope- nos hace presagiar la inminencia de la tragedia. Llega, inhumana y ciega, la matanza por parte de los soldados; quizás por esa actitud, el director nos oculta su rostro. Y sí vemos, en cambio, los rostros muertos de niños y madres en las callejuelas de Belén. La cámara se mueve, agitada, en aquella terrible desolación. Oímos gritos, carreras, tumultos. Y el asesinato en contraluz, mostrado sólo en sombra, acabará por ser la imagen más dramática. En boca de uno de los ancianos, Zeffirelli coloca el comentario final de S. Mateo: “Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: ‘En Ramá so oyó una voz, llanto y lamento grande. Es Raquel que ll ora por sus hijos, y no quiere consuelo porque ya no existen’”.



En La Natividad (2006), la escena arranca con la cena de Herodes en la que decide la matanza. Junto al tirano vemos a su hijo Herodes Antipas, que treinta años después tomará la mujer de su hermano, Herodías, encerrará y decapitará a S. Juan Bautista, y gobernará Judea durante toda la vida pública del Señor. Ambos traman la masacre, que vamos a ver en dos escenas paralelas: los soldados matando en plena noche, y José despertando por el aviso del Ángel. Toda la secuencia evoca la profecía del Mesías esperado. Uno de los soldados penetra en una casucha y recorre con la antorcha el lugar: es el establo donde habitó la Sagrada Familia, y cada uno de los rincones se llena para el espectador de un indudable encanto. Cuando la antorcha se detiene sobre la cuna del Niño, el momento suena a despedida y a victoria, a nostalgia y a salvación. La sabiduría de Dios Niño ha vencido la astucia y el odio de los soldados de Herodes.

jueves, 2 de enero de 2014

¿Cuándo llegaron los Magos a Belén? (La Navidad en el cine 13)



Las representaciones populares de la Navidad han tendido a unir, en la misma noche del Nacimiento, la adoración de los pastores al Niño y la llegada de los Magos al portal. Esto ha surgido, sobre todo, por una necesidad “escénica”: una pintura o una representación de esa escena resulta mucho más rica y polifónica si unifica en una sola imagen a todos los personajes implicados; así aparece como más grandiosa. Pero los teólogos suponen que ambos hechos estuvieron separados en el tiempo. Desde que avistaron la estrella, prepararon el viaje y llegaron a Jerusalén desde el lejano Oriente, debió pasar casi un año. Eso mismo parece sugerir la decisión de Herodes: “se informó por ellos del tiempo en que había aparecido la estrella” (Mt 2, 7) y, teniendo eso a la vista, manda degollar no a los recién nacidos, sino a todos los varones menores de dos años: debieron decirle que la estrella apareció un año antes.

En las tres escenas que vimos ayer, la llegada de los pastores se muestra casi simultánea a la llegada de los Magos. Y algo similar sucede en Ben Hur. Aquí la escena arranca desde el portal. Los pastores, que han llegado unos minutos antes, se vuelven al oír unas pisadas y aparecen de espaldas los Magos. Entran en el establo y, con ellos, entra también la cámara. Se detienen un instante, se arrodillan y depositan sus presentes. Aún no hemos visto al Niño. El director ha buscado el efecto sorpresa, y retrasa lo más posible el mostrarnos la sublime escena. En el mismo plano –no se ha interrumpido desde el principio- la cámara avanza y vemos al fin a Jesús, María y José. Tres grupos están perfectamente distribuidos en el espacio escénico, como en tres anillos concéntricos: los pastores, los Magos y la Sagrada Familia. Una escena sin palabras, que termina con un toque bocólico: un ternero acude dando saltos hasta su madre, subrayando así el símbolo fundamental de la maternidad.



