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domingo, 9 de noviembre de 2014

Las 50 mejores películas sobre la madre

Parece que nuestra sociedad esté valorando poco una cualidad que la mujer está desarrollando hoy más que el hombre: su capacidad de sacrificio por los demás. Esa madre que es capaz de dar su tiempo, sus energías ¡su vida! por un hijo, o por su marido, o por su familia.

Una mujer fuerte, una madre "coraje" que saca adelante una familia numerosa, o que redime al marido a base de constancia. Una madre generosa que tira de la familia y de los hijos cuando el padre ha muerto o está ausente.

Es una pena, porque esta figura es un ejemplo paradigmático de cómo la mujer, muchas veces de forma silenciosa y oculta, es el auténtico pilar de la familia y de la sociedad.

Quizás por eso me alegró descubrir hace tiempo la lista que publicó Decine21 con "las 100 mejores películas de madres fuertes y con coraje". Como suele suceder, no todas me convencen ni me parecen igualmente loables. Pero el listado es magnífico. Os lo ofrezco, con algunas adiciones y omisiones- en el orden en el que yo las pondría, por si os ayuda a seleccionar películas que podáis ver en casa, en un centro educativo o en una sesión de cine-fórum.

Como siempre, espero que me indiquéis cuáles os gustaron más, o cuáles añadiríais a este listado.

1. Mi pie izquierdo (Jim Sheridan, 1989)
2. La vida es bella (Roberto Benigni, 1997)
3. La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004)
4. The Blind Side (Un sueño posible) (John Lee Hancock, 2009)
5. No sin mi hija (Brian Gilbert, 1991)
6. Las uvas de la ira (John Ford, 1940)
7. La Sra. Miniver (William Wyler, 1942)
8. En un lugar del corazón (Robert Benton, 1984)
9. Madre e hijo (Aleksandr Sokurov, 1997)
10. La ganadora (Jane Anderson, 2005)

11. La habitación de Marvin (Jerry Zaks, 1996)
12. El aceite de la vida (George Miller, 1992)
13. Rocco y sus hermanos (Luchino Visconti, 1960)
14. Bellísima (Luchino Visconti, 1951)
15. Once (John Carney, 2006)
16. Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965)
17. Mahanagar (Satyajit Ray, 1963)
18. Mujercitas (Gillian Armstrong, 1994)
19 . Una familia de Tokio (Yoji Yamada, 2013)
20. El intercambio (Clint Eastwood, 2008)

21. La boda de Tuya (Wang Quanan, 2006)
22. Solas (Benito Zambrano, 1999)
23. Una mamá en apuros (Katherine Dieckmann, 2009)
24. La mujer obsesionada (Henry Hathaway, 1959)
25. London River (Rachid Bouchareb, 2009)
26. Agnes Browne (Anjelica Huston, 1999)
27. Frozen River (Courtney Hunt, 2008)
28. La decisión de Anne (Nick Cassavetes, 2009)
29. Río salvaje (1994) (Curtis Hanson, 1994)
30. Un grito en la oscuridad (Fred Schepisi, 1988)

31. Tierras de penumbra (Richard Attenborough, 1993)
32. The Visitor (Thomas McCarthy, 2007)
33. Terminator 2: El juicio final (James Cameron, 1991)
34. El león en invierno (Anthony Harvey, 1968)
35. Amerrika (Cherien Dabis, 2009)
36. Paso decisivo (Herbert Ross, 1977)
37. Madame Curie (Mervyn LeRoy, 1943)
38. Corona de lágrimas (Alejandro Galindo, 1968)
39. La jurado (Brian Gibson, 1996)
40. El orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007)

41. Stella Dallas (King Vidor, 1937)
42. La habitación del pánico (David Fincher, 2002)
43. Eclipse total (Taylor Hackford, 1995)
44. Los otros (Alejandro Amenábar, 2001)
45. A propósito de Henry (Mike Nichols, 1991)
46. Bailar en la oscuridad (Lars von Trier, 2000)
47. Erin Brockovich (Steven Soderbergh, 2000)
48. ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946)
49. En el estanque dorado (Mark Rydell, 1981)
50. Raíces profundas (George Stevens, 1953)

domingo, 24 de agosto de 2014

Dos bebés hablan en el seno materno sobre cómo será su vida

En el interior de una mujer embarazada están dos hermanitos conversando. De repente, uno le pregunta  al otro:

- Esto acabará pronto... ¿Crees en la vida después del nacimiento?
- Claro que sí. Algo tiene que haber después del parto. Tal vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos más tarde.

