(JUAN JESÚS DE CÓZAR).- Las comedias puramente costumbristas suelen tener casi siempre una buena acogida en el país de origen. Su carrera internacional, por el contrario, es breve o inexistente por razones fáciles de comprender.
Refiriéndonos al cine español, este comportamiento incluye en el mismo saco películas de una pobreza temática manifiesta –como la saga Torrente– y títulos de mayor calidad. Entre estos últimos parece obligatorio citar el espectacular éxito de “Ocho apellidos vascos”, cuya recaudación alcanza ya los 55 millones de euros; no se trata de una obra maestra, pero es muy divertida, tiene cierta magia y ha sabido ganarse las simpatías de un amplio espectro de público, desde adolescentes hasta ancianos.
Cuando un distribuidor se plantea estrenar en España una comedia costumbrista italiana o francesa, por ejemplo, se lo piensa más de dos veces, porque la taquilla sólo responde en contadas ocasiones. Por poner un ejemplo positivo, “Bienvenidos al Norte” –realizada por nuestros vecinos franceses– consiguió llevar a las salas a 600.000 españoles, logrando recaudar casi 4 millones de euros; claro que en Francia la vieron 20 millones de espectadores, que ingresaron en los cines 110 millones de euros.
Gracias a Surtsey Films –la empresa que lidera Miguel Ángel Pérez–, el pasado 19 de junio se estrenó en España “La jaula dorada”, una comedia híbrida –por calificarla de alguna manera– entre el costumbrismo francés y el portugués. Aunque se trata de una película pequeña, reúne suficientes elementos positivos como para dedicarle una reseña en este blog y para recomendar su visión en estos primeros días del verano: porque es una comedia muy refrescante.
Rubén Alves, el director y coguionista –34 años–, nos cuenta una historia que conoce muy bien. Hijo de padres portugueses que emigraron a Francia en la década de 1970, forma parte de la nueva generación de luso-descendientes que ya nacieron franceses. Su caso no es infrecuente y el siguiente dato lo confirma: entre 1960 y 1974 salieron de Portugal, en busca de mejores condiciones de vida, un millón y medio de portugueses –casi la sexta parte de la población censada en 1960–, de los que un 60% se establecieron en Francia.
El film nos presenta a María (Rita Blanco) y a José (Joaquim de Almeida). La elección de los nombres no parece casual. Ella es la incansable portera de un elegante edificio de París, y él, un responsable encargado de obra de una constructora. Son los Ribeiro, personas sencillas, muy trabajadoras, tan serviciales que parientes, inquilinos, jefes y amigos abusan de su generosidad. Sus dos hijos –buenos chicos– reprochan a sus padres que se dejen pisar por los demás; y los ven como unos “pringados”, aunque los quieren de verdad y la familia está muy unida. La hija mayor se llama Paula (Barbara Cabrita) y roza los 30; el segundo es Pedro (Alex Alves) y está cerca de los 20.
Aunque viven en una “jaula dorada”, la saudade está siempre presente en María y en José, que sueñan con regresar algún día a Portugal. La oportunidad irrechazable se presenta cuando reciben la noticia de ser los beneficiarios de una herencia, que incluye la casa familiar y abundante cash. A pesar de la discreción de la familia, la noticia corre como la pólvora y todos los que le rodean se alían para evitar su marcha, conscientes de lo que supondría la pérdida unas personas que, por su bondadosa disponibilidad, se han convertido en imprescindibles. A este argumento central se suma una subtrama que no conviene revelar; así, el enredo está servido y el film se ve con una sonrisa (no es película de carcajadas), hasta la festiva comida final.
La película tiene una clara vocación de agradar, y Alves dirige a un espléndido elenco de actores que se ganan la simpatía del espectador. No hay personajes “malos”, porque incluso los menos atractivos acaban mostrando al final que no les falta corazón. Mención especial merece también la nostálgica banda sonora de Rodrigo Leao, a cuyo trabajo se suman algunas magníficas canciones como “L’étrangère” y “Ó Malhão Malhão”, de Linda de Suza; “Bacalhau a Portuguesa”, de Quim Barreiros; “Prece (O Fado)” de Catarina Wallenstein; y dos temas de la mítica Amalia Rodrigues: “Fadinho da Ti Mariu Benta” y la archiconocida “Uma Casa Portuguesa”.
Precisamente en la letra del último tema citado se puede oír una frase que da la clave del film: “La alegría de la pobreza está en esta riqueza de dar y ser feliz”. Porque eso es lo que han hecho María y José durante toda su vida: servir a los demás con un trabajo no sólo bien hecho, sino excelente; y eso es impagable. No son unos “pringados”, porque detrás de su aparente modestia se esconden dos personas excepcionales.
“La jaula dorada”, que obtuvo el galardón del público en los Premios del Cine Europeo 2013, ha sido vista en Francia por 1.200.000 espectadores y en Portugal por 800.000. Ruben Alves dedica la cinta a sus padres, como puede leerse en los créditos finales. Un merecido homenaje que sin duda incluye a todos aquellos que tuvieron que emigrar de su querida tierra portuguesa.