También en La Natividad se hace coincidir la llegada de pastores y Magos. Aquí el juego de luces es intenso. Primero vemos a los Magos acercándose a contraluz. Luego aparece el establo iluminado por un haz luminoso que señala el lugar donde está Jesús (Mt 2, 9). Y, finalmente, se produce el encuentro de todos los personajes en la Luz (aunque el mundo está a oscuras). Por eso Gaspar exclama: “¡El más grande los Reyes… nacido en el lugar más humilde!”. Los Magos se miran, y uno de ellos añade: “Dios… hecho carne”.

En Jesús de Nazaret, a diferencia de los anteriores, la llegada de los Magos se produce meses después. José y María regresan con el Niño de la purificación en el templo y se sorprenden al ver unos pajes bien vestidos en la puerta de su casa. Ni es de noche ni están ahí los pastores: la imagen es completamente inédita. Además, tampoco se cobijan en una gruta: a José le ha dado tiempo a construir una casa de madera. Y allí se produce el encuentro con los Magos: “No temáis. ¿Dónde está el Niño? Venimos de muy lejos para adorarle”. Se produce entonces un triple juego de miradas: de José y María a los Reyes, de éstos a Jesús, y de éste a la cámara (en esa mirada, el espectador se siente interpelado). Viene entonces la declaración de Baltasar, muy en línea con la escena anterior de La Natividad: “Al venir a aquí, a un establo, creí que nos equivocábamos; pero ahora veo que es muy justo”. Para hacer más explícito el mensaje, Gaspar añade: “No en la gloria, sino en la humildad.

sábado, 28 de diciembre de 2013

La Estrella conduce a los Magos hasta Belén (Navidad en el cine 10)

De todas las figuras que estos días adornan nuestros belenes hay una que tiene particular importancia. No es una figura humana, ni angélica ni tampoco animal; y, sin embargo, no suele faltar en ninguna representación. Me refiero a la estrella de Belén, aquella que guió a los Magos desde lejos (“vimos su estrella en el Oriente”) y que, reaparecida ante sus ojos, les guió “hasta pararse sobre el lugar donde estaba el Niño” (Mt 2,9).

Me ha parecido interesante dedicarle un artículo en esta serie porque ha sido protagonista indiscutible de cientos de relatos navideños, y porque los Magos –como indica S. Mateo- “al ver de nuevo la estrella se llenaron de inmensa alegría (Mt 2, 11). Sin duda, la mejor parábola para explicar la vocación que Dios dirige a cada hombre para que encuentre su camino hacia Él.

La primera escena que recojo hoy recuerda el momento en que los tres Magos se encontraron en el desierto. Algunos filmes han supuesto que los tres sabios partieron de un mismo punto, pero el Evangelio no dice nada al respecto, por lo que es lícito suponer –es también lo más lógico- que iniciaran el trayecto desde lugares muy diversos y se encontraran en algún momento, siguiendo a la misma estrella. Así lo refleja Zeffirelli en Jesús de Nazaret (1977).



Ben Hur (1959) es, muy probablemente, el filme que más importancia ha concedido a la estrella en el viaje de los Magos. La secuencia en que esto se visualiza es larga y solemne, subrayada también por una poderosa banda musical. Aquí recojo sólo el tramo final, donde vemos –en fases sucesivas- cómo la luz de la estrella atrae las miradas de los lugareños de Belén, en primer lugar; de los Magos montados en sus camellos, a continuación; y de los pastores mientras cuidaban a sus rebaños, por último. Como remate, la luz se detiene sobre la gruta y se hace allí fuerte y luminosa. Antes, en el retrato de los Magos vistos de perfil, hemos podido observar la diversidad de origen: Egipto, Persia y África, por el tocado de sus cabezas, parecen estar ahí reflejados. Lo cual sigue punto por punto la suposición popular desde hace siglos.



La estrella es también figura importante en La historia más grande jamás contada (1965). Una fotografía muy cuidada ilumina el camino de los Magos por la noche de Belén. Vemos todo en contraluz, con los Magos de espaldas avanzando hacia la estrella y quedando ésta en lugar destacado de la composición. Un nuevo juego de luces nos sorprende al llegar a la gruta: las tonalidades frías y azuladas del exterior contrastan con los tonos cálidos y rojizos del interior, donde brilla la Luz. Es el recuerdo simbólico del texto que acabamos de escuchar en off: “La vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron” (Jn 1, 4-5).

