Ayer veíamos en este blog que la figura de la Magdalena ha sido confundida con otros personajes, sobre todo con la mujer pecadora que unge los pies de Jesús. Pero, en el Hollywood puritano de los años sesenta, esa elucubración llegó a más: se la identificó nada más y nada menos que… ¡con la mujer adúltera!
Así lo vemos en “La historia más grande jamás contada” (1965), en la que el director George Stevens contó con el asesoramiento de varios teólogos protestantes. La mujer adúltera (vestida de rojo, símbolo de la pasión y de la lujuria) es arrojada al suelo a los pies del Maestro, humillada hasta el extremo. Jesús (vestido de blanco, símbolo de la pureza) coge un guijarro del suelo y lanza su famosa frase: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Uno se acerca al Mesías con intención de coger el pedrusco de su mano, y la mujer adúltera se arrebuja presintiendo lo peor. Pero el hombre mira entonces a Jesús, y en vez de coger la piedra él mismo se queda petrificado.
La piedra sigue dando juego en esta sugestiva puesta en escena. Jesús ofrece la piedra a la concurrencia con su brazo extendido: recorre los 360 grados en un movimiento circular que hace retroceder a la multitud. Finalmente, es él quien tira la piedra… pero al suelo. Y tiene lugar un preciso diálogo con la adúltera: “¿Quién eres tú?”. Y ella responde: “Me llamo María” (en el original: María de Magdala). Jesús constata entonces que nadie presenta cargos contra ella (“Ningún hombre te ha condenado… Ni yo tampoco”). Le ayuda entonces a levantarse y –una ayuda aún mejor– le anima a cambiar de vida: “Vete y no peques más”.
Esta mis a identificación de María Magdalena con la mujer adúltera aparece también en otra cinta hollywoodiense de los sesenta: “Rey de Reyes”, de Nicholas Ray. De noche (también esto es simbólico), una mujer (Carmen Sevilla) es perseguida por una turbamulta enfurecida. Acorralada en un callejón sin salida, “aplastada” literalmente contra un muro, la mujer se derrumba mientras los hombres se disponen a lapidarla. Aquí no se ha traído a la mujer ante Jesús, para poner a prueba al Maestro, sino que Él interviene en favor de la mujer. Primero vemos caer su sombra sobre ella, e intuimos lo que a continuación sucede: Jesús se interpone entre María y los acusadores y les pregunta: “¿Qué ha hecho esta mujer?”. Uno de ellos grita: “Ha sido sorprendida en adulterio. ¡La ley de Moisés manda apedrearla!”. Y aún añade otro: “¡No haya compasión para ella!”. Pero, frente a la masa oscura del fondo se alza la figura blanca del Maestro que lanza de nuevo su sentencia: “En que esté libre de pecado…”.
Es Jesús el que, con esa frase, ha lanzado una piedra contra la multitud. Y la turba, antes enfurecida, calla ahora de repente y poco a poco se dispersa. Jesús se dirige a ella: “Mujer, ¿dónde están los que te condenan?”. Y la Magdalena (vestida esta vez de blanco) dirige su mirada al gentío que se aleja. “Pues yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar”.
En un artículo anterior, vimos cómo, después de este encuentro con Jesús, María Magdalena se dirige a la casa del Maestro para hablar de nuevo con Él, y allí se encuentra con la Virgen. Al final de la película, veremos cómo su amor por Jesús le hace permanecer en vela junto a la tumba de Cristo. Y al rayar el alba, cuando la luz de un nuevo amanecer le despierta, descubre que el Señor no está en el sepulcro y sale en su busca, porque no puede vivir sin Él. Aún no ha comprendido ese nuevo amanecer que ha supuesto la Resurrección de Cristo. A lo lejos ve a un hombre que se aleja, y creyendo que es el hortelano, le pide que le diga dónde le ha puesto. Cuando Jesús se vuelve, tiene lugar un diálogo conmovedor, hecho con lágrimas más que con palabras, que termina con el encargo a la Magdalena de anunciar a sus discípulos que vayan a Galilea: “Allí me verán”.
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