La historia de la Sábana Santa, o más concretamente la historia de las telas usadas para amortajar a Cristo, es conocida por lo que narran los evangelios. Y, en este punto, el relato de San Juan señala que fue la disposición de esos lienzos (estaban como “caídos”, tal como había sido amortajado Cristo, pero sin el cuerpo en su interior) lo que le movió a creer al apóstol Juan (Jn 20, 6-8).
Según testimonios de la época, los judíos empleaban una gran sábana blanca tanto para descender a los crucificados como para embalsamarlos. En el caso de Jesús, el Evangelio nos cuenta que fue comprada por José de Arimatea: “Entonces éste, después de comprar una sábana, lo descolgó y lo envolvió en ella, lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en una roca e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro” (Mc 15, 46).
Gracias a los estudiosos de la síndone, sabemos hoy que la tira lateral que falta no es corte de época posterior, sino que se separó un pedazo de venda de la misma longitud que la sábana para atarla sobre el cuerpo de Jesús como mortaja.
Con esto tenemos dos piezas: la sábana y una (o quizás más) venda separada de ella para atarla como mortaja. Además, según el testimonio de Juan en su Evangelio, sabemos que hubo una tercera pieza de tela que él llama el sudario y que fue colocada en la cabeza: “y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio” (Jn 20, 7).
Este sudario, que seguramente es el sudario de Oviedo, no es sino un paño usado para tapar la cabeza del cadáver durante el descendimiento de la cruz y el traslado al sepulcro y que luego habría sido usado para envolver el rostro atando la mandíbula, de modo que no se abriera la boca del cadáver, tal como es costumbre en los amortajamientos judíos (Jn 11, 44). Hay una escultura de Juan Manuel Miñarro (escultor sevillano especializado en la sábana santa) que refleja exactamente este detalle, donde la tela quedaría bajo la barba y sería la razón de que estuviera ésta levantada y torcida, y también de que no aparecieran en la síndone ni las orejas ni la parte superior de la cabeza. (Tomo estos datos de Catholic.net)
Con esto en la mente, podemos entender qué es lo que vio San Juan y le proporcionó el indicio racional para creer en la resurrección de los muertos, que como testimonia el Evangelio, todavía no entendían: “y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. No entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos” (Jn 20, 7-9).
Lo que vio San Juan fue precisamente la mortaja toda en su sitio y como si estuviera enrollada y atada, conservando un poco la forma del cuerpo que había envuelto, pero sin que este estuviera dentro. A eso se refiere el Evangelio con los “lienzos plegados” (o sea: atados y enrollados alrededor de la mortaja). Pero algo no cuadraba: el sudario, o sea: lo que se había enrollado alrededor de la cabeza del cadáver antes de envolverlo en la sábana, no estaba desatado, sino enrollado tal como estaría de seguir en la cabeza. Esto indicaba que el cadáver no había sido robado. Nadie que lo hiciera habría dejado las piezas de mortaja de esa manera. Esa es la luz que le llevó al entendimiento de lo que es la resurrección y a la convicción de fe de que Jesús había resucitado realmente.
Todo esto es lo que trata de reflejar la última escena de la película de Mel Gibson. Un fantástico plano-secuencia sugiere el momento en que se desliza la piedra de la entrada (los Evangelios afirman que la piedra estaba removida) y la toma termina con un primer plano de Cristo resucitado, mientras que al fondo vemos los lienzos sagrados que empiezan a caer sobre la roca, como si en ese preciso momento –el de la Resurrección- hubiera desaparecido el cuerpo muerto de Jesús. Les vemos caerse sobre sí mismos, atados y enrollados alrededor de la mortaja. Gibson muestra a los espectadores, justo en el momento en que sucede, lo que una vez terminado conmoverá a San Juan.
Os dejo con esta escena tan espectacular. Feliz Semana Santa.
Según testimonios de la época, los judíos empleaban una gran sábana blanca tanto para descender a los crucificados como para embalsamarlos. En el caso de Jesús, el Evangelio nos cuenta que fue comprada por José de Arimatea: “Entonces éste, después de comprar una sábana, lo descolgó y lo envolvió en ella, lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en una roca e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro” (Mc 15, 46).
Gracias a los estudiosos de la síndone, sabemos hoy que la tira lateral que falta no es corte de época posterior, sino que se separó un pedazo de venda de la misma longitud que la sábana para atarla sobre el cuerpo de Jesús como mortaja.
Con esto tenemos dos piezas: la sábana y una (o quizás más) venda separada de ella para atarla como mortaja. Además, según el testimonio de Juan en su Evangelio, sabemos que hubo una tercera pieza de tela que él llama el sudario y que fue colocada en la cabeza: “y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio” (Jn 20, 7).
Este sudario, que seguramente es el sudario de Oviedo, no es sino un paño usado para tapar la cabeza del cadáver durante el descendimiento de la cruz y el traslado al sepulcro y que luego habría sido usado para envolver el rostro atando la mandíbula, de modo que no se abriera la boca del cadáver, tal como es costumbre en los amortajamientos judíos (Jn 11, 44). Hay una escultura de Juan Manuel Miñarro (escultor sevillano especializado en la sábana santa) que refleja exactamente este detalle, donde la tela quedaría bajo la barba y sería la razón de que estuviera ésta levantada y torcida, y también de que no aparecieran en la síndone ni las orejas ni la parte superior de la cabeza. (Tomo estos datos de Catholic.net)
Con esto en la mente, podemos entender qué es lo que vio San Juan y le proporcionó el indicio racional para creer en la resurrección de los muertos, que como testimonia el Evangelio, todavía no entendían: “y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. No entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos” (Jn 20, 7-9).
Lo que vio San Juan fue precisamente la mortaja toda en su sitio y como si estuviera enrollada y atada, conservando un poco la forma del cuerpo que había envuelto, pero sin que este estuviera dentro. A eso se refiere el Evangelio con los “lienzos plegados” (o sea: atados y enrollados alrededor de la mortaja). Pero algo no cuadraba: el sudario, o sea: lo que se había enrollado alrededor de la cabeza del cadáver antes de envolverlo en la sábana, no estaba desatado, sino enrollado tal como estaría de seguir en la cabeza. Esto indicaba que el cadáver no había sido robado. Nadie que lo hiciera habría dejado las piezas de mortaja de esa manera. Esa es la luz que le llevó al entendimiento de lo que es la resurrección y a la convicción de fe de que Jesús había resucitado realmente.
Todo esto es lo que trata de reflejar la última escena de la película de Mel Gibson. Un fantástico plano-secuencia sugiere el momento en que se desliza la piedra de la entrada (los Evangelios afirman que la piedra estaba removida) y la toma termina con un primer plano de Cristo resucitado, mientras que al fondo vemos los lienzos sagrados que empiezan a caer sobre la roca, como si en ese preciso momento –el de la Resurrección- hubiera desaparecido el cuerpo muerto de Jesús. Les vemos caerse sobre sí mismos, atados y enrollados alrededor de la mortaja. Gibson muestra a los espectadores, justo en el momento en que sucede, lo que una vez terminado conmoverá a San Juan.
Os dejo con esta escena tan espectacular. Feliz Semana Santa.