- Bobadas, ¡no hay vida después del nacimiento! Si la hubiera, ¿cómo se supone que sería esa vida?
- No lo sé, pero ciertamente habrá más luz que aquí. Pienso que seremos más felices, que caminaremos con nuestros pies y comeremos con nuestra boca...

- ¡Eso es un absurdo! ¡Caminar con los pies! Eso es imposible. ¿¡Y comer con la boca!? Eso son fantasías. El cordón umbilical es lo que nos alimenta: sólo existe lo que puedo ver y tocar. La vida después del nacimiento es un cuento para niños. El cordón umbilical no nos dejará libres. ¡Nunca!
- En verdad, creo que habrá algo después de esta vida tan oscura. Y sí, seremos libres porque ya no necesitaremos este cordón. Porque la vida será muy diferente a lo que estamos acostumbrados aquí dentro. Pienso que será una vida más luminosa y plena.

- Pero nadie vino del más allá, nadie volvió después del nacimiento. ¡Con el parto se acabó todo! Nuestra vida no es nada más que esta completa oscuridad. Y después, nada. ¡Eso es la existencia humana!
- Bueno, yo no sé exactamente cómo será la vida después del nacimiento. Pero no me preocupa, porque tengo la esperanza de que veremos a mamá y que ella cuidará de nosotros.

- ¿¿¿Mamá???... ¿Tú crees en mamá?... ¿¡Y dónde se supone que está ella!?
- ¿Dónde?... ¡En todo nuestro alrededor! … A través de ella vivimos. Sin ella, todo esto no existiría.

- ¡Yo no lo creo! Nunca he visto a mamá, lo que demuestra que mamá no existe.
- Bueno… es cierto que no la hemos visto nunca; pero, a veces, cuando estamos en silencio, puedo oírla cantar, o sentir cómo acaricia nuestro mundo... hasta me parece que nos habla ya en esta vida. ¿Sabes qué? Pienso que la vida real es la que nos espera, y que ahora, simplemente, nos estamos preparando para la vida que nos aguarda...

domingo, 8 de junio de 2014

"El hijo del otro": ¡Benditas madres!

Como es sabido, el Papa Francisco se reúne hoy domingo 8 de junio en el Vaticano con el presidente de Israel, Simón Peres, el de Palestina, Mahmoud Abbas (Abu Mazen), y el patriarca ecuménico ortodoxo Bartolomeo, para rezar juntos por la paz. Una iniciativa que cuenta con el apoyo de la oración de tantas personas de todo el mundo. Una razón más para hablar en este blog de un filme inteligente y optimista, que tiene como trasfondo el conflicto judío-palestino.

(JUAN JESÚS DE CÓZAR).- El pasado viernes asistí al estreno de “El hijo del otro”, película dirigida por la francesa de origen judío Lorraine Lévy. Unas horas antes de redactar este artículo pude escuchar las declaraciones sobre el film de un conocido crítico, que lo calificaba de “interesante, pero excesivamente buenrrollista y con un decepcionante final típico de película de Disney”. Vino entonces a mi memoria un suceso de hace varios años, cuando un importante diario nacional publicó la reseña del poemario que acaba de escribir un amigo mío, poeta y novelista. Su dictamen era negativo porque su poesía le parecía “excesivamente optimista.

Da la impresión de que en determinados ambientes culturales el optimismo no está bien visto. En cambio, parecen aceptarse sin dificultad el realismo trágico, la cruda violencia de determinadas situaciones, la tristeza del desencanto o la imposibilidad de solucionar determinadas situaciones. Pues conste que “El hijo del otro” es un film intencionadamente optimista, ambientado en una zona que no podría ser más conflictiva: Israel y Palestina.

La película comienza con un hecho insólito y alarmante: unas pruebas médicas desvelan que Joseph Silberg (Jules Sitruk), un joven de Tel Aviv que se prepara para comenzar el servicio militar, no es el hijo biológico de sus padres, ella médico y él oficial del ejército israelí. A causa del caos producido por un bombardeo en Haifa, donde su madre dio a luz, el hospital cometió un grave error y su bebé fue intercambiado por Yacine Al Bezaaz (Mehdi Dehbi), el hijo de una familia palestina de Cisjordania.