Finalmente, el paso al interior de la gruta nos lleva, como de la mano, al interior de la mente de María. Ella, que “conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2, 19), recuerda en ese instante lo que le había dicho el Ángel en la Anunciación: “Será grande, y se llamará Hijo del Altísimo. Y el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre. Y su reino no tendrá fin”.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Adoración de los pastores (Navidad en el cine 8)

Los pastores aparecen en el relato de los Evangelios en dos ocasiones: primero en las montañas, cuando se les aparece el Ángel mientras vigilan el rebaño y pernoctan al raso; segundo en la cueva de Belén, a donde acuden presurosos para comprobar lo que se les ha dicho sobre el Niño.

De la primera escena, el ejemplo más relevante es el de María de Nazaret (1995), de Jean Delannoy. En este filme la luz juega un papel decisivo para sugerir la presencia de lo sobrenatural. En línea con Zeffirelli, el director francés rechaza mostrar explícitamente a los seres angélicos, y en las revelaciones anteriores (en la Anunciación o en los sueños de José) a la voz del Ángel acompaña un fuerte halo de luz que irrumpe desde arriba y lo inunda todo. También aquí, en el anuncio a los pastores, el tratamiento cinematográfico es parecido, aunque el efecto de misterio quiere reforzarse –quizás excesivamente- por un fondo musical inquietante y un tono ahuecado en la voz del Ángel. La idea de que transmite un mensaje de Dios se subraya en la toma cenital (vemos la escena desde arriba, por encima de las cabezas de los pastores) y en el hecho de que todo el artificio de la puesta en escena (luz, música, punto de vista) desaparece de improviso en cuanto termina el discurso del mensajero celestial.




En La Natividad (2006), vemos la llegada de los pastores en un doble plano. Primero, desde el camino, con la progresiva aparición de las figuras, y después desde la gruta, donde lo que se subraya es la acogida de María y de José. También aquí la luz sobre la gruta tiene una intencionalidad dramática: subraya la presencia de Dios en ese Niño tan pequeño e indefenso; ahí está el Hijo de Dios. De todos los pastores, hay uno que se adelanta y cobra protagonismo en la escena. Es aquel que María y José encontraron en su camino a Jerusalén, y que les habló misteriosamente de descubrir el regalo que cada uno lleva dentro de sí. Ahora, ante el Niño en brazos de su Madre, descubre al fin cuál es el obsequio que Dios había puesto en su interior: poder contemplar y acariciar al Redentor. Por eso le dice María en un aparte: “Ha venido para salvarnos… Y todos recibimos este presente”.




Por último, Jesús de Nazaret muestra la llegada de los pastores desde un personaje que no aparece en los Evangelios: la gitana del mesón, que les orientó para llegar a la gruta y que ha regresado para ayudar a la joven Madre y al inexperto José. En días anteriores vimos como Zeffirelli insistía en que la ayuda a Jesús Niño vino del lado de la gente humilde. Aquí , esta idea se ve confirmada con la llegada de los pastores, inicialmente “expulsados” por la gitana –para que no molesten a María ni al Niño– y posteriormente acogidos por José, que comprende que han sido enviados por el Ángel para ser los primeros adoradores del Niño Dios. El recuerdo entrecortado de las palabras del Ángel (su corazón ha entendido mucho más que lo que su inteligencia ha podido retener de aquellas palabras angélicas) es la mejor tarjeta de visita para justificar su presencia allí. Y su humilde adoración al Niño, subrayada por la banda musical, es la máxima reverencia que los hombres podíamos dar a quien es Dueño de todo el Universo.
(Pinchar en la imagen para ver el vídeo)