“Una buena película rezuma encanto y fragancia”. La afirmación corresponde a Yoji Yamada, el octogenario –y sabio– director de cine japonés, en una entrevista a raíz de su último film, La casa del tejado rojo (2014), estrenado en España el pasado 10 de abril. Y, refiriéndose a los actores, continuaba: “Lo importante es conseguir que la cámara atrape sus pensamientos y estados de ánimo. Pienso en eso cuando ruedo, aunque son cosas difíciles de reconocer, de captar, por lo que me esfuerzo en sentirlas de forma consciente en el ‘aire’ de una escena. Quiero rodar para capturar la atmósfera y la esencia”.
Yamada es uno de los discípulos más aventajados del maestro Ozu –junto a Hirokazu Koreeda–, y sus películas se sitúan en las antípodas del vértigo de muchas producciones actuales: destilan elegancia, serenidad, delicadeza, contención… Tienen mucha ‘vida interior’, pero exigen una mirada contemplativa y reflexiva por parte del espectador, para percibir más allá de lo que se muestra. Quizá sea un cine en extinción –sólo para nostálgicos, según algunos críticos–, pero esto no deja de ser una mala noticia, porque la filmografía de Yamada tiene mucho que enseñar a las nuevas generaciones de directores. Basta recordar la magistral Una familia de Tokio, ya reseñada en este blog.
Basada en la novela homónima de Kyoko Nakajima, La casa del tejado rojo está construida sobre varios espacios temporales, siguiendo las memorias que la ya anciana Taki escribió con la ayuda de su sobrino nieto Takeshi. Este enfoque permite resaltar los contrastes entre las aspiraciones y costumbres japonesas durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial y las del siglo XXI; entre el Japón imperialista –arrogante y luego derrotado–y el moderno estado nipón.
La joven Taki ‑excepcional Haru Kuroki, premiada en la Berlinale 2014‑ deja su pueblo en 1936 para servir en el hogar del matrimonio Hirai. Allí, en la hermosa casa del tejado rojo, vivirá unos años que marcarán el resto de sus días. Con su bondad, su abnegación y el amor de su corazón puro, velará por la felicidad de todos y sufrirá con los avatares de la familia; un sufrimiento que se hace extremo cuando su ama, la bella Tokiko (Takako Matsu), conoce al joven Itakura.
Más declaraciones de Yamada: “Es una historia acerca del pecado, pero también está la época en que transcurre. (…) La modesta alegría que muestra La casa del tejado rojo durante el periodo moderno de la era Showa, es destruido por la guerra que se acerca cada vez más. (…) La guerra es un pecado horripilante que destruye la felicidad de los seres humanos”. Y el director nos cuenta esa historia con un pudor y un gusto exquisitos, cargando las imágenes de significado y de poesía, y aprovechando la deliciosa banda sonora de Joe Hisaishi. Tal vez podría haber evitado algunas reiteraciones o demoras –el film se alarga hasta los 136 minutos–, pero ya se ha advertido que se trata de un cine que sólo se disfruta si se ve sin prisas.
“Si la película –concluye Yamada– inspira a los que la ven a sopesar qué es lo importante y qué no lo es, al comparar el presente con el pasado, me sentiría muy feliz”. Unas palabras que parecen eco de otras que dejó escritas la Nobel de Literatura Pearl S. Buck, buena conocedora de la mentalidad oriental: “Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías mientras aguardan la gran felicidad”.
Yamada es uno de los discípulos más aventajados del maestro Ozu –junto a Hirokazu Koreeda–, y sus películas se sitúan en las antípodas del vértigo de muchas producciones actuales: destilan elegancia, serenidad, delicadeza, contención… Tienen mucha ‘vida interior’, pero exigen una mirada contemplativa y reflexiva por parte del espectador, para percibir más allá de lo que se muestra. Quizá sea un cine en extinción –sólo para nostálgicos, según algunos críticos–, pero esto no deja de ser una mala noticia, porque la filmografía de Yamada tiene mucho que enseñar a las nuevas generaciones de directores. Basta recordar la magistral Una familia de Tokio, ya reseñada en este blog.
Basada en la novela homónima de Kyoko Nakajima, La casa del tejado rojo está construida sobre varios espacios temporales, siguiendo las memorias que la ya anciana Taki escribió con la ayuda de su sobrino nieto Takeshi. Este enfoque permite resaltar los contrastes entre las aspiraciones y costumbres japonesas durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial y las del siglo XXI; entre el Japón imperialista –arrogante y luego derrotado–y el moderno estado nipón.
La joven Taki ‑excepcional Haru Kuroki, premiada en la Berlinale 2014‑ deja su pueblo en 1936 para servir en el hogar del matrimonio Hirai. Allí, en la hermosa casa del tejado rojo, vivirá unos años que marcarán el resto de sus días. Con su bondad, su abnegación y el amor de su corazón puro, velará por la felicidad de todos y sufrirá con los avatares de la familia; un sufrimiento que se hace extremo cuando su ama, la bella Tokiko (Takako Matsu), conoce al joven Itakura.
Más declaraciones de Yamada: “Es una historia acerca del pecado, pero también está la época en que transcurre. (…) La modesta alegría que muestra La casa del tejado rojo durante el periodo moderno de la era Showa, es destruido por la guerra que se acerca cada vez más. (…) La guerra es un pecado horripilante que destruye la felicidad de los seres humanos”. Y el director nos cuenta esa historia con un pudor y un gusto exquisitos, cargando las imágenes de significado y de poesía, y aprovechando la deliciosa banda sonora de Joe Hisaishi. Tal vez podría haber evitado algunas reiteraciones o demoras –el film se alarga hasta los 136 minutos–, pero ya se ha advertido que se trata de un cine que sólo se disfruta si se ve sin prisas.
“Si la película –concluye Yamada– inspira a los que la ven a sopesar qué es lo importante y qué no lo es, al comparar el presente con el pasado, me sentiría muy feliz”. Unas palabras que parecen eco de otras que dejó escritas la Nobel de Literatura Pearl S. Buck, buena conocedora de la mentalidad oriental: “Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías mientras aguardan la gran felicidad”.
Juan Jesús de Cózar
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