Yacine acaba de regresar de París ‑donde se aloja con su tía‑, y trae la buena noticia de haber superado los exámenes que le permitirán comenzar allí la carrera de Medicina. Su padre es ingeniero, aunque las circunstancias le obligan a trabajar como mecánico de coches. Su madre es una abnegada ama de casa.

Como no podría ser de otra manera, la noticia provoca el derrumbe de ambas familias y les obliga a recorrer un delicado proceso de reconstrucción, porque todo queda afectado: la propia identidad, las convicciones religiosas, las raíces culturales… Una tarea dolorosa pero necesaria, que las dos madres asumirán con esa fortaleza y sabiduría femeninas que suelen mostrar de manera especial ante la adversidad. Ellas son las grandes heroínas de la historia y las que logran transformar la visión de sus respectivos maridos. Las extraordinarias interpretaciones de Emmanuelle Devos (la madre de Joseph) y de Areen Omari (la de Yacine) refuerzan aún más ese protagonismo.

La película evita entrar en espinosas cuestiones políticas, aunque se nos muestran reiteradamente el muro de separación, las alambradas, los controles, el contraste entre la abundancia material de la zona judía y la precariedad de la palestina… Es cierto que el film pierde algo de fuelle en la última media hora, optando por suavizar las aristas, rehuyendo diversos conflictos e incluyendo alguna situación forzada. Pero ya avisaba al principio del artículo sobre su voluntario optimismo: ya sabemos que las cosas no son tan simples, pero es muy saludable que el espectador salga de la sala con la esperanza de que es posible la convivencia pacífica entre las nuevas generaciones de judíos y palestinos. Un anhelo sugerido a través de una significativa escena frente al espejo, en la que Yacine dice a Joseph: “Mira, Isaac e Ismael, los dos hijos de Abraham”.

domingo, 1 de junio de 2014

Los 25 años de "Mi pie izquierdo" (Amor por los enfermos)

(JUAN JESÚS DE CÓZAR).- Los enfermos constituyen para el Papa Francisco una “tentación” invencible. Son como un imán que atrae su atención y, sobre todo, su corazón. Tanto, que no tiene inconveniente en saltarse el protocolo para estar con ellos, ante la mirada de preocupación –cada vez más comprensiva, desde luego– del equipo encargado de su seguridad. En Internet se puede encontrar un buen puñado de vídeos que recogen esas reacciones tan espontáneas. Y cuando se dirige a los enfermos sus palabras no son sólo de consuelo, sino que transmiten ideas tan iluminadoras como las que se pueden oír en este vídeo:



A propósito de la realidad del sufrimiento, de la discapacidad con la que algunas personas nacen a la vida y de esa preferencia afectiva hacia los enfermos, he querido recordar en este blog una espléndida película que en 2014 cumple 25 años: “Mi pie izquierdo” (1989), del director irlandés Jim Sheridan (“En el nombre del padre”, “The boxer”, “En América”).

El film se basa en la historia real de Christy Brown, el décimo de 22 hermanos, de los que sólo 13 sobrevivieron. Christy nació el 5 de junio de 1932 con una parálisis cerebral irreversible. Sólo poseía pleno control sobre una parte de su cuerpo: su pie izquierdo. Pero a fuerza de tesón y con la ayuda de su madre, consiguió relacionarse con los demás, pintar con cierta destreza, escribir una autobiografía en 1954 sobre la que se basó el guión de esta película. Falleció el 7 de septiembre de 1981.


Sheridan es un maestro en la recreación de ambientes, y consigue describir con gran realismo el clima humano y social en el que se desenvolvió la infancia de Christy: en el seno de una modesta familia católica de un barrio obrero de Dublín, donde la precariedad lo impregna todo. Dificultades económicas, hacinamiento en la vivienda, roces que provocan pequeñas y grandes discusiones, problemas con los hijos, etc. La sensación de miseria queda reforzada por el uso de la fotografía, que ilumina los rostros a la vez que atenúa y difumina los entornos.

