Los Evangelios nada dicen de los preparativos del viaje a Belén. En la historia del Séptimo Arte, cada director ha imaginado una solución distinta a esta escena, en la que José debe tomar decisiones importantes: ir a Belén y cumplir el mandato o quedarse en Nazaret para cuidar de María, acudir él solo o acompañado de su esposa, en qué momento partir y cómo organizar el trayecto.
La película Jesús de Nazaret (1977), de Franco Zeffirelli, centra este pasaje en la figura del carpintero, quizás porque en las escenas anteriores (Anunciación, visitación, Nacimiento del Bautista), la figura central ha sido la Virgen. Aquí, es José quien lleva las riendas de la escena, y esta actitud nos permite descrubrir, de forma muy nítida, la altura moral de este personaje en quien Dios había confiado una misión decisiva: hacer las veces de padre de Jesús, dirigir el hogar de Nazaret, cuidar del Niño y de María.
En toda la escena manifiesta su completa identificación con la Voluntad divina, por eso aprecia de inmediato que en el censo de Cesar Augusto se cumple la profecía de que el Mesías nacerá en Belén. “Hasta Augusto obedece a Dios”, exclama entusiasmado. La presencia de Santa Ana –enferma y postrada en el lecho– refuerza algo que ya hemos visto en la secuencia de la Anunciación: su carácter de testigo directo de todas las maravillas que Dios realizó en su hija, en María.
Una solución distinta a la de Zeffirelli es la que Jean Delannoy plasma en su película María de Nazaret (1995). Aquí la protagonista es María, que aparece totalmente decidida a acompañar a José, y es quien toma las decisiones del viaje. Con una imagen más realista de su embarazo –debía estar de ocho meses en el momento del anuncio del censo–, María resuelve las dudas de José: “No puedes retrasar el viaje hasta después de que nazca el Niño, ¡te encarcelarían! Y ¿qué haríamos nosotros sin ti?”. María está resuelta: “Mañana iremos a Belén, es lo prudente”. Y aunque no menciona a Dios, parece evidente que su deseo no es otro que el de cumplir su Voluntad. Así empieza el doloroso viaje: en apenas tres segundos nos damos perfecta cuenta de lo mucho que debió de padecer María en ese trayecto.
Finalmente, en La Natividad (2006) la escena de los preparativos se resuelve en una conversación familiar: están presentes S. Joaquín, Santa Ana, la Virgen y S. José. La decisión es compartida. El carpintero inicia el diálogo: no puede censarse en Nazaret, debe ir a Belén, e insinúa que tal vez María deba acompañarla. Santa Ana tercia en ese punto: a Ella le permitirán quedarse. Pero Joaquín replica con dureza: “No le permitirán nada”. También aquí es la Virgen quien resuelve la situación: pase lo que pase, acompañará a su esposo. Una vez tomada la decisión, la conversación se centra en los preparativos: Joaquín ofrece el asno para el viaje –lo único que la familia tiene para subsistir– y José, conmovido, promete que cuidará de su hija y del Niño con todas sus fuerzas.
La película Jesús de Nazaret (1977), de Franco Zeffirelli, centra este pasaje en la figura del carpintero, quizás porque en las escenas anteriores (Anunciación, visitación, Nacimiento del Bautista), la figura central ha sido la Virgen. Aquí, es José quien lleva las riendas de la escena, y esta actitud nos permite descrubrir, de forma muy nítida, la altura moral de este personaje en quien Dios había confiado una misión decisiva: hacer las veces de padre de Jesús, dirigir el hogar de Nazaret, cuidar del Niño y de María.
En toda la escena manifiesta su completa identificación con la Voluntad divina, por eso aprecia de inmediato que en el censo de Cesar Augusto se cumple la profecía de que el Mesías nacerá en Belén. “Hasta Augusto obedece a Dios”, exclama entusiasmado. La presencia de Santa Ana –enferma y postrada en el lecho– refuerza algo que ya hemos visto en la secuencia de la Anunciación: su carácter de testigo directo de todas las maravillas que Dios realizó en su hija, en María.
Una solución distinta a la de Zeffirelli es la que Jean Delannoy plasma en su película María de Nazaret (1995). Aquí la protagonista es María, que aparece totalmente decidida a acompañar a José, y es quien toma las decisiones del viaje. Con una imagen más realista de su embarazo –debía estar de ocho meses en el momento del anuncio del censo–, María resuelve las dudas de José: “No puedes retrasar el viaje hasta después de que nazca el Niño, ¡te encarcelarían! Y ¿qué haríamos nosotros sin ti?”. María está resuelta: “Mañana iremos a Belén, es lo prudente”. Y aunque no menciona a Dios, parece evidente que su deseo no es otro que el de cumplir su Voluntad. Así empieza el doloroso viaje: en apenas tres segundos nos damos perfecta cuenta de lo mucho que debió de padecer María en ese trayecto.
Finalmente, en La Natividad (2006) la escena de los preparativos se resuelve en una conversación familiar: están presentes S. Joaquín, Santa Ana, la Virgen y S. José. La decisión es compartida. El carpintero inicia el diálogo: no puede censarse en Nazaret, debe ir a Belén, e insinúa que tal vez María deba acompañarla. Santa Ana tercia en ese punto: a Ella le permitirán quedarse. Pero Joaquín replica con dureza: “No le permitirán nada”. También aquí es la Virgen quien resuelve la situación: pase lo que pase, acompañará a su esposo. Una vez tomada la decisión, la conversación se centra en los preparativos: Joaquín ofrece el asno para el viaje –lo único que la familia tiene para subsistir– y José, conmovido, promete que cuidará de su hija y del Niño con todas sus fuerzas.
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