Juan Jesús de Cózar.- Alfonso Cuarón (México D. F., 1961) es un buen director. Más: es un artista. Y con los artistas ocurre a veces que algunas de sus producciones superan –para bien‑ sus propias intenciones. Como si no pudieran controlar su genio creativo. La última película de Cuarón es un claro ejemplo.
Porque “Gravity” es una vertiginosa Aventura Espacial (sí, con mayúsculas), un poema visual, un alarde técnico –el 3D está plenamente justificado en este caso‑, una intensa experiencia sensorial y una metáfora de la vida. Todo a la vez. Al final de la proyección, cada espectador sacará sus propias conclusiones, que posiblemente no serán convergentes ni coincidirán con las ideas del director.
Partiendo de un sencillo argumento, Alfonso Cuarón y su hijo Jonás firman un guión con un atractivo enfoque antropológico, al subrayar la importancia de las actitudes de los personajes por encima de sus condiciones y sus circunstancias. Al ajustadísimo montaje de poco más de hora y media se suma una espléndida fotografía de Enmanuel Lubezki, que ya mereció el Óscar por su trabajo en “El árbol de la vida” (Terrence Malick, 2010).
“Gravity” comienza con un magistral ‑¿aparente?‑ plano secuencia a modo de coreografía, donde el astronauta Matt Kowalski (George Clooney) y la ingeniero médico Ryan Stone (una sorprendente Sandra Bullock) intentan arreglar una avería en la estación espacial. Él es un optimista “empedernido”; ella, un mujer marcada por el dolor de una pérdida. Un accidente los dejará a la deriva en la inmensidad del espacio, donde reina el silencio.
En el libreto de los Cuarón no hay grandes parlamentos, ni introducción de personajes, ni disquisiciones tipo Kubrick. El predominio de lo visual y simbólico es tan apabullante que no tienen reparo en ceder a una cierta convencionalidad emocional. Los temas de fondo sólo se apuntan, pero no dejan de ser interesantes: la belleza de la Creación, el valor de la maternidad, el anhelo de un más allá que colme las ansias de felicidad del ser humano, la generosidad hasta el heroísmo, la necesidad de renacer humana y espiritualmente…“Ni siquiera sé rezar. Nadie me enseñó a hacerlo”, se lamenta la doctora Stone, y su queja suena como aviso a una sociedad materialista.
“Gravity” es una película brillante –su candidatura a los Óscars parecería lógica‑, formalmente innovadora, realizada con un gusto exquisito y muy entretenida. Sin resultar muy profunda, consigue insuflar aliento épico en el espectador, al que se advierte que “quien no arriesga, no gana”.
Porque “Gravity” es una vertiginosa Aventura Espacial (sí, con mayúsculas), un poema visual, un alarde técnico –el 3D está plenamente justificado en este caso‑, una intensa experiencia sensorial y una metáfora de la vida. Todo a la vez. Al final de la proyección, cada espectador sacará sus propias conclusiones, que posiblemente no serán convergentes ni coincidirán con las ideas del director.
Partiendo de un sencillo argumento, Alfonso Cuarón y su hijo Jonás firman un guión con un atractivo enfoque antropológico, al subrayar la importancia de las actitudes de los personajes por encima de sus condiciones y sus circunstancias. Al ajustadísimo montaje de poco más de hora y media se suma una espléndida fotografía de Enmanuel Lubezki, que ya mereció el Óscar por su trabajo en “El árbol de la vida” (Terrence Malick, 2010).
“Gravity” comienza con un magistral ‑¿aparente?‑ plano secuencia a modo de coreografía, donde el astronauta Matt Kowalski (George Clooney) y la ingeniero médico Ryan Stone (una sorprendente Sandra Bullock) intentan arreglar una avería en la estación espacial. Él es un optimista “empedernido”; ella, un mujer marcada por el dolor de una pérdida. Un accidente los dejará a la deriva en la inmensidad del espacio, donde reina el silencio.
En el libreto de los Cuarón no hay grandes parlamentos, ni introducción de personajes, ni disquisiciones tipo Kubrick. El predominio de lo visual y simbólico es tan apabullante que no tienen reparo en ceder a una cierta convencionalidad emocional. Los temas de fondo sólo se apuntan, pero no dejan de ser interesantes: la belleza de la Creación, el valor de la maternidad, el anhelo de un más allá que colme las ansias de felicidad del ser humano, la generosidad hasta el heroísmo, la necesidad de renacer humana y espiritualmente…“Ni siquiera sé rezar. Nadie me enseñó a hacerlo”, se lamenta la doctora Stone, y su queja suena como aviso a una sociedad materialista.
“Gravity” es una película brillante –su candidatura a los Óscars parecería lógica‑, formalmente innovadora, realizada con un gusto exquisito y muy entretenida. Sin resultar muy profunda, consigue insuflar aliento épico en el espectador, al que se advierte que “quien no arriesga, no gana”.
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