lunes, 7 de junio de 2010

La amistad entre la Virgen y la Magdalena en "La Pasión de Cristo"

 En esta serie de artículos sobre la amistad entre la Virgen y la Magdalena, comentaba el viernes la originalidad de la miniserie “Jesús” al presentar a aquella como “mentora” de ésta ante Jesús. En un comentario a ese filme, Pilar Urbano decía que la Virgen aparece allí como “apóstol de los futuros apóstoles, incluso ‘broker’ de la Magdalena”.

Hoy cierro esta trilogía con el filme que, sin ninguna duda, mejor ha reflejado esa profunda sintonía entre ambas mujeres: “La pasión de Cristo”, de Mel Gibson. Desde el principio las vemos juntas, unidas en el sufrimiento de la pasión, sabiendo que están ayudando a Jesús a redimir al mundo (cada una a su nivel) y acompañando con su afecto y su presencia todos y cada uno de los pasos del Señor durante ese largo Via Crucis

Ya su presentación en la pantalla tiene una significación teológica muy profunda. En el momento en que prenden a Jesús en Getsemaní, la Virgen -como por un instinto sobrenatural- se despierta sobresaltada: "sabe" que han prendido a su Hijo, que va a comenzar todo. María Magdalena, que está acompañándola y duerme en la misma casa, se despierta también (1ª sintonía). Y, sabiendo ambas lo que está por venir, recitan el himno inaugural de la Pascua judía.
La Virgen dice: “be-mah nishtanah ha-layla ha-zot mi khol ha-layelot” (“¿En qué se diferencia esta noche de todas las noches?”). Es la única frase en hebreo (no arameo) que se escucha en la cinta, la pregunta ritual que siempre se hace en hebreo, aún hoy, en los primeros momentos de la cena pascual. A continuación responde María Magdalena, también en hebrero: “Porque una vez fuimos esclavos, y ahora ya no lo somos” (2ª sintonía). La apresurada irrupción de Juan en la casa confirma sus sospechas: se han llevado a Jesús.




Más tarde, María y la Magdalena acompañan a Cristo durante la flagelación, y asisten –llenas de fortaleza– a la dura prueba que supone ese cruel tormento. La Virgen vuelve el rostro: parece que ya no puede más, pero entonces vemos que está rezando. En ese instante llega la Magdalena, y se derrumba en brazos de María: ahí vemos que la Virgen es “consolatrix aflictorum”, Consoladora de los afligidos. María Magdalena fue la primera en descubrirlo, y en esta secuencia nos invita a todos los cristianos a que sepamos descubrirlo también. San Juan, a su lado, preconiza lo que muy pronto le dirá Jesús en la Cruz: “Ahí tienes a tu Madre”.



Finalmente, y antes de vivir juntas todo el trance del Calvario, hay una escena que vuelve a mostrar lo unidas que estaban los dos en su amor a Cristo. Según cuenta Emmerich en su libro “La amarga pasión de Cristo” –y como recogen también algunas piadosas tradiciones de los primeros siglos– la esposa de Pilatos, Claudia Procla, entrega unos paños a la Virgen para que pueda recoger la Preciosa Sangre de Jesús. Quien le acompaña en tan piadoso gesto es, una vez más, María Magdalena. Y así, cuando los soldados se han ido y el patio de la flagelación se queda desierto, entran las dos mujeres en silencio, recorren el lugar con la mirada, e inmediatamente se arrodillan para iniciar la amorosa tarea de limpiar su Sangre. El rostro de la Virgen, en este secuencia, refleja a la perfección su dolor infinito, divinamente asumido, que es sublimado por el Amor.

1 comentario:

  1. hermosa refexion , muy mariana pero sin restar importancia a Jesus. por quien fuimos redimidos.
    DIOS te bendiga.

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