jueves, 22 de diciembre de 2011

La Navidad en el cine (6): "No había sitio para ellos en la posada"

La llegada a Belén y la falta de sitio en la posada –aspectos explícitamente relatados por S. Mateo– han favorecido que la imaginación popular se forjara una idea un tanto negativa del posadero de Belén: un hombre de pocos escrúpulos, que no se apiada de esos forasteros ni de una mujer que está a punto de dar a luz.

Con su apuesta por la denuncia política, el director de Rey de Reyes (1961) quiso dibujar una Belén caótica y confusa, de hombres violentos, corrompidos por la dominación romana. Hasta esa ciudad anárquica llegan José y María, y la bondad de esa pareja resalta por contraste en ese marco de odio y egoísmo. También el posadero responde a ese arquetipo, aunque su imagen no es del todo negativa: cuando, al final de la conversación, sabe que María va a dar a luz esa noche, cambia el tono de sus palabras y les ofrece un pesebre para que puedan acogerse allí. Tal vez sea ese el mejor acomodo para ellos.



Años más tarde, Zeffirelli hará también un retrato semejante de esta secuencia, con una Belén más tranquila y festiva, y en un tono más alegre y costumbrista. El posadero es igualmente antipático y egoísta, más aún que el del filme precedente. Llega incluso a cerrar literalmente la puerta en sus narices para evitar que se cuele en posada algún forastero. En ese entorno adverso –en el que advertimos la profunda confianza en Dios de José– la ayuda les vendrá por una gitana que trabaja en el mesón. Ha oído toda la conversación, y ella –también una “desheredada” y una extranjera– les dará cobijo en esa tierra extraña y les conducirá hasta una cueva de las afueras. Ese contraste entre la altivez de los ricos y la solidaridad de las gentes sencillas marcará en adelante toda la película de Jesús de Nazaret (1977).



Por contraste a los filmes anteriores, María de Nazaret (1995), de Jean Delannoy, retrata al posadero de forma más amable y acogedora. En un contexto igualmente costumbrista –cantos, bailes, panderetas, con una Belén rebosante de forasteros– la breve conversación entre José y el mesonero termina felizmente: este hombre ofrece a José y a María el mejor lugar del que dispone: un humilde establo, pero sin ruidos y con cierta intimidad. El contraste con la bullanga y el ruido de afuera es tan grande, que la Virgen afirma convencida: “Mi Hijo no podría desear mejor palacio para venir al mundo”.

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