Aunque el sólido guión del propio Sheridan y de Shane Connaughton adapta con bastante fidelidad el relato original, el director oculta injustamente, en mi opinión,  uno de los elementos más interesantes de la vida de Christy: la influencia decisiva de su fe católica en el afán de superación, sobre todo a partir del viaje que realizó a Lourdes. Conste que Sheridan me parece un buen realizador, y que he visto casi todas sus películas, pero observo que, sin ocultar sus raíces católicas, es propenso a deslizar en sus filmes alguna velada crítica a la jerarquía de la Iglesia, algo que se insinúa en “Mi pie izquierdo”, en el personaje del sacerdote rígido y legalista.

A pesar de contar con un modesto presupuesto de 600.000 libras, la dirección artística y la puesta en escena resultan notables, y la música de Elmer Bernstein, sobresaliente. Pero donde realmente el film alcanza las cotas más altas es en el capítulo interpretativo. La extraordinaria actuación de Daniel Day-Lewis –ganador del Oscar por su caracterización de Christy adulto y único actor, de momento, que posee otras dos estatuillas más– es difícil de olvidar. Como ha señalado un crítico, "en la pantalla no hay un actor que interpreta a un minusválido; hay un auténtico paralítico mental". Por su parte, Brenda Fricker –premiada igualmente con el Oscar de la Academia–, se muestra deslumbrante en su papel de madre, regalándonos unas escenas junto a Day-Lewis de una enorme fuerza dramática. Meritorio también es el trabajo de Huhg O'Connor, el joven actor que da vida a Christy de pequeño.

Desde luego, el Christy Brown real no hubiera desarrollado sus valiosas capacidades ocultas tras la enfermedad sin el constante estímulo de su madre Bridget, una labor que queda magníficamente plasmada en el film. Y es que, como suele ocurrir en la vida, el afán de superación y las ganas de vivir van siempre de la mano del cariño. Tanto, que en este caso la película bien podría haberse titulado “Mi madre”.

Os dejo el único trailer de le película que hay en español en el canal Youtube. No es el oficial, pero da una idea bastante precisa de un film que sigue con la misma frescura de su estreno, hace ahora 25 años.

viernes, 6 de diciembre de 2013

“Una familia de Tokio”: Emotivo homenaje a la madre

El 12 de diciembre se cumplen 50 años del fallecimiento de Yazujiro Ozu, reconocido genio del cine japonés y uno de los mejores directores de todos los tiempos. Para honrar a su maestro, Yôji Yamada ha rodado “Una familia de Tokio”, remake de la extraordinaria “Cuentos de Tokio” (1953), una de las películas más valiosas de la historia del cine.

Distribuida por A Contracorriente Films y galardonada con la Espiga de Oro en la última edición de la SEMINCI, “Una familia de Tokio” se estrenó el pasado 22 de noviembre y logró “colarse” en el top ten de la taquilla española durante el primer fin de semana, con sólo 29 copias. Un mérito que animó a otros exhibidores a llevarlas a sus cines.

Tengo que reconocer que salí de la proyección entusiasmado y conmovido, rumiando las escenas y sin saber qué alabar más: si la perfección de la película o la sabiduría de Yôji Yamada, un director de 82 años, autor de 81 películas. Porque Yamada (de quien ya conocía tres filmes anteriores) homenajea a Ozu de dos maneras: manteniendo las constantes estéticas y argumentales del maestro y, a la vez, introduciendo algunos cambios oportunísimos, que confirman su personalidad y su condición de discípulo aventajado.

Como la película original, “Una familia de Tokio” cuenta el viaje que realiza un matrimonio a Tokio para ver a sus hijos, que decidieron instalarse allí. Los padres han vivido siempre en una pequeña isla de Japón y procuran conservar las costumbres tradicionales de su país. A su llegada sufrirán el choque visual y cultural con la gran ciudad y, sobre todo, serán conscientes de las aspiraciones e intereses de unos hijos que apenas tienen tiempo para ocuparse de ellos.

En mi opinión, el mejor acierto de Yamada es hacer de la madre el personaje decisivo del relato, con un papel más atractivo que el que le otorgaba Ozu en su película. En “Una familia de Tokio” nos presenta a una madre inteligente, comprensiva, con una enorme capacidad de sacrificio para sacar adelante a sus hijos, y para llevar con serenidad el sufrimiento ocasionado por un marido bebedor. Y el espectador se siente movido a admirar en esa madre a todas las madres del mundo; y entiende que el sabio Yamada está convencido de que son el corazón de la familia y que la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es un espíritu generoso.

