A Mel Gibson le gustan los símbolos. Por eso recurre a ellos en buena parte de "La Pasión de Cristo", y casi siempre con asombrosa eficacia.
Uno de los más celebrados acontece al comienzo de la cinta, durante la oración en Getsemaní: Gibson adelanta visualmente la victoria de Cristo en el sufrimiento de la Cruz con el gesto de Jesús al aplastar la cabeza de un áspid. Es una escena decisiva, que impacta poderosamente en el espectador y hace resonar en su memoria aquel pasaje del Génesis, en el diálogo de Dios Padre con la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; tú le acecharás el talón y ella te aplastará la cabeza”.
Más delicado es el símbolo que vemos en la escena del proceso ante Pilatos, cuando una paloma remonta el vuelo ante Cristo doliente, único testigo de tan armonioso vuelo. Con ello —Gibson lo señaló en una entrevista—, el director quiso significar la cercanía del Espíritu Santo a Jesús durante toda la agonía de su Pasión.
Otra imagen muy acertada es aquella en que María, acompañada de Juan y de la Magdalena, entra en la plaza del templo y se arroja sobre el suelo, intuyendo el lugar donde se encuentra encerrado su Hijo. La cámara desciende por debajo del terrazo y muestra a Jesús, encadenado en el sótano, mientras dirige sus ojos hacia arriba, donde está la Virgen: la perfecta sintonía entre Madre e Hijo, que fue particularmente intensa durante la Pasión, es transmitida a los espectadores con toda la fuerza y la emoción de ese conmovedor simbolismo.
La película contiene también una alusión simbólica a la cena pascual judía. Se trata de la única frase en hebreo (no arameo) que se escucha en la cinta, y que vemos casi al principio, cuando un joven escapa del huerto y llega a la casa donde están la Virgen y María Magdalena. Les anuncia que se lo han llevado, y la Virgen dice: be-mah nishtanah ha-layla ha-zot mi khol ha-layelot (“¿En qué se diferencia esta noche de todas las noches?”). Se trata de una pregunta ritual que siempre se hace en hebreo, aún hoy, en los primeros momentos de la cena pascual. Situada en ese momento, como clave de interpretación para todo lo que vendrá, es también el inicio de un paralelismo que se irá desarrollando entre la pasión y la última cena: el lavatorio de los pies, la presentación del pan, la consagración del pan y del vino se entrelazan con algunos pasajes de la crucifixión. Gibson quiere recordar a la audiencia, por un lado, que en esa cena pascual se unieron el Antiguo y el Nuevo Testamento, y por otro, que en ella se anticipó sacramentalmente lo que en plenitud se realizaría poco después en la Cruz.
Uno de los más celebrados acontece al comienzo de la cinta, durante la oración en Getsemaní: Gibson adelanta visualmente la victoria de Cristo en el sufrimiento de la Cruz con el gesto de Jesús al aplastar la cabeza de un áspid. Es una escena decisiva, que impacta poderosamente en el espectador y hace resonar en su memoria aquel pasaje del Génesis, en el diálogo de Dios Padre con la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; tú le acecharás el talón y ella te aplastará la cabeza”.
Más delicado es el símbolo que vemos en la escena del proceso ante Pilatos, cuando una paloma remonta el vuelo ante Cristo doliente, único testigo de tan armonioso vuelo. Con ello —Gibson lo señaló en una entrevista—, el director quiso significar la cercanía del Espíritu Santo a Jesús durante toda la agonía de su Pasión.
Otra imagen muy acertada es aquella en que María, acompañada de Juan y de la Magdalena, entra en la plaza del templo y se arroja sobre el suelo, intuyendo el lugar donde se encuentra encerrado su Hijo. La cámara desciende por debajo del terrazo y muestra a Jesús, encadenado en el sótano, mientras dirige sus ojos hacia arriba, donde está la Virgen: la perfecta sintonía entre Madre e Hijo, que fue particularmente intensa durante la Pasión, es transmitida a los espectadores con toda la fuerza y la emoción de ese conmovedor simbolismo.
La película contiene también una alusión simbólica a la cena pascual judía. Se trata de la única frase en hebreo (no arameo) que se escucha en la cinta, y que vemos casi al principio, cuando un joven escapa del huerto y llega a la casa donde están la Virgen y María Magdalena. Les anuncia que se lo han llevado, y la Virgen dice: be-mah nishtanah ha-layla ha-zot mi khol ha-layelot (“¿En qué se diferencia esta noche de todas las noches?”). Se trata de una pregunta ritual que siempre se hace en hebreo, aún hoy, en los primeros momentos de la cena pascual. Situada en ese momento, como clave de interpretación para todo lo que vendrá, es también el inicio de un paralelismo que se irá desarrollando entre la pasión y la última cena: el lavatorio de los pies, la presentación del pan, la consagración del pan y del vino se entrelazan con algunos pasajes de la crucifixión. Gibson quiere recordar a la audiencia, por un lado, que en esa cena pascual se unieron el Antiguo y el Nuevo Testamento, y por otro, que en ella se anticipó sacramentalmente lo que en plenitud se realizaría poco después en la Cruz.