En El Evangelio según San Mateo (1964), Pasolini optó por el tono costumbrista a la hora de narrar la llegada de los Magos a Jerusalén. Plaza bulliciosa, gritos de mercadeo, ir y venir de gentes con mercancías. En ese marco abigarrado y confuso, aparecen los tres Magos, con sus camellos y sus criados, y atraviesan en silencio tan agitada escena. Tras pasar la puerta con doble arco que daba entrada a la ciudad, se dirigen por un camino estrecho hasta la misma sinagoga. Allí, en medio de una ceremonia judía de tono folclórico y deliberadamente anacrónico, los Magos preguntan a los jefes de los sacerdotes: “¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? Hemos visto en Oriente su estrella y venimos a rendirle homenaje”. En un contexto de barullo y gritos sueltos, son éstas las únicas palabras que oímos con claridad, antes de su encuentro con Herodes. Fiel, nuevamente, a su puesta en escena, el guión recoge sólo las palabras que Mateo incluyó en su Evangelio.
El Mesías (1975), de Roberto Rossellini, es una versión atípica de la vida de Jesús. Austera en algunos pasajes, y más centrada en una parte de los discursos de Jesús (el mensaje de bondad) que en los milagros y signos que muestran su divinidad, el director italiano quiso subrayar la faceta más humana de la vida de Cristo. En el pasaje de Herodes con los Magos advertimos una clara intencionalidad paródica. La escena arranca con un primer plano de los pies del monarca, doloridos por un esfuerzo que nunca hizo: todo aquí sugiere su hipocondría. El plano se abre para mostrar a un Herodes más preocupado por sus afeites y cuidados que por sus súbditos y su reino. Por eso, de los Magos recién llegados (le anuncian unos “sabios, príncipes astrólogos”) lo único que le interesa es el anuncio de un nuevo rey en sus tierras. En consecuencia, tras escuchar los detalles de la profecía por uno de sus cortesanos, recibe a los Magos tumbado en su cama –otras vez su hipocondría y su comodidad- y les muestra una falsa hospitalidad que es inmediatamente desacreditada en el gesto final con el jefe de su guardia.
Con todo, el pasaje más completo de toda esa secuencia nos la proporciona el filme María de Nazaret (1995). Jean Delannoy muestra, primero, la llegada humilde de los pastores a la gruta y, en paralelo, la ostentosa recepción a los Magos. Vemos después a un Herodes llagado en todo el cuerpo (tiene lepra y no para de rascarse), lo que es un adelanto en el tiempo –una licencia artística- de lo que el Nuevo Testamento nos dirá de su abuelo Herodes Agripa: tras matar a Santiago y encarcelar a Pedro, fomenta que la plebe le trate como a un dios, por lo que “fue herido por un ángel del Señor, y expiró comido por los gusanos” (Hechos 12, 23). Este hecho milagroso, que se refleja más adelante en el filme, es relatado también por el historiador judío Flavio Josefo en sus Antigüedades Judías: “La gente gritó: ‘Ahora te honramos como dios’. El rey… sintió un agudo dolor estomacal, y tras sufrir continuamente durante cinco días, murió a la edad de 54 años” (Libro XVII, Cap. VI).
En el pasaje que hemos seleccionado, llaman la atención el dramatismo de las escenas, la fuerte concatenación de las mismas, el tono caricaturesco de Herodes y el duro contraste entre él y los demás grupos de personajes: la humildad de los pastores frente a la pompa de palacio, la sinceridad de los Magos frente a la falsa adulación del monarca, la sumisa obediencia de su siervo frente al duro maltrato al que le somete. El final de todo el fragmento, a las puertas ya de la cueva, sorprende por la enorme concurrencia allí congregada.
El Mesías (1975), de Roberto Rossellini, es una versión atípica de la vida de Jesús. Austera en algunos pasajes, y más centrada en una parte de los discursos de Jesús (el mensaje de bondad) que en los milagros y signos que muestran su divinidad, el director italiano quiso subrayar la faceta más humana de la vida de Cristo. En el pasaje de Herodes con los Magos advertimos una clara intencionalidad paródica. La escena arranca con un primer plano de los pies del monarca, doloridos por un esfuerzo que nunca hizo: todo aquí sugiere su hipocondría. El plano se abre para mostrar a un Herodes más preocupado por sus afeites y cuidados que por sus súbditos y su reino. Por eso, de los Magos recién llegados (le anuncian unos “sabios, príncipes astrólogos”) lo único que le interesa es el anuncio de un nuevo rey en sus tierras. En consecuencia, tras escuchar los detalles de la profecía por uno de sus cortesanos, recibe a los Magos tumbado en su cama –otras vez su hipocondría y su comodidad- y les muestra una falsa hospitalidad que es inmediatamente desacreditada en el gesto final con el jefe de su guardia.
Con todo, el pasaje más completo de toda esa secuencia nos la proporciona el filme María de Nazaret (1995). Jean Delannoy muestra, primero, la llegada humilde de los pastores a la gruta y, en paralelo, la ostentosa recepción a los Magos. Vemos después a un Herodes llagado en todo el cuerpo (tiene lepra y no para de rascarse), lo que es un adelanto en el tiempo –una licencia artística- de lo que el Nuevo Testamento nos dirá de su abuelo Herodes Agripa: tras matar a Santiago y encarcelar a Pedro, fomenta que la plebe le trate como a un dios, por lo que “fue herido por un ángel del Señor, y expiró comido por los gusanos” (Hechos 12, 23). Este hecho milagroso, que se refleja más adelante en el filme, es relatado también por el historiador judío Flavio Josefo en sus Antigüedades Judías: “La gente gritó: ‘Ahora te honramos como dios’. El rey… sintió un agudo dolor estomacal, y tras sufrir continuamente durante cinco días, murió a la edad de 54 años” (Libro XVII, Cap. VI).
En el pasaje que hemos seleccionado, llaman la atención el dramatismo de las escenas, la fuerte concatenación de las mismas, el tono caricaturesco de Herodes y el duro contraste entre él y los demás grupos de personajes: la humildad de los pastores frente a la pompa de palacio, la sinceridad de los Magos frente a la falsa adulación del monarca, la sumisa obediencia de su siervo frente al duro maltrato al que le somete. El final de todo el fragmento, a las puertas ya de la cueva, sorprende por la enorme concurrencia allí congregada.