Si a la magistral dirección y a la calidad formal del filme se añaden unas interpretaciones llenas de naturalidad y la música del siempre inspirado Joe Hisaishi, tenemos una película perfecta, en la que no se notan los 146 minutos de duración y que merecería un análisis más detallado Pero la limitación de espacio que nos hemos marcado en este blog aconseja no seguir escribiendo y limitarme a recomendarte que no te pierdas esta delicada y humanísima cinta, magnífico espejo en el que debería mirarse buena parte del cine europeo. Sin duda, una de las mejores películas del año. (Juan Jesús de Cózar)

domingo, 27 de octubre de 2013

Una llamada del Papa le cambió su vida

El teléfono sonó varias veces antes de que Anna fuera a contestar. No lo sabía aún, pero aquella iba a ser la conversación telefónica más importante de su vida. Al otro lado del teléfono sonó una voz grave: “¿La señorita Anna Romano?”. “Sí, soy yo”. “Un momento, se va a poner el Santo Padre”.

A Anna casi le da un síncope. De repente, recordó que hacía dos meses había escrito al Papa Francisco una carta muy breve, con tachones y con deficiente caligrafía. Le decía que tenía 35 años, que había nacido en Roma, y que había estado a punto de abortar. Le contó el tremendo mazazo que se llevó cuando le dijo a su novio que estaba embarazada y él le respondió que estaba casado y tenía un hijo. Lo peor estaba aún por llegar: además de abandonarla, le pidió sin contemplaciones que abortara, ya que no estaba dispuesto a hacerse cargo del niño.

Engañada y abandonada, no sabía qué decisión tomar. No tenía apoyo ninguno; y, sin embargo, el pensamiento de abortar a su propio hijo le provocaba auténticas pesadillas. “En ese momento me sentí la persona más infeliz del mundo”. Sin embargo, en mitad de la tormenta se armó de coraje y decidió tener el hijo. Antes de irse de vacaciones a casa de sus padres, en Gallipoli, escribió la carta al Santo Padre para contarle esta historia, con pocas esperanzas de recibir respuesta. A su regreso a Roma, le esperaba esta agradable sorpresa.

Era el martes 3 de septiembre, sobre las cuatro de la tarde. “Dejé que el teléfono sonara varias veces porque llamaban de un número fijo de Roma que no conocía”. Tras descolgarlo, oyó el anuncio de que se iba a poner el Papa.

Esa llamada de pocos minutos cambió mi vida. El Papa Francisco me dijo que había leído mi carta y que había tenido mucho valor: que había sido muy fuerte por haber decidido tener a mi hijo, incluso después de haber sido abandonada por su padre. Nosotros, los cristianos, no tenemos que perder nunca la esperanza… Cuando le dije que quería bautizar a mi hijo, pero que tenía miedo de que no fuera posible por ser madre soltera y divorciada, el Santo Padre se ofreció a impartir el Bautismo a mi pequeño. ‘Yo lo bautizaré, me dijo. Y yo me eché a llorar”.

Fue una llamada muy breve pero tan emotiva como intensa. Anna tiene claro que su hijo se llamará Francisco. “No sé si el Papa encontrará tiempo para bautizar a mi hijo, que nacerá a primeros de abril, pero su llamada me ha hecho muy feliz, me ha dado mucha fuerza”. (Publicado en Il Corriere della Sera).

domingo, 6 de octubre de 2013

"Gravity": «Nadie me enseñó a rezar»

Juan Jesús de Cózar.- Alfonso Cuarón (México D. F., 1961) es un buen director. Más: es un artista. Y con los artistas ocurre a veces que algunas de sus producciones superan –para bien‑ sus propias intenciones. Como si no pudieran controlar su genio creativo. La última película de Cuarón es un claro ejemplo.

Porque “Gravity” es una vertiginosa Aventura Espacial (sí, con mayúsculas), un poema visual, un alarde técnico –el 3D está plenamente justificado en este caso‑, una intensa experiencia sensorial y una metáfora de la vida. Todo a la vez. Al final de la proyección, cada espectador sacará sus propias conclusiones, que posiblemente no serán convergentes ni coincidirán con las ideas del director.

Partiendo de un sencillo argumento, Alfonso Cuarón y su hijo Jonás firman un guión con un atractivo enfoque antropológico, al subrayar la importancia de las actitudes de los personajes por encima de sus condiciones y sus circunstancias. Al ajustadísimo montaje de poco más de hora y media se suma una espléndida fotografía de Enmanuel Lubezki, que ya mereció el Óscar por su trabajo en “El árbol de la vida” (Terrence Malick, 2010).

