A las puertas del tercer milenio, una nueva imagen de Jesús irrumpe en el cine. Una imagen más completa y equilibrada: Jesús es Dios, como veíamos en los filmes de los 60, pero también manifiesta un corazón humano. El cine es así fiel reflejo de su doble naturaleza: divina y humana.
El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS una miniserie dedicada a la vida de Cristo. Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing, contiene secuencias de gran fuerza y originalidad, entre las que destacan las tentaciones en el desierto, el Sermón de la Montaña, la elección de los apóstoles y la Última Cena. El filme refleja la divinidad de Cristo (sus milagros, su mensaje divino, su vocación redentora), pero acentúa los aspectos más humanos y afectuosos de Cristo: un Jesús que ríe y se divierte, que ama y que sufre, que quiere a sus apóstoles y se preocupa de todos con corazón humano.
Casi al mismo tiempo, se estrenaba en los Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros (2000). Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora. Se trata de un filme arriesgado, que exigía aunar, a un sofisticado desarrollo informático, las técnicas tradicionales de animación manual. El resultado sorprendió a la crítica: por la originalidad de su planteamiento y por la sencilla emotividad de la puesta en escena. Entre otras compañías, fue realizado por Icon Productions, la empresa de Mel Gibson, que tenía muchos motivos para contar con esmero la vida de Jesús. De hecho, hacía tiempo que estaba preparando el gran proyecto de su vida: La Pasión de Cristo, que finalmente sería estrenada en Cuaresma de 2004.
Cuando Mel Gibson anunció que iba a rodar una película sobre las doce últimas horas de Jesús, con todo el horror de la flagelación, y en las dos lenguas de la época (latín y arameo), le llovieron toda suerte de críticas. Muchos consideraron que el proyecto era una locura, algo completamente destinado al fracaso. Pero Gibson estaba decidido a hacer su película, así que puso de su bolsillo los 30 millones de dólares que iba a costar producirla y reunió al equipo necesario. Algunos dirigentes judíos, basándose en un guión tergiversado, lo tacharon de antisemita, pero él supo convencer a las autoridades judías y a la jerarquía católica de que su proyecto no iba contra nadie: “En mi película, todos los personajes buenos son judíos: Jesús, la Virgen, María Magdalena, Simón de Cirene, la Verónica, los apóstoles. No hay nada en ella que deje en mal lugar al pueblo judío”.
Al mismo tiempo, unos cuantos cineastas de Hollywood (los mismos que alababan Monster o Kill Bill) le acusaron de mostrar "violencia gratuita". Y Gibson tuvo que defenderse: “La pasión de Cristo fue así. No hay nada de violencia gratuita en esta película. Nos hemos acostumbrado a ver crucifijos bonitos colgados de la pared. Decimos: ‘¡Oh, sí! Jesús fue azotado, llevó su cruz a cuestas y le clavaron en un madero’, pero ¿quién se detiene a pensar lo que estas palabras significan?”.
La película mostraba la divinidad de Jesús y la presencia del diablo en ese largo Via Crucis, pero también su humanidad doliente, y —gracias a fugaces pero emotivos flash-bakcs— el amor a sus discípulos, la dulzura con su madre, la sencillez de un artesano. Lo más impresionante fue el impacto que el filme produjo en las audiencias. Algunos casos fueron especialmente llamativos, como el de un neonazi noruego que a la salida del cine confesó haber participado en dos atentados con bomba.
El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS una miniserie dedicada a la vida de Cristo. Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing, contiene secuencias de gran fuerza y originalidad, entre las que destacan las tentaciones en el desierto, el Sermón de la Montaña, la elección de los apóstoles y la Última Cena. El filme refleja la divinidad de Cristo (sus milagros, su mensaje divino, su vocación redentora), pero acentúa los aspectos más humanos y afectuosos de Cristo: un Jesús que ríe y se divierte, que ama y que sufre, que quiere a sus apóstoles y se preocupa de todos con corazón humano.
Casi al mismo tiempo, se estrenaba en los Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros (2000). Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora. Se trata de un filme arriesgado, que exigía aunar, a un sofisticado desarrollo informático, las técnicas tradicionales de animación manual. El resultado sorprendió a la crítica: por la originalidad de su planteamiento y por la sencilla emotividad de la puesta en escena. Entre otras compañías, fue realizado por Icon Productions, la empresa de Mel Gibson, que tenía muchos motivos para contar con esmero la vida de Jesús. De hecho, hacía tiempo que estaba preparando el gran proyecto de su vida: La Pasión de Cristo, que finalmente sería estrenada en Cuaresma de 2004.
Cuando Mel Gibson anunció que iba a rodar una película sobre las doce últimas horas de Jesús, con todo el horror de la flagelación, y en las dos lenguas de la época (latín y arameo), le llovieron toda suerte de críticas. Muchos consideraron que el proyecto era una locura, algo completamente destinado al fracaso. Pero Gibson estaba decidido a hacer su película, así que puso de su bolsillo los 30 millones de dólares que iba a costar producirla y reunió al equipo necesario. Algunos dirigentes judíos, basándose en un guión tergiversado, lo tacharon de antisemita, pero él supo convencer a las autoridades judías y a la jerarquía católica de que su proyecto no iba contra nadie: “En mi película, todos los personajes buenos son judíos: Jesús, la Virgen, María Magdalena, Simón de Cirene, la Verónica, los apóstoles. No hay nada en ella que deje en mal lugar al pueblo judío”.
Al mismo tiempo, unos cuantos cineastas de Hollywood (los mismos que alababan Monster o Kill Bill) le acusaron de mostrar "violencia gratuita". Y Gibson tuvo que defenderse: “La pasión de Cristo fue así. No hay nada de violencia gratuita en esta película. Nos hemos acostumbrado a ver crucifijos bonitos colgados de la pared. Decimos: ‘¡Oh, sí! Jesús fue azotado, llevó su cruz a cuestas y le clavaron en un madero’, pero ¿quién se detiene a pensar lo que estas palabras significan?”.
La película mostraba la divinidad de Jesús y la presencia del diablo en ese largo Via Crucis, pero también su humanidad doliente, y —gracias a fugaces pero emotivos flash-bakcs— el amor a sus discípulos, la dulzura con su madre, la sencillez de un artesano. Lo más impresionante fue el impacto que el filme produjo en las audiencias. Algunos casos fueron especialmente llamativos, como el de un neonazi noruego que a la salida del cine confesó haber participado en dos atentados con bomba.