Refiriéndonos al cine español, este comportamiento incluye en el mismo saco películas de una pobreza temática manifiesta –como la saga Torrente– y títulos de mayor calidad. Entre estos últimos parece obligatorio citar el espectacular éxito de “Ocho apellidos vascos”, cuya recaudación alcanza ya los 55 millones de euros; no se trata de una obra maestra, pero es muy divertida, tiene cierta magia y ha sabido ganarse las simpatías de un amplio espectro de público, desde adolescentes hasta ancianos.
Cuando un distribuidor se plantea estrenar en España una comedia costumbrista italiana o francesa, por ejemplo, se lo piensa más de dos veces, porque la taquilla sólo responde en contadas ocasiones. Por poner un ejemplo positivo, “Bienvenidos al Norte” –realizada por nuestros vecinos franceses– consiguió llevar a las salas a 600.000 españoles, logrando recaudar casi 4 millones de euros; claro que en Francia la vieron 20 millones de espectadores, que ingresaron en los cines 110 millones de euros.
Gracias a Surtsey Films –la empresa que lidera Miguel Ángel Pérez–, el pasado 19 de junio se estrenó en España “La jaula dorada”, una comedia híbrida –por calificarla de alguna manera– entre el costumbrismo francés y el portugués. Aunque se trata de una película pequeña, reúne suficientes elementos positivos como para dedicarle una reseña en este blog y para recomendar su visión en estos primeros días del verano: porque es una comedia muy refrescante.
Rubén Alves, el director y coguionista –34 años–, nos cuenta una historia que conoce muy bien. Hijo de padres portugueses que emigraron a Francia en la década de 1970, forma parte de la nueva generación de luso-descendientes que ya nacieron franceses. Su caso no es infrecuente y el siguiente dato lo confirma: entre 1960 y 1974 salieron de Portugal, en busca de mejores condiciones de vida, un millón y medio de portugueses –casi la sexta parte de la población censada en 1960–, de los que un 60% se establecieron en Francia.
El film nos presenta a María (Rita Blanco) y a José (Joaquim de Almeida). La elección de los nombres no parece casual. Ella es la incansable portera de un elegante edificio de París, y él, un responsable encargado de obra de una constructora. Son los Ribeiro, personas sencillas, muy trabajadoras, tan serviciales que parientes, inquilinos, jefes y amigos abusan de su generosidad. Sus dos hijos –buenos chicos– reprochan a sus padres que se dejen pisar por los demás; y los ven como unos “pringados”, aunque los quieren de verdad y la familia está muy unida. La hija mayor se llama Paula (Barbara Cabrita) y roza los 30; el segundo es Pedro (Alex Alves) y está cerca de los 20.
Aunque viven en una “jaula dorada”, la saudade está siempre presente en María y en José, que sueñan con regresar algún día a Portugal. La oportunidad irrechazable se presenta cuando reciben la noticia de ser los beneficiarios de una herencia, que incluye la casa familiar y abundante cash. A pesar de la discreción de la familia, la noticia corre como la pólvora y todos los que le rodean se alían para evitar su marcha, conscientes de lo que supondría la pérdida unas personas que, por su bondadosa disponibilidad, se han convertido en imprescindibles. A este argumento central se suma una subtrama que no conviene revelar; así, el enredo está servido y el film se ve con una sonrisa (no es película de carcajadas), hasta la festiva comida final.
La película tiene una clara vocación de agradar, y Alves dirige a un espléndido elenco de actores que se ganan la simpatía del espectador. No hay personajes “malos”, porque incluso los menos atractivos acaban mostrando al final que no les falta corazón. Mención especial merece también la nostálgica banda sonora de Rodrigo Leao, a cuyo trabajo se suman algunas magníficas canciones como “L’étrangère” y “Ó Malhão Malhão”, de Linda de Suza; “Bacalhau a Portuguesa”, de Quim Barreiros; “Prece (O Fado)” de Catarina Wallenstein; y dos temas de la mítica Amalia Rodrigues: “Fadinho da Ti Mariu Benta” y la archiconocida “Uma Casa Portuguesa”.
Precisamente en la letra del último tema citado se puede oír una frase que da la clave del film: “La alegría de la pobreza está en esta riqueza de dar y ser feliz”. Porque eso es lo que han hecho María y José durante toda su vida: servir a los demás con un trabajo no sólo bien hecho, sino excelente; y eso es impagable. No son unos “pringados”, porque detrás de su aparente modestia se esconden dos personas excepcionales.
“La jaula dorada”, que obtuvo el galardón del público en los Premios del Cine Europeo 2013, ha sido vista en Francia por 1.200.000 espectadores y en Portugal por 800.000. Ruben Alves dedica la cinta a sus padres, como puede leerse en los créditos finales. Un merecido homenaje que sin duda incluye a todos aquellos que tuvieron que emigrar de su querida tierra portuguesa.
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