Aquella entrevista en el programa O’Reilly Factor, de la cadena CBS, paró el golpe inicial, pero la mecha estaba ya encendida y era solo cuestión de tiempo.
El 9 de marzo de 2003, el New York Times Magazine publicaba un artículo titulado "Is The Pope catholic... Enough?", que era en realidad un extenso reportaje sobre el tradicionalismo de Gibson, en el que dibujaba a su padre como un católico fanático, que negaba la existencia del holocausto judío. También abundaba en el hecho de que la película se rodaba en lenguas muertas y aventuraba la posibilidad de que retratara a los líderes judíos —en contra de lo proclamado en el Vaticano II— como los causantes de la muerte de Jesús.
Al día siguiente, y amparándose en ese artículo, el Presidente y fundador del Simon Wiesenthal, el rabino Marvin Heir, mostraba su preocupación porque la película provocara un nuevo antisemitismo en Estados Unidos. Mel Gibson contestó de inmediato, pero la rueda ya se había puesto en movimiento y no había quién la parara. Lo peor de todo fue descubrir que, con la supuesta animadversión hacia el Vaticano, la Conferencia Episcopal americana parecía ponerse en su contra. Muy pronto, sin embargo, el equipo de Icon Productions supo que en ese distanciamiento de la jerarquía había también otro motivo.
Resulta que, en los últimos dos años, Gibson había realizado varias gestiones en los estudios de Hollywood para que le financiaran la película o, al menos, se involucraran en la producción. Reacios a un proyecto tan manifiestamente religioso, su negativa fue rotunda al saber que Gibson quería filmarla en latín y arameo. “Va a ser un gran fiasco económico”, le decían, pero Gibson no estaba dispuesto a ceder en ese punto. Así que decidió acometer en solitario la producción, aportando de su bolsillo los 30 millones de dólares que el proyecto requería.
Lo que no había previsto es que aquellas copias de su guión —versiones anteriores al guión definitivo— acabaran cayendo en manos ajenas a la industria del cine. Una de ellas, en concreto, fue a parar a una comisión de intelectuales judíos y católicos que da asesoría externa al Comité de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal, además de a la conocida Liga Anti Difamación judía (ADL). Y ese comité de intelectuales estaba preparando un extenso y escandaloso informe sobre todas las cosas que Gibson debía cambiar en su guión si no quería recibir una reprobación pública.
Además, había preparado un folleto titulado “Criterios para Evaluar las Dramatizaciones de la Pasión”, fechado en abril de 2003, que sentaba cátedra —de forma bastante autoritaria— sobre lo que podía o no mostrarse en una representación de la muerte del Señor.
Pero, ¿quiénes formaban parte de aquella comisión? La sorpresa de Gibson al conocerlo fue mayúscula...
(Continuará el miércoles 5.X)
El 9 de marzo de 2003, el New York Times Magazine publicaba un artículo titulado "Is The Pope catholic... Enough?", que era en realidad un extenso reportaje sobre el tradicionalismo de Gibson, en el que dibujaba a su padre como un católico fanático, que negaba la existencia del holocausto judío. También abundaba en el hecho de que la película se rodaba en lenguas muertas y aventuraba la posibilidad de que retratara a los líderes judíos —en contra de lo proclamado en el Vaticano II— como los causantes de la muerte de Jesús.
Al día siguiente, y amparándose en ese artículo, el Presidente y fundador del Simon Wiesenthal, el rabino Marvin Heir, mostraba su preocupación porque la película provocara un nuevo antisemitismo en Estados Unidos. Mel Gibson contestó de inmediato, pero la rueda ya se había puesto en movimiento y no había quién la parara. Lo peor de todo fue descubrir que, con la supuesta animadversión hacia el Vaticano, la Conferencia Episcopal americana parecía ponerse en su contra. Muy pronto, sin embargo, el equipo de Icon Productions supo que en ese distanciamiento de la jerarquía había también otro motivo.
Resulta que, en los últimos dos años, Gibson había realizado varias gestiones en los estudios de Hollywood para que le financiaran la película o, al menos, se involucraran en la producción. Reacios a un proyecto tan manifiestamente religioso, su negativa fue rotunda al saber que Gibson quería filmarla en latín y arameo. “Va a ser un gran fiasco económico”, le decían, pero Gibson no estaba dispuesto a ceder en ese punto. Así que decidió acometer en solitario la producción, aportando de su bolsillo los 30 millones de dólares que el proyecto requería.
Lo que no había previsto es que aquellas copias de su guión —versiones anteriores al guión definitivo— acabaran cayendo en manos ajenas a la industria del cine. Una de ellas, en concreto, fue a parar a una comisión de intelectuales judíos y católicos que da asesoría externa al Comité de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal, además de a la conocida Liga Anti Difamación judía (ADL). Y ese comité de intelectuales estaba preparando un extenso y escandaloso informe sobre todas las cosas que Gibson debía cambiar en su guión si no quería recibir una reprobación pública.
Además, había preparado un folleto titulado “Criterios para Evaluar las Dramatizaciones de la Pasión”, fechado en abril de 2003, que sentaba cátedra —de forma bastante autoritaria— sobre lo que podía o no mostrarse en una representación de la muerte del Señor.
Pero, ¿quiénes formaban parte de aquella comisión? La sorpresa de Gibson al conocerlo fue mayúscula...
(Continuará el miércoles 5.X)