sábado, 23 de abril de 2011

El guión de "La Pasión de Cristo" (4): Aportaciones de Ana Catalina Emmerich

A todo este material que procede de los Evangelios o de la tradición, los dos guionistas sumaron también las visiones de Ana Catalina Emmerich, que quedaron recogidas en muchas secuencias de la película. Entre ellas, cabe destacar las siguientes:

- Durante la oración en el huerto de Getsemaní, el diablo aparece junto a Jesús y trata de tentarle para que desista. Según Emmerich, “Satanás gritaba a su santa humanidad diciéndole: ‘¡Cómo! ¿Vas a tomar también este castigo sobre ti? ¿De verdad quieres satisfacer por todo esto?’”.

- Cuando el Señor despierta a los tres apóstoles dormidos y se va de nuevo a orar, los apóstoles dialogan entre ellos: “¿Qué tiene?, ¿qué le ha sucedido?... Está en un completo abandono”. Y, tras la segunda visita, comentan: “¿Qué haremos nosotros cuando le hayan hecho morir? Lo hemos dejado todo por seguirle...”.

- Tras el prendimiento, los alguaciles atan al Señor con cuerdas y cadenas y lo arrastran camino de Jerusalén, mientras lo maltratan y le dan latigazos. Como consecuencia, Jesús cae por dos veces al suelo. Al llegar al puente que cruza el torrente Cedrón, lo arrojan desde lo alto, y el Señor queda suspendido de las cuerdas.

- Después de las negaciones, Pedro sale fuera de la casa de Caifás y se encuentra con la Virgen. Cuenta Emmerich: “María le dijo: ‘Simón, ¿qué ha sido de Jesús, mi Hijo?’ (...) Pedro exclamó, llorando: ‘¡Oh, Madre, no me hables! Lo han condenado a muerte y yo le he negado tres veces’. Pedro, como fuera de sí, huyó del patio y se fue a la gruta del monte de los Olivos”.

- A Judas se le aparece Satanás “bajo una forma horrible” (en la película, bajo la forma de unos niños deformes), y le incita a la desesperación. Finalmente, le lleva “a un lugar pantanoso, lleno de escombros y de inmundicias” (en la película, un lugar de inmundicia con el cadáver de un burro en descomposición).

- La mujer de Poncio Pilato, Claudia Prócula, da unas piezas de tela a la Madre de Jesús. Un poco más tarde, señala Emmerich, “habiéndose apartado el pueblo, María y Magdalena se acercaron al sitio en donde Jesús había sido azotado, y limpiaron por todas partes la sagrada sangre de Jesús con el lienzo que Claudia Prócula les había dado”.

- Tras el encuentro de Jesús con su Madre, “uno de los soldados preguntó: ‘¿Quién es esta mujer que se lamenta?’. Y el otro respondió: ‘Es la madre del galileo’”.

- Mientras el Señor, en su costosa subida, llega a caer hasta siete veces, “los fariseos, a caballo, siguieron caminos más cómodos situados al lado occidental del Calvario”.

- Como la mano izquierda no llega hasta el agujero del travesaño, apunta Emmerich, ataron una cuerda a su brazo izquierdo y tiraron de él con toda su fuerza, hasta que lo dislocaron.

- Al morir el Señor, no solo tiembla la tierra y se rasga el velo del Templo, sino que sucede un horrible terremoto y se derrumban algunas paredes del Templo. Los sacerdotes salen despavoridos.

- El centurión romano Casio (después bautizado como Longinos) clava su lanza en el costado del Señor. “Al retirarla —señala Emmerich—, salió de la herida un chorro de sangre y agua que mojó su rostro. Se arrodilló y confesó en voz alta su fe en Jesús”.

Además de los relatos de Emmerich, Gibson y Fitzgerald utilizaron también el libro Mística Ciudad de Dios (conocida igualmente como Divina Historia de la Madre de Dios), de la monja franciscana española Sor María de Ágreda (1602-1665). Redactado dos veces —pues la autora quemó la primera redacción— y publicado póstumamente, el libro desarrolla una amplia biografía de la Virgen, se configura también como un tratado de mística, e incluye asimismo algunas visiones sobre la Madre del Señor y sus experiencias durante la Pasión.

La obra, que fue muy popular en su tiempo, cuenta en la actualidad con más de doscientas cincuenta ediciones en numerosas lenguas. Y en sus páginas —como en gran parte de la tradición mística española— se mezcla lo teológico y lo literario, lo devoto y lo biográfico, la historia bíblica y los arrebatos místicos. De esas visiones de la monja, toma Gibson diversos aspectos, muy especialmente una de las escenas más desgarradoras de toda la cinta: aquella en que, para remachar los clavos recién hincados en el madero, los soldados dan la vuelta a la cruz, con Jesús clavado en ella, y el Señor sufre un violento tirón de sus miembros, mientras queda boca abajo, suspendido milagrosamente en el aire.

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