Gravity” comienza con un magistral ‑¿aparente?‑ plano secuencia a modo de coreografía, donde el astronauta Matt Kowalski (George Clooney) y la ingeniero médico Ryan Stone (una sorprendente Sandra Bullock) intentan arreglar una avería en la estación espacial. Él es un optimista “empedernido”; ella, un mujer marcada por el dolor de una pérdida. Un accidente los dejará a la deriva en la inmensidad del espacio, donde reina el silencio.

En el libreto de los Cuarón no hay grandes parlamentos, ni introducción de personajes, ni disquisiciones tipo Kubrick. El predominio de lo visual y simbólico es tan apabullante que no tienen reparo en ceder a una cierta convencionalidad emocional. Los temas de fondo sólo se apuntan, pero no dejan de ser interesantes: la belleza de la Creación, el valor de la maternidad, el anhelo de un más allá que colme las ansias de felicidad del ser humano, la generosidad hasta el heroísmo, la necesidad de renacer humana y espiritualmente…“Ni siquiera sé rezar. Nadie me enseñó a hacerlo”, se lamenta la doctora Stone, y su queja suena como aviso a una sociedad materialista.

Gravity” es una película brillante –su candidatura a los Óscars parecería lógica‑, formalmente innovadora, realizada con un gusto exquisito y muy entretenida. Sin resultar muy profunda, consigue insuflar aliento épico en el espectador, al que se advierte que “quien no arriesga, no gana”.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Monumento en Eslovaquia al niño no nacido

Vemos, a la izquierda, una mujer de rodillas con el rostro entre las manos. Lo oculta ante los demás, ante sí misma y ante el niño que está delante. Y llora sin consuelo. Refleja un dolor profundo, muy hondo; una enorme vergüenza y una tristeza infinita.

Delante está la figura de un niño, más limpia, frágil y hermosa. Está tallada en vidrio, en una especie de cristal transparente. El niño está de pie, como alzándose del suelo, y con su mano izquierda toca delicadamente la cabeza de la mujer.

Es difícil poder expresar mejor el profundo arrepentimiento de una madre que ha abortado. Lo ha logrado, a mi juicio magníficamente, Martin Hudáček, un joven escultor de Banska Bystrica (Eslovaquia). La idea surgió de un grupo de mujeres, madres jóvenes, que se han comprometido en la noble tarea de difundir el valor de toda vida humana, y en hacer más consciente a la humanidad del daño que se inflige no sólo a un ser indefenso, sino también a la madre, al padre, a la familia y a la sociedad entera.

Este monumento al “Niño no nacido” fue inaugurado el 28 de octubre 2011 por el Ministro de Salud de Eslovaquia Ivan Uhliarik. No es el único monumento de este tipo: en Eslovaquia hay numerosas esculturas que recuerdan a tantos niños que no pudieron nacer. Por si sirve el dato, Eslovaquia es uno de los países que, al salir del comunismo, ha visto reducirse su número de abortos: de 58.000 en 1988 a 16.500 en 2011. Gobiernos pro-aborto han logrado que la interrupción del embarazo sea prácticamente libre hasta las 12 semanas, y que se permita a jóvenes de 16 y 17 años con permiso de sus padres. Pero el país es mayoritariamente católico (un 70% de sus 5,4 millones de habitantes), y buena parte de los servicios sanitarios son atendidos por instituciones de la Iglesia. El resultado es que la vida del niño se valora allí mucho más que en los países más desarrollados.

Podemos echar un último vistazo a la escultura. El artista ha logrado plasmar un maravilloso equilibrio entre dolor y amor; entre la agonía de la madre y el consuelo del niño; entre el arrepentimiento de ella y el perdón de él. La imagen deja en el corazón una profunda ternura hacia la madre y su hijo. Hacia los dos. Pero ¿por qué el autor quiso emplear el cristal en el caso del niño? Tal vez para evocar el alma pura y transparente del no nacido. En esa imagen tierna, parece decir a la mujer: «Mamá, no llores más. Mírame, aquí estoy. Desde el cielo podré amarte y cuidarte. Algún día volveremos a estar juntos, y podré hacer todo lo que no pudimos hacer en la tierra». (Esther María Ianuzzo).